La Parada es el Larcomar del pobre. Era, dirán algunos. Yo afirmo que sigue. El mercado mayorista más grande de Lima, desde hace 60 años, es un eterno campo de batalla. La Parada es la representación simbólica de los dos Perú: el legal y el real. El vórtice de la trenza del país formal y el delictivo. La Parada, hoy desbastada, con trabajadores que se resisten a abandonar el teatro del conflicto, no solo significa un catastro comercial. Todo lo contrario es drama social. Miles de peruanos nacieron, crecieron y ocuparon los espacios públicos y sus alrededores. Así la creencia que el sitio les pertenece. Y muchos también se preguntan el por qué hay todavía gente que no acepta el traslado al nuevo complejo de Santa Anita. Yo digo que es por genes y cultura. Son peruanos ‘alpinchistas’, a esos que les llega la legalidad y el orden y tienen como filosofía, la sobrevivencia, el delito, el lumpenaje.
¿Y acaso no es esa la conducta en otras esferas de la vida social? Sí, sobre todo en la política. Los corruptos existen en un territorio corrupto. No obstante, la gobernabilidad y la autoridad han demostrado que no se necesita a alcaldes como Luis Bedoya Reyes quien para desalojar el antiguo Mercado Central, no le templó la mano para mandar a quemarlo. Para algunos analistas, Susana Villarán le hubiese metido candela a la vieja La Parada, pero no. La alcaldesa ha demostrado con esta medida que se ejerció la autoridad en un acto ejemplar, legal y humano, medida ejemplar en un distrito como La Victoria, plagado de corruptelas y mafias.
Para entender el problema habría que recordar que La Parada alojaba cerca de 1,400 macro comerciantes y sus familias.
Trabajaban hasta el 2012, cinco mil carretilleros y mil estibadores de espaldas moradas. Súmese los transportistas del camión, los de la basura, entonces tendrán un universo, duro y cruel. La Parada, amén de las tres toneladas de basura diaria, asilaba un sistema asimétrico sin estadística ni demografía. No de ahora, de hace casi 70 años. En esta ladera se sobrevivía entre la economía informal y la delictiva y sin el mínimo rasgo de salubridad e higiene. Las aguas servidas corrían por los pasillos y las verduras, legumbres y hortalizas –aquel pan del Señor que usted, señora, compra en Wong—y literalmente flotaban en ese océano inmundo y sucio. Y es también aquí que tenían sus dominios los verdaderos reyes. Los reyes de la papa, de la cebolla. Las reinas del huacatay y el culantro. La Municipalidad de Lima ya los expulsó, cierto. No obstante, una mayoría quisieron inmolarse y no abandonar hoy ese terreno inhóspito que les dio para vivir, para crecer y multiplicarse.
2.
Aquella noche que llegamos a la casa de mi tío Severo Lazo de la Vega a finales de la década de los cincuenta, descubrí el castillo de las transfiguraciones. El edificio quedaba en la esquina de las avenidas Aviación y 28 de Julio. Tenía nueve pisos y aunque cada departamento era reducido, en él vivían familias enteras. No importa, esa vez, a los gritos se cantaban huaynos y yaravíes arequipeños. Mi familia es del sur y los platos de comidas salían unos detrás de otros. Qué aromas y que fiesta. Sé era pobre pero se gozaba. En aquel gigantesco edificio multifamiliar vivía el Perú entero. La jarana duró tres días y La Parada, que quedaba al frente, fue parte de aquel jolgorio: La Parada y mis primas. Luego el tío se hizo dueño de una fabrica en el jirón Gamarra. Lo extraño de pobre.
Pero La Parada tenía otros tantos contrastes. Simbólicamente y desde la década del cincuenta, siempre fue una zona de conflagraciones. Como reflejara José Matos Mar es su ya legendario libro “Desborde popular y crisis del Estado” (Perú Problema 21-IEP Ediciones. 1ra. Edición, noviembre 1984), existió –digo que existe—un fracaso de la República Criolla y el Perú real. El país de las sociedad sobrepuesta que no puedo construir la unidad pluralista y justa que debiese articular los desplazamientos sociales y la modernidad. En aquel tiempo, La Parada fue el núcleo social de la migración hacia la capital del Perú. En ese entonces todavía los provincianos –más lo de la sierra—se avergonzaban de ser “recién bajados”. Por ello, sus cantos se refugiaron en el Coliseo Nacional (a seis cuadras de La Parada) mientras aguardaban.
Aquel terreno fue donado para ser ‘El Mercado Mayorista’ para los trabajadores y productores de provincias. El área fue conferida por Don José Cánepa Caycho en 1944. En La Parada también se ubicaban los ambulantes, las carcochas (los colectivos) de Chacra – Parada que con los años se convirtió en la Línea 57 (ya desaparecida). El paradero último quedaba en la famosa Panadería “Tic Tac” que luego se convirtió en una heladería de moda. En la berma central de la avenida Aviación se ubicaban las picanterías, los comerciantes de envases de plástico (se dice que todos los envases que se vendían eran para la zona de Tocache, para el transporte de la droga). En otra cuadra se ubicaron los vendedores de muebles. Camas, camarotes, colchones, sillas, reposteros, bancas y cualquier objeto de madera se encontraba en ese territorio. Había otra cuadra de venta de equipos de sonido, donde los tocadiscos “Jara” eran los más populares. Pero lo más importante eran las casas de venta de discos de música vernacular.
3.
Matos Mar escribe que la mayoría de provincianos que llegaba a Lima a raudales era de Ancash, Junín, Huancavelica, Cerro de Pasco, Ayacucho, en ese orden. Digo yo que no venían de turismo por un largo feriado. No. Esos peruanos habían sido expulsados de sus anclajes ancestrales por un sistema económico cruel e injusto que provocaba el centralismo y un Estado anquilosado y vetusto. Y les dijeron que allá en Lima iban a ser felices. Y los invitaron a la tierra prometida. Y les ofrecieron paz y prosperidad. Y cuando llegaron, y cuando abrieron los ojos ante la urbe recién acendrada, hallaron la pesadilla, el desprecio y el racismo. Fue así que se generaba sentimientos encontrados, de incumplimientos y un hervidero de rencores.
Cuenta el maestro Hugo Navarro que en la berma central de la avenida Aviación frente al Mercado Mayorista, no podían faltar los bares y picanterías y uno de los más famosos era el mítico “Rio Santa” que lo frecuentaban “La Pachanguera” y “La Arequipeña”. El lugar reservado para el recuerdo era el bar de Laurita Picón Picón, comadre espiritual de Chapulín “El dulce”, el cantante de Los Shapis. Por los bares y picanterías de La Parada; era habitual encontrarse con Tongo, quien vendía sus casetes o uno podía tomarse un trago con Lorenzo Palacios “Chacalón” y sus hermanos “Chacal” y “Chacalito”. En otra mesa, estaba “El Cholo” Sotil y su compadre Lucho La Fuente. El burdel más famoso de La Parada, a los alrededores del Mercado Mayorista, era el “San José” de propiedad de la familia Shimabukuro. Un gran edificio de tres pisos que casi se ubicaba en una manzana completa. Se traficaba con menores, pero eso no llamaba la atención en esos años. Otro de los burdeles era “El Naranjito” en la avenida Aviación, en la zona de La Cachina.
Desde setiembre del 2012 estoy en la forja de una enorme investigación de este emporio mafioso y lumpen. Un sábado me encontré con el cronista Luis Miranda de “Cuarto Poder” que andaba en lo mismo. El “Oso” Miranda me presentó a Zaya, un líder joven de la zona del Jirón Pisagua. Ese día estaban pintando un gran mural con otros ‘grafiteros’. Y apareció “NN”, un cantante de hip-hop nativo. Y luego apareció entre los amplificadores y equipos chancho, Óscar Ortiz Paisig, representante de la “Federación Nacional de Hip Hop” y me regaló su tarjeta, una suerte de visa para el último infierno. Todos eran muchachos de la última generación de La Parada. A ellos no les dijeron que en ese enorme mercado de abastos había un país apretujado y fiero. Yo sigo atento con la memoria de aquel edén del pobre. Bajo el brazo cargo a Vallejo en ayunas quien cita a Marx en el empacho del fervor: “Los filósofos solo interpretan el mundo de diversas manera. De lo que se trata es de transformarlo”. Y yo le digo a Vallejo, si Marx hubiese conocido La Parada, hoy sería del Opus Dei.