Opinión

La música, de Marguerite Duras (1967)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Es como leer un libro de Marguerite (que sabe ascender y descender hasta su núcleo íntimo), no hablo de un logro absoluto, pero sí por lo menos llega hasta cierto importante punto; y es ver a sus personajes viviendo, escritos, o inscritos, menos fantasmas pero igual densos, en la imagen fílmica, al mismo tiempo. Es curioso y es fantástico. ¡Cuán fascinante es la densidad obtenida con recursos de veras mínimos, casi con nada, y palpitante ante tus ojos!

Y es la música de Marguerite, música tejida con amplios espacios de silencio, tal es su escritura, ya sea literaria o fílmica, la que me acoge y envuelve, en fin, para no cansar, diré que experimento el tono vital de su atmósfera única. Y voy a donde ella me lleva. De la prosa desnuda, a veces tan desnuda, a la imagen desnuda (que casi diría que atrapa el vacío, lo cotidiano indecible). Y pienso incluso en que podría desnudarse hasta de la imagen y en cierto sentido dejar a la palabra sola, abandonada o reencontrada (a sí misma, en sí misma) en su insoportable pureza. El mundo es sensual, y tan sensual como abstracto.

El no-acontecimiento, el acontecimiento extraordinariamente diferido, la espera, sinuosa, espesa, flotante o hundida… Es como si la vida del tipo que acompañamos fuese una piscina vaciada, un examen atento y desolado de los restos recientes y no tan recientes… Una flor que se abre al desierto incierto, oscuro.   

La carne de los actores no ofende a la Idea. El rostro del actor (podría ser un actor de Antonioni, pero no, aún conserva, aunque rasguñado, el halo heroico) resume el cansancio (lento y masivo) ante la propia desesperación. No es para ponerse a cantar, es el luto mal digerido y crispado por una etapa de su vida que de todas maneras se va, no importa el esfuerzo, no puedes retener, detener, tener al otro. La busca a sabiendas de que se dará con lo imposible, a lo más, con un frágil consuelo.   

Los juegos de poder del amor y el desamor. Por otro lado, el campo abierto a la curiosidad (la chica más joven, dispuesta a la ambigüedad, a la compañía). La soledad del hombre que se imagina bien y mal ‘que ha perdido la felicidad’, como si su devenir estuviera clausurado; paradójicamente nos acompaña intensamente.

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