Por Márlet Ríos
Sabiendo que la poesía es una de las bellas artes y para Kant, se trata del arte más sublime, no me imagino a los grandes maestros referirse al quehacer poético como un mero hobby. Hay muchos que están convencidos de que la poesía es una cuestión simplemente de libertad, inspiración y dejarse llevar. Por consiguiente, solo harían falta, aparte del ocio creativo, la inspiración de los dioses y una total libertad. Intuyo que jamás podrán escribir un soneto o una silva, si siguen pensando así. Un ejercicio notable –se lo escuché decir una vez a un poeta y profesor universitario– es precisamente que los poetas noveles se dediquen, eventualmente, a pergeñar un soneto. Paciencia, destreza matemática, rigor, etc., son requeridos.
La poesía, para nosotros, es una forma de conocimiento antiquísima, vinculada en la Antigüedad con el pensamiento mítico-religioso. Se desarrolla cuando el nivel de acumulación y el grado de participación social se conjugan, de tal medida que se dan las condiciones materiales y espirituales (excedentes de producción, nivel cultural óptimo, etc.). “Poet is Priest”, como señala Allen Ginsberg. Es menester mencionar a los grandes poetas místicos como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, etc. “Aspira a lo celeste, / Que siempre dura”, escribió santa Teresa. Incluso, en plena modernidad líquida, poetas como Antonio Cisneros vincularon la experiencia mística con la labor poética (v. gr. en “Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado”): Porque fui muerto y soy resucitado, /
loado sea el nombre del Señor, /
sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.
Free as a bird
Desde nuestra visión secular, sin embargo, hemos intentado vincular –no sabemos si con éxito– el quehacer poético con el pensamiento crítico y la parresía (la de los antiguos cínicos, de la secta del Perro). Tenemos muy en claro que en una sociedad como la nuestra, con fuerte tradición autoritaria y otros lastres, los poetas no deberían dejar de lado, en lo posible, una visión sociohistórica crítica. Y es que en una sociedad que no es libre (aquí seguimos a Theodor Adorno y a la Escuela de Frankfurt), el artista –poeta, músico, etc.– se tiene que ver afectado por las condiciones (factores) socioculturales predominantes, para crear libremente. Por más que se quiera, no es posible vivir en una torre de marfil o en un compartimento estanco. En nuestra tradición literaria, grupos como Liberación y Primero de Mayo, fundados en 1956, apostaron por una poesía que reivindica las luchas concretas de los trabajadores. Durante las primeras décadas del siglo XX, algunos trabajadores e intelectuales escribieron una poesía contestataria, asociada con el ideal ácrata: Ven, bella hermana, / al pueblo de Acracia, / ven, libre y ufana, / al país de mis sueños (“El perseguido”, Delfín Lévano). Asimismo, descollaban los versos libertarios de Manuel González Prada: En mi Olimpo, ya sin Dioses, / Solo perdura tu altar, / Solo no muere tu culto, / Oh divina Libertad (“Harto vivo yo de siervos”).
Los más jóvenes no deberían reparar mucho en la parafernalia del ambiente poético de Lima y otras ciudades. La pose gratuita y sin sentido –a lo Bukowski, pero sin el enorme talento de este– produce escozor. En homenaje a extraordinarios poetas como César Vallejo y Federico García Lorca, asesinado en agosto de 1936 por los fascistas, tal vez debamos alejarnos, definitivamente, de lo pretencioso y lo deleznable. Solo deberían importar la hoja en blanco (o pantalla), el rigor y la perseverancia (y algo de pensamiento crítico, claro está). Si uno quiere un hobby, hay tantos para elegir. El mío es cazar moscas en el aire.