La piel más temida (LPMT) es la del negro/zambo por toda la historia de dominio, esclavitud, segregación y exterminio que en nuestro país se dio hasta 1854, ya que Ramón Castilla necesitaba a los negros para vencer a Rufino Torrico en la batalla de Palma; y que se da hasta ahora de manera asolapada y ruin: sólo basta chequear los tragamonedas y los hoteles de Miraflores y ver a nuestros compatriotas negros/zambos vestidos con trajes de la “independencia. Eso sin olvidar a “los negros, pardos y morenos en el Ejército Auxiliar del Perú” (1810-1820) o los negros anónimos que pelearon dentro del Huáscar.
Y en doscientos años de seudo-democracia y sacha-república NO existe ningún negro/zambo Presidente (salvo que así consideremos al Negro León Escobar, ficcionalizado por el tradicionalista racista Ricardo Palma, o Luis M. Sánchez Cerro, a quien en Piura le decían el Zambo, y provenía tal vez del antiguo barrio de la Mangachería en el casco viejo de la ciudad norteña) ni ningún negro/zambo primer Ministro, ni ningún negro/zambo Almirante o Contra-Almirante de la Marina, etc. Partiendo de este equívoco fenotípico podemos adentrarnos en la película que ha tenido más revuelo en las redes sociales que en las propias salas de proyección, donde uno se da cuenta que este film podría catalogarse como de carácter étnico, justo ese tipo de películas que premian en Europa como si se tratara de una para-olimpiada porque nos ven algo así como monos con algún talento cinemero. Somos un poco más que su Planeta de los Simios que podemos usar cámaras cinematográficas para filmar la problemática de nuestras sociedades no contactadas o primitivas.
Entonces se obtiene un producto pasteurizado con malas actuaciones: Un superado Lucho Cáceres que quiere llenar los espacios a como dé lugar, pero que no le alcanza (solo sus amigos caviarosos y mediocres lo ensalzan, seguro porque ha dicho que quiere participar de la política y candidatear por ahí), una Juana Burga que mejor está callada al mejor estilo de Terminator, al igual que el senderista o filosenderista (Miguel Medina) que agoniza y cuyos vómitos y escupitajos son su mejor actuación, sumado a los personajes secundarios que no saben o no pueden leer el teleprompter como el caso del guardián de la casona. Y es que no se trata de ser perdonavidas. Y si es una película que se exhibe en un cine, merece ser tratada como cualquier película de Hollywood, Bollywood u otro.
Todo esto sumado a diálogos monocordes, cámaras en mano y cortes arbitrarios donde no se sabe qué ha querido hacer el director, quien puede hacer maromas y justificarse de mil maneras en todas las entrevistas y hablarnos del metalenguaje, las elipsis, los silencios o las metáforas, pero en lo esencial, lo que prima son los paisajes, los ríos, los atardeceres, los parques y las casas rústicas que funcionan también como personajes que nos cuentan su historia sin que nadie hable o diga algo. Incluyendo la escena de las ropas del difunto que se van por el río y que ha sido sacada de la película “Tiempo de Gitanos” de Emir Kusturica (1988). Así como la escena de la mandolina en el camión con Amiel Cayo fue sacada de “Sol Ardiente” y “Pieza inconclusa para piano mecánico” de Nikita Mikhalkov.
Para la escoria fujifacha o DBA’s, LPMT es pro-terruca y busca romantizar a los senderistas, es decir, se busca que Sendero se parezca a algo así como la Cruz Roja o una Apafa. Y seguro cuando vieron “Apocalipsis Now” de Coppola o “Cartas desde Iwo Jima” de Clint Eastwood lo hicieron tapándose la cara con las manos. Para los caviares, rojimios y demás rábanos, ketchups y entomatados, es una película buena que expresa un tiempo histórico y trata de mostrarnos la realidad, tal y como debía o debe verse (o como ellos cree que se ven).
El historiador Antonio Zapata señaló que las críticas negativas a la película reflejan la ausencia de consenso dos décadas después de la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Y entonces se mandan rollos cojudos y se meten a hablar de técnicas de cineastas y nos hablan de Francisco Lombardi y su “Boca de Lobo” (1988) cuando deberían hablar de Marianne Eyde y sus películas La vida es una sola (1993) o Los Ronderos (1987) con la participación de NO actores.
Por eso Juana Burga, una modelo peruana de casi un metro ochenta con rasgos andinos (“flaca como una estaca”), expresa su psicología aspiracional, la misma que la de Calero: Burga aparece blanqueada en la revista Cosas, tan linda ella y tan funcional a quienes la marginaron por su fenotipo, aceptando la utilización de su matrimonio con el director y productor danés Martin Landgreve y fue reportaje y noticia para ese pastiche caracterizado entre otras taras por su maltrato a quienes la DBA denomina “color puerta”. Eso seguro sirvió para elegirla como personaje principal o creen que uno no se da cuenta que cuando se hace una película todo es importante, tanto los pasivos como los activos. Y, sino que hable Cosas: “La novia (Juana Burga) lució radiante con un traje estilo sastre de YSL, inspirado en el look matrimonial de Bianca Jagger, y un sombrero de la portorriqueña Ellen Christine. Complementaron el look los zapatos de la casa de Christian Louboutin y bouquet de Molly Ford”. ¡Bah!
Y la abuela, María Luque, termina siendo la más natural de todos los personajes que aparecen en escena y se lleva todos los laureles (Premio APRECI 2023 como mejor intérprete de reparto). María Luque es actriz y forma parte del reconocido grupo teatral las Kory Warmis, que significa “mujeres de oro” en aymara. Sin embargo, Luque no es peruana, sino boliviana. (Off the record: ¿No existe ninguna actriz peruana que pudiera representar ese papel histórico y trascendental que es el papel de las abuelas en el conflicto armado interno de los ochenta en Perú?).
Y para esos necios acaviarados, que sin haber llevado ningún cursillo de semiótica de la imagen dicen que esta película tiene gran fotografía y gran música y gran todo, y se desgañitan diciendo que Calero es “nuestro Scorsese de los Andes”, sólo les invito a dar un par de vueltas por la realidad para encontrar por el centro de Lima a gente que toca la mandolina o la guitarra o el drama inacabable de los mestizos provincianos que han convertido el centro de Lima en algo así como una dependencia de Calcuta por culpa de esos que defienden el supuesto “estado de derecho”, la partidocracia y la democracia de desagüe que nos imponen la Confiep y las Sociedades Nacionales.
Así es que quede claro mis despreciables necios acaviarados, ya dejen de romantizar la realidad o de creer que la razón les asiste solamente porque son “políticamente correctos” y que por eso están aptos para combatir las “ideas” de un pobre diablo como Francisco de Piérola, descendiente del culpable de la derrota cruel de la batalla de San Juan y Miraflores, y los asnos de la ultraderecha. Si vuestra mejor arma es el libro “Nos habíamos choleado tanto” de Jorge Bruce, cuyo pensamiento está a la altura de Rosa María Palacios, Claudia Cisneros, Hugo Coya, Patricia Salinas, Eduardo Adrianzén, Cindy Díaz y otros hipócritas hijos de la guayaba, entonces mejor hagan suyas las palabras del desmonte de perogrullo y tibiezas Augusto Álvarez Rodrich: “La Piel Más Temida es una historia de amor de padres-hijos, tíos-sobrinos, familias que se reencuentran, historias de vida. Gran película y una gran actriz, la modelo Juana Burga (…) Una estupenda película del Perú post-Sendero.” Pffffffffffff!
Vamos, palomillas de ventana, gentita de un solo libro o una sola película, pónganle “me divierte” nomás a este post.