Opinión

La niña santa, de Lucrecia Martel

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Cómo estar cerca. Quieres estar cerca. Imposible no estar cerca, aún de lejos. Qué conocimiento escondido hay ahí. Acercarse a los cuerpos. Los cuerpos, tomados como mentes. Y lo son. Los sentidos, tomados como miembros del cuerpo. Las puntas de los dedos como parte del cerebro. La más pequeña sensación, un acontecimiento que debe ser registrado… Y si el cuerpo está lejos, la mente está cerca, el cuerpo de la mente que es la imaginación está cerca…

La premisa explícita, la superficie argumentativa, pareciera mística (vocación, misión, en un ambiente enrarecido ‘que es así’ y que nadie cuestiona mucho, la religión católica arbitraria y represiva) pero, sobre todo, qué película tan abierta (de las maneras más sutiles) y atenta y ocupada de lo sensual. Pero no de lo sensual… de una manera superficial o usual. No. Para qué. No sería tan ambiguo, atmosférico, epidérmico (la piel, bien sentida es un órgano sexual) ni tan subterráneo como se necesita. La clave (incluso con la borrosa divinidad, pero más con los terrícolas) es el contacto.

Las taras sociales y religiosas dificultan, problematizan en el contacto, pero el contacto, finalmente, o en principio, sí se da. Las escalas en que el contacto se da, y no se da, y está en potencia o a punto de darse, eso es La niña santa.

El nivel de sugerencia (en general), la delicadeza inmersiva con la que se presentan dichos contactos, es fundamental, la trama tiene su indudable importancia, pero es más que nada envoltorio de la cercanía de los cuerpos; bultos, masas, concentraciones, reacciones musculares, geografías pesadas o suaves, paisajes que esperan y se tensan, juguetean, y claro: desean.

El sonido parece evanescente, resulta lo más sólido. -Las columnas que sostienen la película-. Los diálogos llegan a ser sustancias es un sentido muy material, casi pegamento cósmico de todo lo demás.

Se evade el clímax, el final melodramático con el juego de víctimas y victimarios, de buenos y malos, la repartición mecánica de premios y castigos.

O es otro el clímax, de liberados y frescos fetos acuáticos, más tranquilo, decisivo y vasto, el ser hermanas (sin excluir lo erótico) de las dos jóvenes. Se impone con felicidad el contacto gozoso, al margen de las demandas exteriores.

(Columna publicada en Diario UNO)

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