Opinión

La mala educación en el Metro de Lima

¿Una travesía de último nivel? No hay educación, ni solidaridad y mucho menos empatía. Es triste reconocerlo, pero nuestro pueblo no está educado. Y esa mala conducta, no solo existe en el Metro de Lima. También se ve en los centros comerciales, en los cines, en las calles, y otros lugares.

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El Metro de Lima ha sido una gran alternativa como medio de transporte de vanguardia, (al menos en la capital) para millones de usuarios que se movilizan de extremo a extremo, desde la zona del cono sur, hasta la zona este, en San juan de Lurigancho. Sin embargo, viajar en este medio de transporte puede ser placentero, porque tiene un trayecto rápido, los coches de los trenes siempre están limpios y además cuentan con climatizador; sin embargo, a pesar de las bondades descritas, ¿qué es lo que puede ensombrecer nuestro viaje dentro de estos cómodos vagones?

Un buen día mientras me dirigía hasta la Estación La Cultura, afortunadamente encontré un espacio libre y tomé asiento, de pronto llegó una señora voluminosa cargando un gran costalillo repleto de cosas y cuando se sentó a mi lado, cargó su tremendo bulto y me golpeó al cuerpo; supongo que lo hizo sin querer. Y de pronto, nuevamente trató de abrir el costalillo y extrajo una manzana roja muy grande, la limpió con las palmas de sus manos y empezó a comérsela.

Inmediatamente le dije: —Señora, usted no puede comer en el tren—, y me respondió:

—quién dice. Me toca mi pastilla y tengo que tener algo en el estómago—.

Todos sabemos que en los coches del tren eléctrico hay cosas que están prohibidas, porque así lo establece su reglamento. Y comer es una de ellas.

Nadie puede salir “volando” de su casa con la vianda en la mochila y una vez que aborda un coche del metro, ponerse a comer delante de todos. No está permitido; sin embargo, mucha gente lo hace; jóvenes, adultos y hasta ancianos. Extraen sus frutas, sus sanguches, sus snacks, galletas, etc., y empiezan a “rumiar”.   

Otra mala práctica común, es el ruido que originan cuando con sus celulares se ponen a escuchar sus videos musicales, o quizás noticias y otras trasmisiones que son bulliciosas.

Y a pesar que a través de los altoparlantes del vagón todo el tiempo emiten avisos de advertencia a los pasajeros, como:

—Si deseamos escuchar música en el tren por favor usemos audífonos—.

A ellos no les importa y continúan lanzando ruidos ante el estupor de la gente.

A pesar que la empresa tiene personal de prevención; últimamente, solo se ve a “pulpines” realizar la labor de agentes de seguridad y cuando ellos irrumpen en los coches para intervenir y llamar la atención a las personas que no cumplen con las normas, apenas les hacen caso por unos minutos y cuando estos se retiran del lugar, nuevamente extraen sus comidas y elevan el volumen a sus dispositivos.

Entre los mensajes que se propalan en el tren a través de los altoparlantes, podemos escuchar:

—En línea 1 nos cuidamos todos—

—evitemos ingresar o salir del tren luego que escuchemos la señal del cierre de puertas—

—La solidaridad con las personas es responsabilidad de todos—

—Para facilitar la salida y el ingresó de nuestros clientes despejemos las puertas—

—Cedamos el asiento a quién lo necesite—

—Cada día más personas observan y reconocen nuestra amabilidad—

—Bajemos con calma para que nadie se lastime, o pierda el tren—

—Evitemos viajar sentados en el piso de los coches—

En realidad, todas esas recomendaciones pauteadas por la empresa son bienhechoras y educativas. Pero, sobre todo, sugieren valores, y cualidades para promover a buenos ciudadanos, porque hablan de solidaridad, de amabilidad, de subir y bajar con calma para que nadie se lastime.  

¿Y en el mundo real? se hace todo lo contrario, porque prima la infraternidad, el despotismo y la mala educación. Porque nadie sube con calma. Gran parte de la “fauna silvestre” ingresa en “estampidas”, a empellones, empujando a los demás; en especial en la estación Gamarra.

Incluso, hay personas que se tiran al piso de los coches para viajar así, sentados en lugares que tampoco está permitido.

En cuanto a los asientos, si bien durante pandemia estos se hegemonizaron para las féminas, porque la mayoría de ellas consideraban que los hombres no se cansan y no tienen derecho a sentarse; eso hoy ha cambiado mucho y ya se ve a varones sentarse, aunque casi siempre son obligados a pararse cuando ingresa una persona mayor o embarazada, porque generalmente se hacen los “desentendidos”, pero también hay “desentendidas” que no ceden el asiento a personas que lo necesitan.

¿Y qué decir de los ascensores? El aforo para estos transportadores eléctricos, es solo para 4 personas, pero en la práctica, del modo más agresivo lo abordan muchos usuarios más. Y algo que también es desagradable, es cuando los usuarios están realizando su respectiva fila para ingresar al ascensor, y cuando sus puertas se abren, de pronto, gente que estuvo detrás, y no aguardando en la fila por orden de llegada, estos atropellan e ingresan con todo, sin ningún tipo de respeto.

Pero ¿quiénes ejercen generalmente esta práctica? Nuevamente, señoras y señoritas que no respetan a nadie.   

En suma, no hay educación, ni solidaridad y mucho menos empatía. Es triste reconocerlo, pero nuestro pueblo no está educado. Y esa mala conducta, complementada de anécdotas, no solo existe en el Metro de Lima. También se ve, en los malls, en los cines, en las calles, en El Metropolitano y otro tipo de transportes.

Nuestra tierra es maravillosa, pero existe mucho ignorante y peor aún, ignaros e insolentes, porque no respetan, no construyen patria, no edifican… es decir, son una manada de “animales” que apenas existen para reproducirse, e iniciar quizás, emprendimientos para llegar a tener capacidad adquisitiva, solo para consumir, y consumir. Más nada tienen en su cerebro, que los motive a tener ganas de aportar algo más edificante y altruista en la sociedad que habitan.

Para muchos resulta grave que Perú se encuentre en un ranking bajo de las pruebas Pisa. Pero eso no es lo más grave.

La deficiente instrucción que tienen nuestros jóvenes, finalmente se puede remediar, con una gran política pública — claro está — que nunca sería aplicada por la señora Dina Boluarte.

Pero lo que sí es gravísimo, es la mala educación, y eso se refleja en lo que hoy es nuestro país —en su mayoría — un territorio de ignorantes atrevidos e insolentes y que probablemente en el futuro sigan la carrera del embuste y la corruptela.  

Y como dijo aquel exministro de Economía, del régimen de Alberto Fujimori: ¡Que Dios nos ayude!

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