Opinión

La sangre derramada, jamás será olvidada

Alexander Checa Montalvo, minero asesinado, tenía nombre, tenía sueños, tenía hambre de justicia. Su sangre grita, desde el suelo de Chala. Hoy es un mártir de la lucha minera. Y su memoria será la mecha que encienda la resistencia.

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Por Jorge Paredes Terry

El cerro tiembla. No por la dinamita del minero artesano, no por el rugir de las máquinas de los grandes concesionarios, sino por el gemido de una madre que hoy busca entre los escombros de la injusticia el cuerpo destrozado de su hijo. Alexander Checa Montalvo, 27 años, trabajador, peruano, pobre, tenía el pecado de defender su pan, su tierra, su derecho a vivir. Su crimen: estar en el lugar equivocado, en el país equivocado, donde ser pobre es sentencia de muerte.

Lo mataron con una bala en el pecho. Lo mataron los mismos que juraron protegerlo. La policía, armada hasta los dientes con la impunidad del Estado, disparó contra hombres y mujeres que solo exigen lo que cualquier ser humano reclama: trabajo, dignidad, futuro. Los mineros artesanales no piden limosnas, no piden regalos. Piden una ley que les permita existir, que no los condene a la ilegalidad por el simple hecho de no tener un contrato de explotación que el gobierno y la gran oligarquía limeña, hipócritamente, nunca les facilitó.

El gobierno les prometió formalización. Les prometió una salida. Pero era una mentira envuelta en papel burocrático. Sabían que solo los grandes empresarios, los dueños de las concesiones, podrían formalizarlos, los entregaron a los buitres. Sabían que los mineros artesanales, los que rascan la tierra con sus manos, los que sudan en los socavones sin seguro, sin protección, jamás tendrían acceso. Y ahora, cuando se rebelan contra esta condena, el Estado responde con plomo.

¿Qué queda para el pobre en este país? ¿Morir de hambre o morir balaceado? Alexander eligió luchar. Y por eso lo callaron. Por eso lo convirtieron en otro número, en otro «daño colateral» de un sistema podrido que prefiere ver ríos de sangre antes que perder un gramo de su oro.

No son informales. No son ilegales. Son los que sostienen pueblos enteros, los que mueven economías locales, los que alimentan a sus hijos con lo poco que la tierra les da. Si el gobierno quisiera formalizarlos, lo haría. Pero no quieren. Porque detrás de esta persecución hay intereses más grandes: los de las mineras que ven a los pequeños como un estorbo, los de los políticos que negocian con la vida de los pobres.

Hoy, Alexander ya no está. Pero su sangre grita desde el suelo de Chala. Su muerte no puede quedar impune. No podemos normalizar que el Estado asesine a sus ciudadanos por protestar, por exigir lo justo.

¿Cuántos más tienen que caer? ¿Cuántas madres tienen que llorar hijos arrancados por las balas de quienes deberían protegerlos? La rabia no cabe en el pecho. El dolor es un puño que estrangula. Pero también es fuego. Y este fuego no se apagará con más represión.

Alexander Checa Montalvo tenía nombre, tenía sueños, tenía hambre de justicia. Hoy es un mártir de la lucha minera. Y su memoria será la mecha que encienda la resistencia.

¡No olvidamos! ¡No perdonamos! ¡No nos callamos!

LAS MINAS PARA QUIENES LA TRABAJAN!!!

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