Opinión

La poesía de Zoila Capristán

Lee la columna de Julio Barco

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Miguel Ildefonso afirma que el nuevo trabajo de Zoila Capristán, Canta en mi nunca un ruiseñor (2023), es un manifiesto del amor. Pero, cabría preguntarnos, ¿qué tipo de amor? ¿El amor romántico? ¿El amor líquido? ¿El amor filial? Conozco a Capristán desde la mítica vida literaria de Quilca, entre diversos recitales y sobremesas, embalsamados por el fuego del debate, junto a poetas como Eduardo Borjas. Sé de sus documentales homenajes a autores clásicos de nuestra tradición, como el de Leoncio Bueno, o el (todavía inédito) dedicado Verástegui; y también de su espacio poético, Sala Atenea, donde graba a recitales poéticos; sin olvidarnos de la editorial que dirige: Vagón Azul. Así, podemos corroborar, en sus diversas gestas, que hay un amor obstinadamente literario. Con relación a su nueva producción, hablamos de una doble conciencia lírica, entre los delirios de una sociedad que se destruye y enajena, y la necesidad de manifestar lo bello, la poesía surge como una flor rebelde y liberadora en un paisaje hirsuto. Los ojos que producen la unidad del verso: Nuestro amor es hierba mala/ que brota entre las piedras/ la higuerilla de los abismos/ que el viento lleva a todos lados. (pág. 104), observan también el caos. Sabemos de sus anteriores poemarios, Bajo Cero (2010) y Palabras que reservo para las tinieblas (2021), donde la temática urbana y delirante inundan los versos; así como la fusión de géneros diversos: chicha peruana (Chacalón) y el rock clásico (Janis Joplin). En general, la poesía es un acto de amor, en sus contradicciones y fulgores, y los poetas de todos los tiempos lo afirman. «Un beso de amor hemos perseguido/ por las callejuelas y los parques/ rebuscando en el cuello húmedo del extraño/ una caricia que ilumine nuestras pupilas secas». (pág. 21) Este libro también es un homenaje a diversos pintores y poetas, cuyo leitmotiv fue la pasión. Pensemos en Darío: “Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.” En medio del claroscuro del viaje poético, se afirma: Mi corazón es un jardín de dios. (pág. 125) Ingresemos, lectores, a los bosques líricos de este nuevo y valioso trabajo.

(Columna publicada en Diario UNO)

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