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La persistencia de la memoria: Paco Roca y “Arrugas”

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¿Qué es la vejez, sino la antesala del olvido? Sucede que a veces no es tanto el miedo a pintar canas, sino el miedo a desaparecer, a desvanecernos de la vida de los demás. De ahí la tragedia del Alzheimer, el largo adiós: la semilla de la muerte se instala en la memoria, y el olvido empieza desde dentro, desde uno mismo. No hay nada más triste que un hombre muerto a gajos, de a pocos y sin dolor.

Paco Roca (1969), historietista valenciano, entendió el verdadero horror de aquella enfermedad con apellido. Como consecuencia de ello, en el 2007 publicó la novela gráfica que lo llevaría a la cumbre: “Arrugas” (Delcourt). Se trata de un volumen magistral, en sintonía constante con la amargura y la soledad, que nos muestra la funesta lucha de un hombre por mantenerse lúcido en el reino del nomeacuerdo. Gracias a este impecable trabajo, Roca logra azuzar la sensibilidad de un público lector quizás demasiado acostumbrado a la aventura, a través de un dramatismo poderoso y repleto de cotidianeidad. Un bocado de realidad, con cáscara de ficción.

 

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido

“Arrugas” narra la historia de Emilio, un anciano ex director de banco, que es internado por su familia en una casa de reposo ante un alarmante episodio de demencia senil. Desde la primera escena de la novela, Paco Roca sienta las reglas del juego: nada es real, salvo la enfermedad. Presenciando toda clase de manías y alucinaciones, Emilio da un paseo de reconocimiento a la residencia, guiado por Miguel, su compañero de cuarto. A través de estas primeras páginas se nos presenta a la larga fila de personajes de apoyo: Benito, Juan, Sol, Rosario y demás. Algunos de ellos presentan desórdenes físicos o mentales propios de la edad, que luego son delicadamente insertados en la trama central (la historia de Emilio y Miguel). Otros están ligados a pequeñas sub-tramas que agilizan el ritmo de la narración, despejando el tono trágico de algunos pasajes y ofreciéndonos a la vez una sensación de grupo, de historia coral. Aquí radica el éxito de “Arrugas”: no se trata un drama personal, sino de un problema de muchos. El autor lo entiende. Nosotros ya lo suponíamos, pero a menudo nos resistimos a aceptarlo.

Así, a partir del ingreso de Emilio a la casa de reposo y del primer contacto con la ancianidad solitaria y gruñona, representada por Miguel, el autor encuentra la excusa perfecta para mostrar la existencia rutinaria al interior del establecimiento. Esta sensación de tedio y vacío se rompe cuando Emilio descubre que aquello que le carcome la memoria no es tanto la demencia senil, sino el mal de Alzheimer. El conflicto, entonces, es uno de resistencia: Emilio comprende que la muerte es inexorable, pero decide no darse cuenta. Porque aquella es también una opción.

En esencia, la novela de Roca no deja de ser una serie de secuencias de distinto cariz, hilvanadas por un hilo conductor que el protagonista se encarga de desmadejar a lo largo de sus páginas. No obstante, la cuota de veracidad roza por momentos los límites del documental: ello seguramente porque, a decir del propio autor, cada uno de los personajes de “Arrugas” toma como base a una persona real, con malestares y dolencias reales, referidas por amigos cercanos y alguno que otro colaborador.

Estoy seguro de que existe una palabra, una sola palabra, que encierra todo el significado de “Arrugas.” Sucede que no la recuerdo.

 

Los ancianos del mañana

“Arrugas” es un fenómeno interesante. A través de ella, Paco Roca se dirige al público consumidor de novelas gráficas (jóvenes y adultos), y pone en evidencia una realidad que nos rodea silenciosamente, y que quizás toque a nuestra puerta tarde o temprano. Lo paradójico del asunto es que se trata de una realidad imaginaria, una que es, y a la vez no. En el contexto del Alzheimer y la demencia senil, el recuerdo y la imaginación dejan de tener el carácter positivo de la juventud, y se transforman en espirales mortales: el paciente es un Teseo deambulando en el laberinto intersticial de su cerebro, donde el Minotauro es él mismo.

No obstante, no vale derrumbarse. Esta no es una novela pesimista. Aquí, la esperanza sobrevive con respirador artificial, y se cuela entre las anécdotas de infancia, las ansias de libertad (que de eso está hecho el hombre) y las bromas, por amargas que estas puedan llegar a ser.

Esta, entonces, es una novela gráfica absolutamente destacable, por lo sencilla, sincera y arrolladora.

Dele una oportunidad. Quienes ya lo hemos hecho, aprenderemos a convivir con el temor secreto de abandonar la habitación de nuestro propio cuerpo, cerrar la puerta y apagar la luz.

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