Opinión

La sombra de las mujeres, de Philippe Garrel (2015)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Ah, el viejo romántico que queremos tanto, hace una película (otra) hurgando en la tortura y la delicia de lo que llamaríamos, con exactitud pero sin mucha gracia, el popular fenómeno de la dependencia emocional (entre hombre y mujer, o entre un hombre y dos mujeres, en este caso) o también podría haber dicho que es, ni más ni menos, que una película sobre el amor, suena más bonito (y fácil al oído, y a la digestión) si uno lo dice así.

Dicho menos bonito, el juego de poder ‘normal’, o sea institucionalizado, queda bastante al descubierto: huele a patriarcado por donde uno asome la nariz. ¿El romanticismo encubre esto, lo suaviza, lo legitima? Es la ambigüedad relativa de la película. Rohmer sería más ligero e irónico.

Hay una voz en off que intenta ser justa, neutra. Es como otra cámara, que arroja otra imagen. Contar, haciendo gala de gran economía, es bueno para la claridad mental. La película es fluida y concentrada y elíptica. La sombra de las mujeres es casi diría una película portátil.  

Destaca la tristeza, como la gran protagonista, como núcleo emocional. Un fondo de orfandad, de lo más dramático, de seguro profundamente sentido, se apodera de casi cada plano. Toda una manera de ser en el mundo, a la que Garrel es fiel. Viene bien, como casi siempre en Garrel, el blanco y negro, que le da personalidad, definición, credibilidad ‘documental’, sutiles matices y atmósfera al asunto.

El contrato monogámico es frágil, banal y risible de por sí. Desde esa perspectiva estrecha ambos se traicionan. O solo son fieles a sus necesidades. Pero sienten culpa y se ocultan la verdad. Traicionan (y a medias), no se sabe si el uno al otro, o más bien a una idea poco elástica. Sus comportamientos no son nada revolucionarios. Aunque pobres y artistas son burgueses típicos.

El amor, o como sea que se llame, luce como el último refugio. Un poco de luz y calor en el océano gris. Si hay algo que uno agradece es poder sentir que el espíritu de la Nouvelle Vague sigue vivo. Otra manera de decir que aún hay directores que quieren mostrarnos sus fantasmas desnudos.

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