Política

La locura y el chongo político

Parece difícil negarlo: existe una vis cómica y mucho desvarío en las actuaciones políticas. La política y el humor se solapan hasta límites inimaginables. En las siguientes elecciones solamente un loco o un cómico podrán, legítimamente, aspirar a ejercer un cargo político.

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Cuando Alejandro Magno dijo, que de no ser quien era (el conquistador más grande de la época antigua) le hubiera gustado ser Diógenes (el pensador cínico que vivía como un perro y reía) se evidenció la íntima unión entre locura, risa y política. Que Alejandro haya expresado el deseo de ser Diógenes, puede resultar disparatado. ¿Por qué el más grande conquistador del mundo antiguo quisiera ser, de no ser quien era, un pensador loco que se masturbaba en el ágora ateniense y reía? En otras palabras: ¿Por qué un rey quisiera ser un loco? La explicación está en el poder: de no ser Alejandro el demente por el poder que era, de no ser el ambicioso por el poder, que lo llevó a dominar los confines de Persia y adentrarse hasta la India, hubiera elegido ser el demente que tenía el poder de prescindir de las convenciones en el mundo antiguo. En ambos casos se trataba de poder y en ambos casos de locura. No en balde Diógenes fue denominado por Platón como un Sócrates enloquecido. Desde entonces la risa, el poder y la locura aparecen –como en un juego de espejos– en distintos momentos de la historia política.

En la Edad Media la organización política y social estaba fundada en la teocracia, el monarca no podía permitirse críticas ni mostrar un desvarío en su persona: era descendiente de los dioses y todo en su persona era perfecto. El pueblo, a su vez, estaba impedido de expresar críticas y burlas sobre el monarca, a excepción de los momentos de carnaval, fechas en las cuales el espíritu popular se manifestaba en su esplendor. Esta imposibilidad de la autocrítica, este acartonamiento y severidad –  al cual era obligado el monarca por su soberanía – es el acicate de la institución más provechosa y dinámica de esta etapa de la Historia: la institución del bufón.

Los bufones eran los únicos seres que podían permitirse insultos, críticas y burlas al Rey. Vivían en la corte y eran parte del entramado monárquico; su función más que alegrar y relajar las tensiones de la corte, eran también equilibrar el humor político de la época. En un mundo donde el Rey desciende de los dioses y al pueblo no se le permite críticas, el bufón hablaba por el pueblo. Con toda la sabiduría y mordacidad que el pueblo cargaba en su espíritu. Es luego de la Revolución Francesa –  cuando el orden teocrático cae y se funda la política en ideales de igualdad – que la institución del bufón va cediendo paso a los espectáculos satíricos burgueses. Así las burlas al poder y a la política se originan en los teatros, en las plazas o en espectáculos en el mismo centro del poder. Las repúblicas liberales incorporan en su seno intrigas, risa, comedia y luchas por el poder que es la comidilla de las clases populares. Una connivencia matizada de personajes, que con el transcurrir de los años irá incorporando diversos actores, que transitan entre el humor y la política otorgando frescura a las intrigas, luchas y devaneos en las nacientes repúblicas, ávidas de poder.

El reconocido historiador Pablo Macera comentó que el Perú era un burdel: haciendo referencia a que en Perú las voluntades se vendían y compraban. Considerando el aserto de esta frase, podríamos añadir que el Perú más que burdel es un chongo: pues también se goza y se ríe. Tal vez si se colocara un techo y luces desde el Norte hasta el Sur, podría ser el chongo más grande del mundo. Quien lea un poco de la historia republicana encontrará –  luego de la indignación –  diversos motivos que generan una mueca: un tránsito de la amargura a la sonrisa.

Es curioso, a pesar de lo dicho antes, que, al elegir autoridades políticas en nuestro país, no se haya elegido todavía a un cómico.

Ya en Estados Unidos han elegido a Donald Trump: un híbrido con peinado de Daniel el travieso, modales de Rambo y discurso de Forrest Gump. En Ucrania ha sido elegido, como máxima figura política, un cómico reconocido en su país. Inició su campaña siendo presidente en una serie de ficción cómica: Servidor del Pueblo. Luego la ficción cómica llegó a la realidad, Zelenski, el actor cómico ucraniano, fue elegido presidente de su país. Un sinceramiento del pueblo ucraniano a través del humor.

En Perú, por el contrario, cuando un cómico de renombre se ha presentado a un cargo de representación pública obtuvo el rechazo en las urnas: Melcochita postuló en el año 2006 por Renacimiento Andino y no obtuvo los votos necesarios. Pareciera que el sentir popular no desea un cómico, de oficio, ejerciendo representación política en nuestro país.

Sin embargo, observar a tantos políticos haciendo payasadas y recibiendo el favor de los votantes obliga a un cambio de análisis: quizás no se quiere un payaso que haga política, pero sí un político que haga payasadas. Pues los políticos que hacen payasadas son muchos. Se podría afirmar, sin ambages, que un requisito de triunfo electoral es participar en alguna que otra payasada. Ejemplos hay miles, pero se puede recordar a Francisco Tudela moviendo las caderas al ritmo del Baile del Chino; la subida electoral de PPK, luego de la providencial mano que le cogió los testículos y lo aupó en las encuestas; el chicharrón que negó Barnechea, con el cual a su vez negó una carrera ascendente en la política. Pareciera que existe una complacencia en tener a un candidato haciendo payasadas, y luego escucharlo disertar, seriamente, sobre los grandes problemas del país.  En el fondo el humor popular intuye que detrás de un político está un loco y un payaso. O que un loco y un payaso es un político en potencia.

Es por eso que en aras de un sinceramiento total en política y estando ad portas del Bicentenario debería unirse ese íntimo sentimiento entre humor y política. Así sería conveniente que en las próximas elecciones se vuelva a presentar Pablo Villanueva, Melcochita, como candidato para la presidencia o para el congreso. Como presidente no tendrá el poder para gobernar y como congresista no tendrá el poder de hacer leyes ni fiscalizar, pero al menos hará reír a un país libre e independiente. Al fin y al cabo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de política? 

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