Curiosa la calidad de la actividad mental de los que, según ellos, se encuentran con algo temible, o temerario, en La piel más temida; una película que, me temo, es, más bien, bastante tímida y temerosa: no abandona su segura superficie, la de la cómoda medianía, la del lugar común, de lo más inofensivo y conformista que uno pueda imaginar en realidad. ¿Y Calero por qué se juega? A mí me parece (a diferencia de quienes la atacan o la defienden) una película que, en resumidas cuentas, no se decide a jugarse a fondo por nada.
La piel más temida no quiere —o no puede— ser mucho más que, básicamente, una ‘enunciación teórica’; es decir: la confección descuidada de una lista de clichés de compra de mercado, esperando que el receptor sea tan frívolo como el emisor (sin desmontaje, sin desmenuzamiento, sin mayor análisis crítico) acerca de un tema —qué duda cabe— importante para nosotros a nivel individual y social. Tema al que, tristemente, no aporta nada… O muy poco. ¿O es que alguien pensó que solo bastaba que pareciera hacerlo?
Su tibieza rítmico-narrativa puede rápidamente anestesiarte y, en vez de procurar ser fiel —¡por qué no lo hizo!— al drama personal tanto como al colectivo (y a la relación entre ambos, un gran campo para una valiosa exploración) resulta, en cambio, una película que no se atreve a… o que no tuvo nunca, en primer lugar, intención de trabajar para formular alguna idea nueva. O si esto es mucho pedir… para defender con energía renovada viejas ideas. O para examinar con cierto detenimiento, con cierta seriedad, posiciones opuestas o diferentes… Lo cual hubiera constituido un verdadero diálogo, porque valoramos la democracia, verdad, ¿o no?
La película como tal (bien oída) tiene, y no poco, de lectura dramatizada de un guion, pero sin saber esperar revelaciones, omitiendo o tragándose pausas y matices enriquecedores, con un ritmo ligeramente acelerado en dicha ‘lectura’, lo mismo (en consecuencia) que en la sucesión de planos y escenas —como si tuviera claro que no podía pasarse del límite de las dos horas—. Las dos horas temidas. Llámalo, si quieres, cine de guion, ilustrado por imágenes. Y no de la mejor manera.
Un ejemplo. En un aspecto digamos ‘tonal’ la protagonista es más pausada y el personaje del tío va sin duda bastante más rápido en su respiración, en su pronunciación de las palabras. El desajuste podía resolverse (o tematizarse) con más minutos… o con menos escenas y diálogos. Así, el personaje mejor trabajado, tanto en diálogos como en actuación, es el de la abuela, pero claro, eso no basta en un sentido global pero sí que da una muy buena idea de lo que pasa cuando ‘dejas ser quien es’ a tu personaje, cuando tocas ‘su esencia’ y entonces la cosa sí que fluye con naturalidad y libertad.
Otro ejemplo. La sumisión al guion es tal que llega a lo absurdo. Al inicio, con la llegada de la protagonista a la casona en venta de su familia, ésta observa ‘unas flores hermosas’ (geranios, flores bastante comunes) y la cámara a duras penas hace un giro-paneo tan rápido (que incluso parece ralentizado) convirtiendo lo que iba a ser un momento de contemplación, de descanso, una pausa (de esas en las que la película evita meterse), si se quiere, un momento de comunión con la naturaleza, en un ‘solo hacemos un barrido miserable por las flores porque aparece, maldita sea, escrito así en el guion… y encima lo hacemos mal’. Se me podrá decir que es un detalle pequeño, pero evidencia toda una mentalidad.
La cámara no se acerca ni se detiene ‘más de lo necesario’ en las caras (no las escruta ni las deja ‘respirar’ lo suficiente como para que no te den algo más de lo que se supone que dice el guión que tienen que decir), no busca silencios incómodos, ‘duelos de miradas’ (bueno, hay uno, medio abortado) ni planos entregados a la observación que sean capaces de captar la ambigüedad y la complejidad, en vez del énfasis tonto de lo ya sabido, de lo aburridamente obvio.
Poco costaba suponer que el drama familiar iba a ser, con el correr de los minutos, más importante —o menos— que el interesantísimo y picantísimo asunto de Sendero Luminoso. Pero no. ¿El director dudó entre ir más por o bien por lo uno o bien por lo otro y hasta, tal vez, ¡qué atrevido! por tratar ambas cosas a la vez? Y lo que sucedió fue que no se lanzó por ninguna de las tres posibilidades. Pero vamos, quedaba aún otra opción, tal vez no la más valiente: que haya decidido, desde un principio, no atreverse a nada; quiero decir a nada interpretable por la temperatura ambiente de derecha matonesca como un poquito demasiado peligroso. Y dejar (eso sí) guiños, muecas, trazos y simulacros de algo que nunca desarrollaría ni profundizaría. Es decir, haces como que tratas, o que vas a tratar un tema, pero…
Qué más. Tal vez, con la intención de darle un toque ‘documental’ a la cosa, la cámara se mueve un poquito, pero lo que notas es una cámara en mano titubeante y no el uso de un recurso de manera eficaz. Al fin parece que no se produjo la decisión de fijarla en paz en un trípode como tampoco la de moverla más, porque la cámara también puede moverse o ser movida para sacarles cosas escondidas o desapercibidas a los humanos; reveladora indecisión.
En cuanto a una manera de usar la música, aprecio la diferencia entre el oído absoluto y no tener en absoluto oído: el recurso reiterado y poco inspirado de coser planos vía colita musical al final de un plano anunciando su final y anunciando que ya viene… otro plano. Qué temor al silencio o a la magia del corte ‘simple’.
El tema económico está muy presente, y de una manera un tanto rara, en esta película. Y no es el tema de la injusticia estructural que causa la pobreza en nuestra sociedad, sino el de lo bien que les va económicamente a los protagonistas. La venta de la casa de la familia, lo que harán con el dinero, los problemas para lograr un buen precio, etc., ocupan varios minutos. Parece más bien una digresión, una pérdida de tiempo, cuando sobraban otros temas más importantes que eso. Muy clasemediero el asunto. ¿Cuál sería, entonces, el objetivo?
Hay intentos, entre desconcertantes, patéticos, y divertidos, de aludir ‘nuestro drama histórico’, dos con retablos y uno con una pintura en una iglesia, en ellos se ve la desgracia de los pueblos, las matanzas, etc., que presencia de pasadita la turbada y esforzada protagonista venida desde lejos. Pero tranquilos, no hay ningún peligro, su ‘toma de conciencia’ no se dará. La protagonista ha ido por un asunto económico y no metafísico o filosófico o moral o intelectual o cognitivo. Se irá en ese sentido tal cual vino. Muy neoliberal… Ejemplar de cierta izquierda… Muy limitado el personaje, que se supone es, además, tengo entendido, la protagonista.
¡Tanto costaba hablar en serio por 5 minutazos sobre nuestro pasado no tan lejano! ¿Está prohibido intentar ser inteligente o profundo? ¡O es un tabú! Yo diría que hay síntomas de autocensura. O de simple tontería.
-Y esto antes de la probable intervención de la institución estatal peruana que financia las películas (que no es por otra parte ininvestigable), es decir, antes de que probablemente las películas peruanas sean aún más planas de lo que generalmente son-.
La derecha, toda corazoncito gamonal (tan inocentes, tan preocupados por la justicia, siempre tan solidarios y sensibles… con sus privilegios y prebendas) temen (¿no era según ustedes que su héroe pillo acabó para siempre con el terrorismo?) al lobo, o lo que entrevieron, que no era más que su sombra… en una película que no llega, o llega, apenas, a penitas, con las re justas, a ser la sombra de un tierno corderito que les bala dos o tres débiles slogans. Vaya, que así esta película va a transformar conciencias…
Ya termino. Resulta sintomático cómo el director ‘resuelve’ o nunca resuelve, con miradas que tendrían que impresionarnos y conmovernos por lo cargadas de significado (muy impostadas, más a brochazos que con pincel, muy escuelita de teatro) entre padre e hija. Y al plano siguiente ‘el terco terruco con mamitis’ ya está bien muerto, y lo están velando acuáticamente (que sí es una escena lograda que, por cierto, y para ser completamente franco, parece de otra película). Es como si Calero cerrara el tema antes de abrirlo de verdad. Más que sutil…
Cualquier director amante o curioso de las posibilidades de la dramaturgia salivaría por ver una manera bella o eficiente (y convincente) de representar semejante situación-límite (o momento cumbre, que podía ser resuelto también con un anticlímax) con elegancia, sutileza, potencia emotiva, cómo modelaría el enjambre de emociones involucradas, etc. Otro momento que deja a las claras lo poco que importa todo si se procede de manera rutinaria y sin tomar retos o riesgos.
El personaje del terrorista, si me da terror, es por lo estereotipado: su presencia es inútil; tanto es así que les propongo un juego: imaginen que nunca hubiera aparecido, en carne y hueso, pero que se hablara mucho de él, digamos, como la pieza que explicaría muchas cosas… de él mismo, d ellos demás, de toda una sociedad, de lo humano en general… Eso hubiese sido -de lejos- más provechoso, para la película y para los espectadores. Pero en una película que no supera el standard, la literalidad, por supuesto, manda.
En fin. Me temo en general (sin negar un puñado de momentos pasables, sobre los que pueden leer en otros textos) una falla con la potencialidad de lo que se cuenta, o la obediencia al manual (o ambas cosas), lo cual hace que dé lo mismo que le pase lo que le pase a quien sea que le pase: da lo mismo que vomite quien vomite (si todos los vómitos suenan igual y duran lo mismo) o que sufra quien sufra o que se muera quien se muera o que resucite… o que todos hayan sido terroristas o que ninguno lo haya sido, ni siquiera en sueños…