Opinión

La poesía y la escuela

Lee la columna de Julio Barco

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La escuela es la prueba de sociabilidad más vital de nuestra existencia. Entre carpetas y cuadernos aprendemos a vivir en sociedad; y ello, es lo más complejo que existe. ¿Cómo fueron nuestros poetas en sus épocas de escolares? César Vallejo, por ejemplo, fue un alumno destacable; culminó sus estudios universitarios con una tesis. Otros, como Valdelomar, fueron estudiantes pésimos. Su aprendizaje fue más bien autodidacta. Mariátegui nunca ingresó a la universidad… La poesía peruana tiene intensidad y altura, extraño fenómeno en un país donde, según el INEI, de cada diez, cuatro no comen al día. Ahora, imaginemos: ¿qué sucedería si nuestros poetas convivieran en el mismo salón? ¿Cómo se aguantaría la energía de tantos locos? ¿Se imaginan a Martín Adán compartiendo pupitre con Westphalen en el colegio alemán? Si la poesía peruana fuera un salón de clases, Eguren sería el alumno que vive en las nubes, hace las tareas y saca buenas notas, pero vive en su mundo. Heraud, el alumno más preocupado por los índices de pobreza en el Perú, junto a Cesáreo Martínez y Alejandro Romualdo. Imagino que los horazerianos —Verastegui, Pimentel, Mora, JRR— no entrarían a clases y se dedicarían a vagar por los alrededores del cole, hablando de poesía, revolución y cómo escribir los poemas más geniales del mundo. ¿Quién sería el profesor? ¿Alguna vaca sagrada de turno? ¿Quién sería el indicado para mantener una clase de poetas peruanos? María Emilia Cornejo seguro dibujaría corazones rotos en sus cuadernos; Carmen Ollé, escritos sobre la condición de la mujer, y, Varela, algunos poemas inspirados en valses. Eielson sacaría la mejor nota en el curso de Arte; Juan Gonzalo Rose, ganaría la declamación por el Día de la Madre; y Rodolfo Hinostroza, los concursos poéticos por el Día del Padre. Sería sin duda una escuela peculiar: Vallejo y Eguren, Watanabe y Pimentel, Germán Belli y Magda Portal. Los más díscolos —Ojeda, Chirinos Cúneo, Mostajo, Oquendo— se la pasarían en la dirección, dónde darían cuenta de sus actos o se verían obligados hacer planas. Y al, transcurrir de los años, todos estos niños locos, se volverían los adultos geniales que conocemos.

(Columna publicada en Diario UNO)

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