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La mujer de al lado, de Francois Truffaut (1981)

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La oscuridad está muy clara. Es la fuerza y es el límite de esta película. Imágenes: con poca luz, o sombreadas, o fundidos en negro, más o menos constantes: cuál es la oscuridad esencial o cómo definirla aquí.

El amor o la pasión se sienten como una fascinante (e incurable) enfermedad. Pienso, tras ver la película, en la raíz de lo destructivo. Oh, sí, las razones del corazón que la razón desconoce. ¿Quién puede decir que no admira el mito romántico o está libre de él? ‘El romanticismo es terrorista’ constituye una buena llave para entrar en la película. Cuál es el terror. Su origen. Estar solo. No sentirse amado, ni comprendido. Un terror viejo y oscuro, que remite a la infancia.

En una escena Depardieu dice que se enamoró al instante al ver a Ardant sirviéndoles tartitas a los niños en una fiesta. Se ve que ‘no puede vivir’ sin ella (y ella lo mismo) como un bebé no puede vivir sin el alimento total que es su mamá.

El mundo se reduce a una sola persona, a un solo dios, a blanco o negro, a todo o nada. Los psicoanalistas describirían esta relación como simbiótica, una compulsión por la fusión perdiendo la integridad del yo; en un extremo -es lo que vemos- perdiendo la propia vida.

La mujer de al lado, así, parece la puesta en escena bastante rigurosa de una historia clínica. Fatalismo casi mecánico. ‘Ni contigo ni sin ti’ es una señal del cortocircuito entre el deseo de amar o de depender y el deseo de libertad. Que algunas personas resuelven destruyendo o destruyéndose.

 

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