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«La noche de un día difícil», un cuento de Helen Hesse

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Si hay un hombre que le saca roncha a Lito ese es Andrés Mendizábal. Sobre todo, cuando mi celular suena y en la pantalla surge este nombre, el rostro de Lito se transforma, intenta disimularlo, pero una fuerza más poderosa que su propio raciocinio lo invade, entonces arqueando sus pobladas cejas de Schnauzer me lanza una mirada fulminante: “Contesta pues”, increpándome con una sonrisa más fingida que beso de suegra en el día de la madre.

Si antes de la cuarentena está relación laboral entre Andrés, CEO treintón del corporativo y yo no le terminaba de cuadrar del todo, ahora menos.

Una escena que se repite constantemente en estos últimos días, Lito y yo durmiendo, en eso suena mi celular y es Andrés.

— ¡Vamos a quebrar! Acabo de leer en Gestión ¡La peor crisis financiera desde la Gran depresión, estamos jodidos!

Intento calmarlo, ya no queda de otra me dice, reducción de personal en una.

Lito enciende la lámpara y lo comienza arremedar.

—Debes hablar con ese tipo, tiene una dependencia patológica contigo, te llama a la hora que le da la gana, para decirte tonteras, no necesitas leer Gestión para saber que estamos en una de las peores crisis financieras.

—Está estresado, no puede dormir seguramente.

—¡Y como el gran señor no puede dormir, te jode y me jode de paso! ¡Me retracto por lo de dependencia, yo agregaría codependencia porque tú se lo permites! Tienes que parar esto, porque nos va a volver locos.

Los proyectos artísticos de Lito se habían detenido hasta nuevo aviso, así como la retrospectiva que le iban a realizar y que le daba tanta ilusión. Para sobrevivir había aceptado a regañadientes hacer las ilustraciones de un libro médico sobre labio leporino.

Mi departamento pre cuarentena siempre inundado de amigos hoy en cuarentena luce deshabitado, inerte. Y si a eso le añadíamos, el bombardeo de noticias de cuántos infectados y fallecidos se van sumando día a día junto a la decreciente economía, pues sencillamente estábamos todos hechos mierda. Y cualquier mínimo desaire podría convertirse en un minado campo de batalla.

Eso pasó exactamente al día siguiente.

Lito se había levantado con ganas de ceviche, se le notaba contento y resuelto, al punto que el suceso de la noche anterior no fue ni siquiera mencionado.

Y es que no necesitas conocer demasiado a Lito para saber que muere por el ceviche. No soy       Maru Botana pero tengo mi estilo a la hora de cocinar, así que sin más ni más me dispuse a prepararlo, de música de fondo, los músicos que a Lito tanto le gustan: Charly García, Spinetta y Tanguito feroz. Lito saca las chelas de la refrigeradora y yo puse los posavasos de Kiss que compramos en un remate.

Suena el celular y Lito mira la pantalla. Es tu mamá, contéstale me dice mientras vengo de la cocina.

—¿Qué paso? – Me pregunta Lito intrigado.

—Es mi papá.

—¿Qué le sucedió ahora?

—El doctor dice que su tumor ramificó y no lo podrán operar. Así que solo le recetaron más analgésicos, si le resulta insoportable el dolor, morfina el próximo mes.

—Tranquila, tu papá está así hace dos años. Es normal que esto suceda. Tú ya lo sabías.

No sé por qué me lastimó tanto que dijera eso, al punto que le pedí que se fuera. Lito se levantó tranquilo como entendiendo la situación, cogió su gorra, se colocó su mascarilla N95, sus guantes de látex y se fue cerrando la puerta despacio.

Estoy completamente segura que esa noche le hubiera ganado en llanto a cualquier actriz de Televisa.

El celular sonó, esta vez, no era mi madre sino Andrés Mendizábal.

—Necesito que calcules los ratios financieros de los últimos meses, ¿Revisaste el balance situacional que te pase?

—Mi papá está mal, muy mal – Corte y apague mi celular.

La idea de que mi papá tenga una enfermedad tan agónica, que de a pocos le vaya quitando hasta el propio control de su cuerpo, siendo él tan independiente y vivaz era lo que me destrozaba.

Suena el intercomunicador, seguro es Lito. Miro por la ventana.

—¡Gitana baja! – Me grita Andrés Mendizábal que lleva una máscara negra que lo hacía parecerse a Darth Vader.

—¡¿Qué haces acá?!

—¡Me cortaste! Así que vine a ver si estaba todo bien. Me apena mucho lo de tu padre. Sabes que le tengo gran aprecio, es un tipazo. Sube, vamos a verlo.

—¡Estás loco!

—¿Por qué? Aún son las 4 y tengo salvoconducto. Sube.

—Sorry que no haya terminado los cálculos.

—¡Que hablas!, Toma, límpiate los mocos – Me sonríe.

—¿No entiendo cómo le puedes tener aprecio a mi papá si lo has visto dos o tres veces?

Claro que sí, aprecio y respeto, nunca he conocido a un financista que me explique tan bien las curvas de rendimiento del mercado bursátil como tu padre ¡Capazo!

Y mientras estacionaba su carro, me iba contando de tal o cual anécdota con mi papá.  Al verlo, Andrés lo saludo con respeto “Doctor” seguido de un “Qué bien se le ve, caramba parece un chiquillo”, gracias le responde mi padre. Hacía mucho que no veía a mi papá tan feliz, absolviendo consultas, sacando sus cálculos, prediciendo el momento exacto de poder invertir en el mercado de capitales. Sintiéndose, nuevamente útil, aunque sea por un momento. Meses atrás, y tan pronto se enteró que su enfermedad se agravaba le cedió la batuta de su Estudio a Fernando, mi hermano.

De regreso a casa, Lito y Charles Manson, echados en el sofá me miraron al unísono. Lito leía un libro sobre Tratamiento de la Fisura en el paladar hendido y el labio leporino.

—¿De dónde vienes? – Me mira de reojo.

—De ver a mi papá

—¿Cómo está?

—Tan bien cómo podría estar una persona en su estado

—Preparé sopa y limpie un poco la cocina

—Ah mira qué bien

—¡Oye, no sabes la última!

—¿Qué paso?

—A un tipo lo detuvo la policía porque sacó a pasear a su perro, y su esposa cuando vio que se lo estaban llevando a la comisaria comenzó a gritar como loca “No se lo lleveennn”

—Quiere a su esposo, pues.

—Bueno fuera, comenzó a gritar que no se lo lleven… ¡Pero al perro!

—¡¿Es en serio?!

—Mira, hasta se ha vuelto viral

Lito y yo vimos en medio de risas y asombro como la esposa del pobre Clavito suplicaba al Serenazgo entre gritos y sollozos no lastimen a su mascota. Esta pandemia estaba volviendo dementes a todos los habitantes de esta ciudad. Esa noche pensé que era bueno tener a Lito cerca. Entonces apagué el celular.

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