Cultura

La opaca luz de la inmortalidad

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“Hay muchas voces pero también un silencio”.

Miluska Benavides

La vida esta llena de injusticias, eso la sabemos todos, pero no hay tamaña injusticia que el olvido, y el peor de los olvidos viene por la dejadez. Confieso ser un lector dejado que por modas llegue a lo último antes que encontrar lo primero. Ahora que los premios internacionales de literatura están plagados de nombres femeninos (sobreabundan las Samanthas, las Marianas y las Mónicas) pareciera que no nos atrevemos a recordar que mucho antes de las chicas de la ola feminista hubo un auténtico maremoto de escritoras que se hicieron de su lugar sin el ocioso reclamo de las trabas heteropatriarcales. Estas mujeres ya existían antes de los talleres de escritura sazonados con estudios de género, y sus obras ahora parecen víctimas de dichos estudios que las instrumentalizan, como si hubiesen dos literaturas, una de hombres opresores y otra, una literatura protofeminista de emancipadas, insurgentes y oprimidas. Se olvidan que solo existe una literatura: la humana. Y aunque la fama, esa mariposa traicionera a la que se lleva el viento, fue evasiva con tantas como con tantos, no obstante vuelve sus alas una generación o un siglo después a desenterrar nombres que nunca debimos olvidar por la dejadez de nuestros años.

Allan Poe no lo hubiésemos conocido si no fuese por la traducción de Baudelaire, a  Rimbaud no lo reeditaron hasta bien entrada la década de 1920, Vallejo no fue conocido ni idolatrado entre los poetas peruanos hasta la generación de 1950. Y así hasta ahora. En Costa Rica hay una poeta llamada Odio (es su apellido no un pseudónimo) a la que una escritora tica llamada Rima (es su nombre de DNI y no su apodo) intenta desde hace años rehabilitar en el canon literario centroamericano. Lo mismo hace desde los noventas el español Juan Manuel de Prada con la memoria literaria de Gómez de la Serna y en Perú desde este año se intenta recuperar el recuerdo vivo de una poeta muerta hace 19 años.

Carmen Luz Bejarano es todo lo no reclamable por el feminismo hegemónico vigente, fue una mujer casada, madre de dos hermosas hijas y comprometida con la poesía tanto como lo podía estar con su familia. En estos tiempos plagados de pañuelo verde, nada más auténtico y contracultural que una poeta amante de su familia.

Carmen Luz es autora de una docena de poemarios, una pieza de teatro y lo más raro de todo una novela, El cuarto de los trebejos, una extraña novela editada en 1989 por el excéntrico Jorge Slava, que ahora 22 años después reedité junto a Kareen Spano de Grupo Lobo y José Montero de editorial Gato Viejo. Y digo rara porque honestamente no me lo esperaba cuando leí dos años atrás la única copia disponible de su única novela (una fotocopia). Ya hacía años Roberto Bolaño había proclamado que la poesía había dejado los poemas para irse a la novela, a algunas novelas, a algunos fragmentos de novelas, pero nada más. Cuándo Christian Warnken le preguntó a Bolaño, en la famosa entrevista que todo bolañero ha visto por Youtube, ¿cómo era la nueva novela? Bolaño nunca supo como responder exactamente que era la nueva novela. Creo no exagerar cuando digo que hace dos años me tocó la tinka al descubrir el camino de la nueva novela en una fotocopia que más parecía una separata de universidad. El libro es un ejercicio extraordinario de narrativa poética. Cada párrafo es un logro lírico y cada capítulo es autónomo sin menguar la trama de una novela que se va deshojando delicadamente como una flor de loto. Paisajística, reflexiva y contemplativa es la única novela de una poeta que explora la acumulación de los recuerdos, cuales cachivaches, en la composición de la vida de un pueblo arequipeño que se encuentra entre Comala y Macondo, y donde la sensación del tiempo es algo pastoso como lo son los sueños o un viaje a Venecia en invierno. En fin, esta no es una novela, es el futuro de la novela escrita en 1989.

Hace un par de meses la revista GRANTA, el brazo armado de la escuela de literatura de Cambridge, sacó su famoso ranking de las 25 nuevas voces de la narrativa en español menores de 35 años. Entre las obras de los autores se encontró un par de constantes: el uso de regionalismo (tanto formales como temáticos) y una apuesta por una prosa estilizada (una forma lírica). Lo primero recuerdo a la apuesta de Oswaldo Reynoso por una literatura más local que le costó ser menos internacional, y lo último recuerda más a lo que hace Carmen Luz en su novela pero sin alcanzar todavía la altura que ella logró. Pero esto enmarca sin embargo una tendencia común en la búsqueda de los narradores contemporáneos por un nuevo camino, un camino más lejos de los canones de los talleres de narrativa y más cercano al lenguaje de la poesía. Y esto no significa la estética por la estética o el mero adorno de volutas jónicas, sino más bien como dijo Miluska Benavides, la única peruana elegida por el ranking de la revista GRANTA,  “la poesía es un modo de pensar. Pensar el mundo desde las asociaciones y la contemplación […] y eso lo logra Carmen Luz Bejarano en El cuarto de los trebejos”. Y es precisamente lo que más nos falta en una literatura anquilosada en las recetas clásicas a lo Raymond Carver o Hemingway.

Dos años atrás y solo con una fotocopia en mi mano contemplé la vuelta a la esquina del olvido. Era un homenaje a la poeta CarmenLuz. En un auditorio cerca a 40 personas celebraban su memoria. No puedo mentir lo chocante que fue. De todo ese público, de esos lectores fieles, yo un advenedizo era de lejos el más joven. Y yo no tengo 20 años. Era fácil sacar la cuenta en ese momento. En 20 años seguramente no estaría vivo ninguno de esos fieles lectores. Y así también moría por injusta dejadez la obra de un autor. Y era precisamente lo que me propuse junto a Kareen Spano impedir. Porque como dijo Vargas Llosa “ahí donde haya cinco lectores rudos, un autor puede remontar el tiempo”. Ahora esta en los más jóvenes remontar la tremenda ola de tiempo que afrontan autores como Pilar Dughi, Laura Riesco, Eunice Odio, Gómez de la Serna y Carmen Luz Bejarano. Porque de Carmen Luz podríamos hablar de cómo fue finalista en el primer certamen del premio poeta joven, el cual empató Javier Heraud y César Calvo, o como actuó de extra en La ciudad y los perros de Francisco Lombardi, interpretando a la madre de El esclavo o como protagonizó un oscuro cortometraje dirigido por Mario Bellatín, pero esa es otra historia.

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