Ni el sol ni la muerte se pueden mirar fijamente.
François de La Rochefoucauld.
Se le sigue dando vueltas al tema de la pena de muerte de modos más que infructuosos. Se opone, por ejemplo, el famoso caso del Monstruo de Armendáriz, como si este aniquilase todo cuestionamiento a favor de la pena capital. Se señala, acertadamente, que el perito indicó durante todo ese proceso que el ajusticiado no tuvo nada que ver con el crimen. Es decir, que el juez desestimó un elemento muy importante, inclusive determinante de su fallo, y se infiere que ese mal magistrado obró guiado por preceptos que incumplen toda forma aproximada al debido proceso y que esa sentencia se debió a la presión social y a otros factores subalternos. Todo eso es correcto. Sin embargo, no es exhaustivo.
En ese sentido, me pregunto: ¿ese fallo sería posible ahora? Si se deja a la pésima reputación que tienen y merecen los jueces en el imaginario popular, sin duda, nadie podría confiar en una sentencia justa pero por más podrido que esté el Poder Judicial dudo mucho que la comunidad jurídica nacional no esté presta a pronunciarse si hubiera alguna irregularidad manifiesta en los eventuales juicios que se llevarán a cabo si se instaura la pena de muerte. Que hagan esto por cálculo, marketing o por una auténtica vocación justiciera no es relevante en tanto se ponga en evidencia la corrección o incorrección de la aplicación de esta gravísima pena.
Desde luego, hay un punto en el que el progresismo debe distanciarse de la especulación a fin de ser aun más claros, la imposición de la pena de muerte implicará no tanto un acto de justicia sino de venganza y eso no debería implicar mayores problemas o ¿ acaso cuesta tanto reconocerlo ? La sociedad no puede ni debe consentir determinados actos.
En realidad, hemos olvidado que existe demasiado horror en el mundo y que hasta existen las guerras. Un estado de derecho, sin duda, debe estar por encima del horror y de la guerra pero si se ve forzado debe saber responder a las amenazas o vejámenes de terceros.
Por ejemplo, sería terrible que un familiar de alguna víctima o la misma víctima ejerza una venganza directa y sea, en consecuencia, sentenciados por homicidio. Cuanta gente desafortunadamente afectada por la violencia sexual debe resignarse a ver como sus agresores pasean impunes al cabo de cierto tiempo. La sociedad no debe aceptar esta realidad. ¿ Para qué exponer a estos ciudadanos a una carcelería prologada por lo que de alguna forma es una «satisfacción» ante la violencia que han sufrido ? Dense cuenta, el Estado debe asumir este ejercicio de violencia tratando de ser lo más sabios y restrictivos en atención a un agravamiento de las penas para las distintas formas que pueda asumir la violación, reservándose la pena capital para dos casos extremos que ya he señalado en otro artículo y que mencionaré en la parte final de este documento.
El debate, además, se ha orientado hacia detalles subalternos, como no podía ser de otra forma en nuestra hipócrita sociedad, y la mayoría se ha centrado en ver si esta pena será disuasoria o no. Considero que este extremo ha sido un craso error puesto que no cautela los argumentos expuestos en líneas anteriores sino que, además, no visibiliza la necesidad de agravar las penas para los delitos de violación sexual. Esto no sorprende dada la nulidad problemática del vulgo que exige sangre sin considerar la gravedad de los hechos ni los matices y, también, la de no poca parte de la intelectualidad nacional, más conformista y aborregada que pensante y crítica, como debería ser.
El problema de entender esta última categoría parte de la supuesta superioridad moral e intelectual de los esnobs que son indignos e incapaces de ver este problema hasta el fondo. La verdad, su característica docilidad es lo más tedioso que ofrece el país en estos días. No pocos se creen grandes analistas y señalan que esta es la gran jugada del fujimorismo para encubrir los gravísimos desfalcos de Keiko y CIA. En principio, eso es cierto y es reprochable pero no porque el fujimorismo sea la mayoría en el congreso este pierde su intrínseca dignidad. Es obvio que no puede tomarse como positivo nada que provenga del fujimorismo pero no por que esta inmunda presencia política sea la actual mayoría se debe dejar de hacer política.
Sucede que como sociedad no se ha asumido responsabilidades en ningún momento. Al contrario, se ha dejado que individuos de la peor calaña ocupen puestos de gobierno y en la administración del Estado durante décadas y que cualquiera se sienta un líder de opinión sin cuestionar hasta el hartazgo sus «fundamentos». Pónganse a pensar de verdad y vean a que conclusiones se llega. Ejérzase la responsabilidad en cada uno de los ciudadanos de este país y quizás haya más de una esperanza.
En fin, en el caso que pueda viabilizarse la pena de muerte debe ser solo para dos supuestos gravísimos : las violaciones grupales y la violación de menores de 13 años quienes están incapacitados para hacer valer su consentimiento del acto sexual.
Esta última mención se debe a diversos motivos, el primero es la imposibilidad de que un menor de 14 años haga valer plenamente su consentimiento en el acto sexual ya que el Código Penal considera que en este caso se está frente a una violación que no admite mayores cuestionamientos, acto reprochable acaso moralmente. pero que niega el ejercicio abierto de la sexualidad en los adolescentes. Para zanjar esa cuestión he reducido un año a esa figura y en el caso de 14 en adelante debería establecerse que un menor si puede manifestar su consentimiento y, también, por el impune servicio que muchos depravados realizan con prostitutas menores de 14 años, figura pedófila repugnante por parte de individuos «normales» e impunes que, sin duda, dada su normalidad sí se verán disuadidos de incidir en la conducta señalada. Desde luego, si hay una violación de un menor cuya edad oscile entre los de 14 y los 18 años se debe instaurar una pena tan grave como la que sufra una mayor de edad ya que en este punto no tiene relevancia la edad de la víctima sino el daño causado.
Hay tantas posibilidades que los «intelectuales» nacionales realizan y, sin embargo, olvidan las violaciones de menores de edad por parte de sacerdotes y otros integrantes de la Iglesia Católica y las violaciones dadas por las parejas sentimentales de las víctimas, actos silenciados de todos los modos posibles y ha llegado la hora de no ser cómplices de esta canalla.
Por lo expuesto, ser justos, no es suficiente. Debemos, además, ser severos y duros porque no existe otra forma segura para hacer frente al horror y la violencia. Este proceso es difícil pero debemos asumir las consecuencias de vivir en una sociedad que debe hartarse de sufrir un abuso tras otro en tanto se preserva una cultura de impunidad que solo ha empantanado a la conciencia de la ciudadanía. Estamos en una sociedad violenta. Usemos la violencia pero con sabiduría.
Sin duda, tras la entrada en vigencia de la pena de muerte, se realizarán algunas denuncias falsas y se incriminará a muchos inocentes pero dependerá de los abogados, periodistas e intelectuales genuinamente honestos del país velar porque se imponga la justicia según corresponda*.
Como se indica en el epígrafe de este artículo, Rochefoucauld escribió que ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente. Este escritor estaba equivocado. Existen ocasiones en las que no solo se puede sino que se debe mirar de frente al sol y a la muerte, sin miedo. Esta es una de ellas.
*
Existen abogados, periodistas e intelectuales honestos en el país aunque parezca mentira. En ellos y en los que sean como ellos, reposa el futuro de este país.
P.S.1.
Debe limitarse la pena de muerte solo a los casos mencionados. Tal vez podría añadirse a algunas formas de asesinato en el que la ferocidad sea tal que no podamos consentirla pero teniendo mucho cuidado de no ceder al apetito sanguinario del pueblo. Reitero, este problema nos interpela todos y debemos ser responsables. Que no exista una ciudadanía mayoritariamente consciente y pensante no significa que el país deje de tomar conciencia y que en su espacio no se ejerza el pensamiento en modo alguno.
P.S.2.
Si en el futuro el gobierno intenta extender el ámbito de la pena de muerte debe efectuarse un control ciudadano sobre esa posibilidad. Las matanzas realizadas fuera de la ley o fuera de la línea de combate no pueden servir de excusa para negar al Estado el ejercicio legítimo de la violencia. Entiéndase que es repudiable, por cobarde, matar a gente en una emboscada o mientras duermen, solo por citar un par de ejemplos, pero matar en campo abierto a gente que está plenamente en contra de la sociedad y que utiliza a la violencia como un medio de terror no puede interpretarse como un mero crimen sino como un acto de legítima defensa. A ver si esto le queda claro a tanto blandengue que no solo le teme a las palabras sino a la vida y a la justicia, a la muerte y a la venganza.
P.S. 3.
Seamos claros, el homicidio y la violación sexual son los dos delitos más aberrantes del Código Penal porque nos hacen disponer de lo más valioso que tiene el otro, es decir, su vida y su integridad. Afectar la vida de otra persona hasta el extremo de matarla o violarla es un ejercicio de maldad pura y debemos ser claros en despreciar ambos actos. Ahora bien, el homicidio admite causas de exculpación y hasta la ausencia de dolo. Uno puede matar sin quererlo pero nadie puede violar a nadie si no hay un dolo manifiesto. Ni siquiera una emoción violenta en su sentido estricto, podría hacer menos grave una violación. Y sin embargo, en el curso de la historia, como sabemos, la violación se practicó con asiduidad por toda clase de individuos, guerreros, millonarios, depravados y toda clase de personajes que se sintieron por encima de los otros, es decir, que creyeron ser superiores a sus víctimas, etc. Hubo inclusive, durante un período nefasto en la Edad Media, el derecho de pernada de los señores feudales, el infame prima nocte, que reducía a las mujeres a poco menos que a absolutos objetos sexuales a disposición de los aristócratas.
Por todo lo expuesto, no se debe mantener la hipocresía de creer que la pena de muerte atenta contra los derechos humanos puesto que si se ha probado exhaustivamente la autoría del crimen, para no dejar que justos paguen por pecadores, la pena de muerte es lo que corresponde dada la extrema gravedad del delito y la imposibilidad de reparar el daño causado.
En este sentido, propondría que la pena para la violación de una persona mayor de edad sea de 25 a 30 años. Si existen agravantes se debería aumentar hasta a 35 años y en caso de que se pruebe la participación de un individuo en una violación múltiple o grupal, o en el caso que se viole a un menor – que no haya manifestado su consentimiento- se deberá aplicar la pena capital. Este último detalle parecerá absurdo a la mayoría pero sucede que en el ordenamiento jurídico penal peruano, los menores de 14 años no tienen la posibilidad de hacer valer su consentimiento, una muestra de la cucufatería e hipocresía peruana de toda la vida. En este punto, se debería hacer una reevaluación de todos estos conceptos penales por parte de las autoridades pertinentes.
Esto no niega ni puede negar que se realicen todas las políticas públicas que se puedan originar en ámbitos tan importantes como Educación, Cultura y Salud a fin de reducir o procurar la reducción de la incidencia de este tipo de delitos.
P.S.4.
Blaise Pascal escribió que «los hombres, no habiendo podido remediar la muerte, la miseria, la ignorancia, han ideado, para ser felices, no pensar en ellas». Obviamente, esos hombres no merecen ningún aprecio pese a que su debilidad y evasión nos parezca tan natural. En cambio, pensemos en la muerte, en la miseria y en la ignorancia y obremos denodadamente a fin de entender y aceptar a la primera así como combatir hasta las últimas consecuencias los dos conceptos finales enunciados por el sabio jansenista.