Literatura

La prosa poética desquiciadamente urbana de Bazalar López  

Lee la columna de Julio Barco.

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De Gabriel Bazalar López (El Callao, Perú, 1981) vemos una conexión vital tanto en la pintura como en el verso. En ambos registros, manifiesta un poderoso esfuerzo por situarse en los márgenes, hablar desde un yo quebrado, expresar la mente rabiosa de ideas y laberintos personales. Por estos motivos, lo agregué a la antología Andenes de la Nueva Lírica Peruana[1] En Pequeña novela posplástico se explora el eterno divagar de un joven en la ciudad moderna. Caos y experiencia, pesadumbre y fiesta: el lenguaje busca representar la música de un universo en perpetua destrucción y abismo. La poesía no se ancla en un solo sonido: transpira, oscila, encuentra música donde hay solo desesperación o vacuidad. Se desespera, pero canta; dice, se refuta; se oye a sí misma, se sostiene; oscila en el nihilismo, se metamorfosea en el delirio; empuja dentro de su propia forma; se pierde; se encuentra: el yo poético que se resuelve dentro de un eje que fluye, como río. Río nocturno: interno y oscuro. Si bien el título nos habla de una historia y de prosa, el aliento lírico nos da la factura de una entrega en las dos orillas. ¿Qué diferencia hay entre verso y prosa? La visión. La mirada. La música. Y lo plástico surge como el ecosistema donde se configura la música mental de este autor. Plástico en los teléfonos celulares, en las bolsitas del pan, en las pantallas diarias. La poesía como realidad íntima y la prosa como expresión de lo cotidiano:

Vidrio y plástico rabioso

El destino negro y la mala fe

Afuera justifican el silencio y se pudre la verdad

Afuera mueren escarabajos del engaño sometidos

Afuera violan niños y los queman en las canastas navideñas (Pequeña novela posplástico, pág. 13-14)

     ¿Escarabajos del engaño sometidos? ¿Kafka? Así, el tono de esta poesía es desgarradora y sincera: destruye cualquier artilugio donde pueda yacer el yo poético para, en digna embestida, mostrar una realidad decadente. Salpica rabia, enjuga tristeza, exprime desesperación. Sigue la senda de Vallejo y de Pessoa, de no permitir un diálogo tan cercano: de poner astillas en el mismo lenguaje. El yo poético duda del lenguaje, pero habla. Signo de su espejo: mirar limita. Esta historia que implica una etnografía social es la que se repite en muchos lados del mundo, donde la vida se torna brutal y excesiva para muchos. Acercarnos al arte de la poesía nos permite participar en la realidad de forma más intensa y despertar a nuevos matices, a nuevas realidades que se abren cuando el uso del lenguaje se expande. Podríamos sostener que la poesía es un registro de experimentalismo, un escenario donde cada época pone en duda las grandes verdades. Escribir poesía es trabajar con el elemento vivo de la realidad, que siempre arroja nuevas metáforas, y abre más expresiones sobre el registro de lo humano. En ese sentido, hacer poesía es participar en el diálogo de una época: esta voz, por eso, resulta necesaria de atender, por su singularidad y crítica. Pequeña novela posplástico es un híbrido de género, lo que resulta una propuesta refrescante para estos tiempos:

[Soy la percepción o la interpretación de un cuerpo ordinario que se reestablece en la desdicha. Soy el arte inexplorado, la prevalecencia del yo en un espacio donde no hay espacio, recorriendo un tiempo donde no lo hay. ¿Qué narrativa puede prevalecer en un arte carente de humanidad?] (Ibid. Pág.28)

     Estas modalidades de poesía nos llevan a interrogarnos sobre los límites de lo qué es lo poético. La mezcla de poesía y verso se ve en poetas clásicos como Rubén Darío, que hace una sección de cuentos en su obra Azul; o, en nuestra localidad, César Vallejo, desarrollando una obra llamada Poesía en Prosa. Vemos que la fusión de ambos elementos es vieja y nos permite saber que la prosa, en su integración de diferentes ejes, puede ser la nueva poesía de estos tiempos. Tiene el poder de aglomerar más sentimientos mentales, tiene la capacidad de arrojarnos diferentes interpretaciones de espacio y tiempo; sin embargo, la propia poesía, en su musicalidad, tiene la ventaja de lo resumido. Gabriel Bazalar apuesta por una obra con ambos registros: tanto lo atómico como lo desparramado, su voz se torna un agente propiciador de la imagen y del sentido. A esto añade una crítica a lo artificial de nuestro tiempo, a lo plástico, a este tiempo que, como sugirió Fisher, es el fin de las utopías y el nacimiento del capitalismo realista. ¿Qué es la prosa en el capitalismo realista? ¿En qué se diferencia de la poesía? Preguntas que nos llevan al propio texto parar observar una mutación de los dos géneros en un lienzo de construcción verbal chispeante. El contexto de esta obra es mundo nada positivo, donde se compite, donde se vive de modo individual, donde se consume el opio diario de medios de comunicación, ¿qué poesía puede surgir? Leer este poemario nos arroja, de manera imprevista, un súbito lirismo sucio y descripciones al borde del delirio de la ciudad. Si algo dejó el experimentalismo y la poesía transgresora de la década —del 2010 al 2020 — fue el arrebato de usar la lírica para meterse y habitar la piel de lo privado, logrando un puente entre lo que le pasa a uno y lo que sucede en el mundo. Digamos que aquí ubico a poetas como J. Stiven Medina, Ray Paz, Chumbile, Omar Livano, Álvaro Cortés Montúfar, Yhan Coronel, Julia Wong, Eduardo Borjas, por citar a unos cuantos; y, claro, abrió una zanja entre lo muy culto (Montalbetti) y lo muy urbano (lldefonso) En suma, esta triada de autores, esculpe inagotables senderos, donde la poética de Gabriel Bazalar transita, sin deuda, aunque con conocimiento lírico de causa, y con propia naturalidad. ¿Y cuál es esa? Me animo a intuir que un intenso viaje dentro de sí mismo; lo que nos recuerda que el tema del Yo no ha sido finiquitado. Otro asunto es que se malverse en temas anodinos, pero es aún una mina por explotar…¿o acaso alguien puede decir que se conoce a sí mismo de modo cabal? Pienso en que todos los poetas citados intentan una experiencia desde la Urbe, un canto desde el Yo, una suerte de épica convulsa desde su propia voz interna. Por ende, estas poéticas son parte de una época dura y de un contexto de capitalismo salvaje; áspera dualidad que no impide la rabia del verso. Este mundo no da opciones a ningún tipo de arte, salvo el crear un soporte vital; y todos los poetas, lo saben. Las reglas del mercado no favorecen la poética. Por eso, lo que van a leer en breve es un libro de corte urbano, con un enorme registro verbal y de abrupta crítica social, sin obviar el nihilismo. Ahí donde otros autores encorsetan su ritmo interno bajo lo retórico, en Bazalar suena suelto y anárquico. A modo de cierre, no puedo dejar de reflexionar en el uso de alucinógenos, reiterativo en diversos poemas. Este registro, lo acerca a libros como El almuerzo desnudo, y nos arroja un espejo sobre los males que acechan nuestra cultura. Si para Gastón Bachelard la poesía era una suerte de droga (pues permitía imágenes psicotrópicas), veremos en este poemario muchas imágenes que rozan esa experiencia desde un lenguaje tanto onírico como abismal. Esta experiencia se transmite de modo descarnado y directo, sin lirismo. Quizás en este mundo plástico, lo más desnudo sea el lenguaje: la palabra, al no ser imagen, se torna esencia. Semilla pura, palabra, signo: no hay escapatoria, el lenguaje es una molotov que abre nuevas direcciones internas. Hablar es mostrar y mostrarse. Se quiebran las lunas de este prólogo, ahora les toca recorrer el camino solos. 

Lima, Setiembre -2022


[1] Leer aquí: https://cultura.fundacionneruda.org/2021/11/25/antologia-general-de-la-poesia-peruana-entrega-final/

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