Opinión

La insurrección miraflorina

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Por Tino Santander

Los miraflorinos se han rebelado contra las políticas autoritarias del alcalde Carlos Canales. Lo acusan de sembrar cemento en desmedro de la poca arborización del distrito. Además, sus críticos más severos señalan que existen graves indicios de corrupción e incompetencia en las obras, y ponen como ejemplo la ciclovía de la avenida comandante Espinar y el puente Miraflores-Barranco, que tanto perjuicio ha causado a los vecinos y a los limeños en general.

Abel Condori y Justo Mamani me invitaron a participar en los plantones de los vecinos insurrectos en el parque Kennedy. Ellos creen que la clase media miraflorina puede sumarse a una insurrección contra el sistema. Justo Mamani me dijo: «También son peruanos. No te olvides de que las clases medias nos pueden ayudar a acabar con los podridos que gobiernan el Perú». Lo escuché. En ese momento apareció el periodista Rafo León, conocido como «la china Tudela», agitando alocadamente como si fuese un revolucionario dispuesto a dar la vida por la causa vecinal contra el alcalde Canales. Abel Condori dijo: «Mira, Justucha, compañero Tino, ese es el periodista racista y clasista que habla mal de los puneños. ¿Te acuerdas cuando insultaba al compañero Walter Aduviri? Con este vamos a hacer Frente Único. No jodas, Justo». Nos quedamos callados mientras los vecinos gritaban consignas contra el alcalde.

«Compañeros —les dije—, es verdad que los miraflorinos no están luchando por conseguir agua y desagüe para diez millones de peruanos, ni contra los bancos usureros que controlan la economía nacional, ni contra el monopolio farmacéutico del Interbank, ni por infraestructura agraria, de salud y educación. Ellos tienen otros problemas. Pero lo que nos une es la lucha contra la corrupción y contra el fraude electoral. Esta insurrección es el inicio para que puedan escalar sus reivindicaciones a otro nivel y así contar con ellos para transformar el país en una verdadera democracia».

«Eres iluso, compañero —dijo Abel—. Ellos son racistas y clasistas. Ese Rafo León nunca se va a juntar con nosotros. No podemos mezclarnos con ellos porque no nos quieren, y nosotros tampoco. Tú sabes el odio que siente la gente por la frustración que vive la inmensa mayoría. Ellos se imaginan un Perú diferente al nuestro; ellos aspiran a ser Miami, mientras que nosotros queremos un país democrático, libre, donde impere la ley y esta no sea un instrumento de los grupos de poder económico, como hasta ahora».

«No —les dije—. Tenemos que superar nuestros prejuicios. Además, este movimiento de las clases medias recién empieza. No hay nada orgánico; es todavía una algarada, un vacilón para los pitucos. Lo importante es ayudarlos, movilizarnos con ellos, que sientan que el pueblo, a pesar de nuestras diferencias, los apoya. Tenemos que estar a la altura del reto que significa transformar el Perú. En la batalla contra el crimen organizado, la corrupción política y el fraude electoral, estamos todos. En la próxima movilización, participaremos orgánicamente y veremos cómo los ayudamos».

«Compañeros —dijo Justo, señalando la Iglesia “Virgen Milagrosa”—, si tomamos esta iglesia con la gente que no tiene agua ni desagüe, con los colectivos que luchan contra los bancos y el monopolio farmacéutico, ¿tú crees que los “combativos vecinos de Miraflores” nos van a apoyar o van a pedir que nos saquen a palos y nos acusen de “tucos”? No jodas, Tino. Ellos son otro Perú, al margen de nosotros. Entiende: no nos quieren».

La insurrección democrática, la revolución social y la desobediencia civil son tareas que deben ser tolerantes con la diversidad de condiciones económicas, sociales y políticas si queremos acabar con los podridos que gobiernan.

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