Cultura

La rebelión de Sacsayhuamán contra el Ministerio de Cultura

Contundente paro de los trabajadores del sector cultural en la ciudad imperial.

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Foto: Néstor Larico

Apenas despuntaba el día cuando un grupo de trabajadores de la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco rompió la quietud de Sacsayhuamán, ese inmenso escenario pétreo donde cada junio se celebra la ficción ritual del Inti Raymi. Esta vez no había incas ni coreografías: había descontento, hartazgo y una demanda urgente. Los trabajadores, en huelga de 24 horas, irrumpieron en la explanada con pancartas y consignas, exigiendo lo que, según ellos, el poder político les ha negado sistemáticamente: dignidad.

Bajo una vigilancia policial notable —que parecía más interesada en contener el simbolismo del acto que en prevenir algún daño real— los manifestantes cumplieron lo prometido: una protesta pacífica. Aclararon, con la cautela de quien ya ha sido acusado antes, que ni el turismo ni el patrimonio sufrieron alteración alguna. Pero el mensaje era claro: están dispuestos a escalar el conflicto si su voz sigue siendo ignorada.

“El ministro está completamente cuestionado, no solo en Cusco, sino a nivel nacional. No responde, no dialoga, no escucha”, declaró con severidad Daniel Estombelo, secretario general del sindicato, ante las cámaras de Nueva TV Nacional. No se trataba, según él, de una simple huelga más, sino de un llamado de auxilio de una institución que se desangra lentamente.

Los reclamos no son nuevos, pero han adquirido un tono más urgente. Denuncian la precarización del trabajo, el incumplimiento sistemático de pactos colectivos y, sobre todo, una estructura salarial que raya en el absurdo: mientras la mayoría de trabajadores percibe entre 1.200 y 1.700 soles mensuales, algunos funcionarios designados por afinidad política —nunca por mérito— reciben sueldos de hasta 11.000 soles. “Queremos un proceso de homologación justo y real”, exigió Estambelo, en lo que ya suena a clamor colectivo.

El pliego de demandas incluye también la reestructuración interna de la Dirección, de acuerdo con lo estipulado en la Resolución 520-2023, y la construcción de una sede institucional en el terreno de Huáscar, que desde hace más de una década duerme el sueño de los elefantes blancos: abandonado, polvoriento, símbolo de la desidia estatal.

Pero el momento más revelador de la jornada llegó al final, cuando el dirigente sindical advirtió, sin titubeos, que esta era solo una advertencia. “Si no hay respuesta, marcharemos hacia Machu Picchu y cerraremos el acceso. Estamos hartos de ser ignorados”. No era una amenaza gratuita, sino la consecuencia lógica de años de sordera burocrática.

Que esta protesta se haya realizado en Sacsayhuamán, a pocos días del Inti Raymi —esa teatralización oficial del poder ancestral—, no es casualidad. Los trabajadores parecen haber querido recordarle al país que mientras se ensaya la pompa, se ignora la miseria cotidiana de quienes sostienen, día a día, la cultura viva del Perú.

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