Cultura
La Inteligencia Artificial analizó la programación de la FIL de Lima: «La feria parece no distinguir entre popularidad e impacto cultural»
Le pedimos a la IA que analice la programación de la Feria Internacional del Libro de Lima, y esto fue lo que nos dijo.
Italia llegó a la Feria Internacional del Libro de Lima como un vendaval refinado: autores de trayectoria, ilustradores premiados, cine, jazz, exposiciones y pensamiento. Con el lema “Conexiones latinas”, la delegación italiana dotó a la feria de un contenido transversal y estéticamente cuidado. Un pabellón de 200 m² acoge actividades que transitan desde la novela contemporánea hasta la migración histórica, con aciertos innegables. Pero más allá del oropel europeo, la FIL Lima 2025 exhibe, una vez más, sus grietas internas.
Quien ha caminado por la FIL de Buenos Aires o la de Guadalajara sabe que las grandes ferias no solo convocan nombres internacionales: construyen pensamiento crítico, impulsan el debate sobre políticas culturales, descentralizan la oferta y apuestan por la renovación del canon. En cambio, la FIL de Lima sigue atrapada entre el espectáculo superficial y el formalismo protocolar.
La programación, extensa y variada, peca de dispersa. La sobrecarga de actividades y la escasa curaduría temática hacen que muchas propuestas —incluso valiosas— se pierdan entre la saturación horaria y la falta de promoción. El ciclo de cine italiano es impecable, sí, pero sin el más mínimo esfuerzo de articulación con la producción audiovisual peruana o latinoamericana. Se proyecta cine como si fuera una nota al pie, cuando bien pudo ser el punto de partida para un diálogo más profundo entre literatura y pantalla.
Otro problema es la débil presencia crítica nacional. Mientras en Guadalajara se celebran mesas con voces disidentes —desde jóvenes poetas indígenas hasta editores independientes latinoamericanos—, en Lima persiste una lógica excluyente. El programa sigue dominado por autores mediáticos, nombres repetidos y lo que podríamos llamar «la corte editorial limeña». Faltan las regiones, faltan nuevas escrituras, faltan los márgenes.
La sección dedicada a Mario Vargas Llosa, si bien justificada por la dimensión de su obra, resulta desproporcionada. Tres exposiciones, una docena de eventos y una maquinaria simbólica construida para sostener una narrativa que ya no interpela a las nuevas generaciones. ¿Dónde están los diálogos intergeneracionales? ¿Dónde el debate sobre la vigencia y las sombras de su figura? La feria lo celebra, pero no lo interroga.
Italia, en contraste, sí trajo complejidad: Ilaria Gaspari, Marta Cai y Nadeesha Uyangoda ofrecen miradas frescas sobre la identidad, el deseo y la otredad. El ciclo de poesía curado por Claudio Pozzani conecta con la tradición y la contemporaneidad. Los ilustradores y autores de novela gráfica participan en conversaciones que dialogaban con el presente, no solo con el archivo.
Otro flanco débil es la programación juvenil, dominada por autoras de Wattpad y fenómenos virales que, si bien convocan público, desbalancean la oferta. En lugar de incluirlos como parte de un ecosistema diverso, se les ha otorgado protagonismo casi absoluto, dejando fuera a propuestas juveniles más arriesgadas o con enfoque social. La feria parece no distinguir entre popularidad e impacto cultural.
El espacio para editoriales independientes, siempre relegado, vuelve a ser marginal. Sin un pabellón propio ni una agenda de visibilidad, las pequeñas editoras sobreviven a la sombra de los grandes conglomerados. En Buenos Aires, sellos como Godot o Eterna Cadencia son actores centrales; en Lima, sus equivalentes peruanos no tienen voz ni presupuesto.
Y finalmente, el enfoque educativo sigue siendo el gran ausente. Ninguna mesa aborda de manera sustancial el vínculo entre lectura y escuela pública, ni la crisis estructural del libro de texto. Tampoco se discute la precariedad de las bibliotecas o la ausencia de políticas sostenidas de fomento a la lectura desde el Estado.
En suma, la FIL Lima 2025 brilla por momentos —sobre todo gracias a Italia—, pero se apaga en su falta de riesgo. Se celebra a los clásicos, se endiosa a las estrellas de redes, se invita a nombres seguros. Lo que no se hace es incomodar, renovar, problematizar. Y sin eso, una feria no puede aspirar a más que a la autocomplacencia.