Leyendo Soldado Nostalgia Poesía Liberada Vol. 2 (Ed. Teseo y sus flechas de papel, 2020) de Miguel Fegale siento la música de su voz lírica que no es para nada ese lirismo dulzón que se apropia de los paisajes para romantizarlos y/o exaltarlos es, al contrario, un canto punk, marginal, sórdido y un escupitajo sincero directo a la médula. Fegale anota sus vivencias y vísceras a modo de poemas y los pega para que suenen como canciones extrañas en nuestras mentes. No repara en ser directo, no busca el tono perfecto en el poema, su mirada es claramente anti-belicista e incluso anárquica con el sentimiento de poder que recorre las instituciones de izquierda. Cito:
“Será la última guerra, te dice tu siniestro capitán,
Te lo ordena tu sádico capitán.
“¡Lucha por la paz robo-lucionaria!”, le decía Fidel a un joven
Rodolfo Hinostroza.
Pero Rodolfo (ni sano, ni cojudo) pensaba…. La guerra es una
Excusa absurda para matar y lucrar
(del poema Soldado Nostalgia, pág. 13)
Hay en estos poemas una crítica a la izquierda y sus dogmas, y sus ritos revolucionarios: sea muerte o guerra. No es casualidad que los epígrafes del poemario tengan estas declaraciones del Che Guevara:
“Me gustaría confesar, papá, en ese momento descubrí que realmente me gustaba matar”
O: “Un revolucionario debe convertirse en una máquina de matar motivado por el odio puro”
Tampoco es causalidad la alusión al poeta Rodolfo Hinostroza que, como todos saben, viajó a Cuba junto a Javier Heraud. La historia es conocida: viajaron dizque a estudiar cine pero, de fondo, era una suerte de plataforma revolucionaría. Rodolfo se negó a participar en la formación militar exigida por F. Castro y Heraud, por otro lado, se volvió un guerrillero. El primero terminó de hippie en el Mayo de 68 y el segundo siguió el camino de la guerrilla que lo llevó a ser acribillado entre pájaros y árboles. Fegale recupera esa disidencia para expresar claramente su trinchera: sin política, sin futuro, sin necesidad de tomar las armas; por el contrario, observa y ejecuta una crítica al ambiente de “Máquina de Guerra” que proponían los revolucionarios:
“Y si tú vas a la guerra, no vuelvas más,
Recuerda bien, te hicimos una máquina de aniquilar. Matas por tus colores, pero tu alma se dinamitará, ahí nadie te juzgará, pero tu conciencia y recuerdos si lo harán. Te ampara la ley y el uniforme, dicen. Todo fue legal…” (del poema Soldado Nostalgia, pág. 13)
De los temas que discuten los ideales bélicos de la revolución, pasamos a otros más afines al corazón del poeta: Alianza Lima (“De niño fui solitario renegado,/pero de ti quedé enamorado”); Martín Adán (“El bardo Martín Adán, el poeta poseído,/ el poeta de amores clandestinos,/ sus amores de pantalones, braguetas y barbas”); la ausencia de la mujer querida (“Cuantas noches hablándole a las paredes/ BUSCANDO TU ROSTRO en las ventanas”); la vida en Lima grisácea y sin sueños claros (“Lima te matará, te advierten los taxistas al llegar”) La soledad y el ron, las calles y el punk, e incluso críticas a Chávez y Maduro, presidentes venezolanos (“ VENEZUELA, república hermana, tu sangre en las calles y plazas derramas) Suma a esto algunos juegos donde la ductilidad del número reemplaza al signo (“hacia el muelle de los/ malditos enamorad2”)
En fin, como se observa, variados son los temas que recorren Soldado Nostalgia. Aunque no todos los poemas tengan el mismo rigor, con los que logran motivar una idea subjetiva del autor se logra establecer una bitácora de guerra, subjetiva y libérrima que busca, en todos los sentidos, no ser sierva de lo políticamente correcto y sí, por el contrario, de la libertad absoluta y fugitiva donde se funda aquella rara y hermosa cosa llamada poema.
Estos poemas gozan de una honestidad brutal. Rara la voz de Fegale, en medio del circo que es la poesía peruana nacional, donde cualquiera se alucina poeta con uno o dos poemas mediocres, o porque es amigo de los gestores culturales, y se vive de la falsa moral y de la hipocresía o de la maldita envidia. Da la idea de que su propuesta no se funda en una estética determinada sino en una ética personal, en una forma de vivir y ser, y ello, aunque tenga riesgos, es un apostar por lo propio. El alpinchismo de sus versos es el mismo de muchos jóvenes desilusionados de los poderes políticos que dominaron las masas en el siglo XX y no lograron los Paraísos soñados, ni creen en otros que no sean los de la hierba, el rock, el pogo, el ron y la soledad compartida con otro cuerpo.
Cierro esta reseña con unas palabras que encontré a modo de epígrafe, “Un consejo antes de irme, no se ahorque. A pesar de todo, la vida vale la pena…” Queda Fegale, y bien por eso.