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La insoportable levedad del Ministerio de Cultura

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Del 14 al 19 de noviembre se desarrollará la segunda edición del evento Lima Imaginada.

Copio a continuación lo que se anuncia en la cuenta de Facebook de LI:

“Evento en el que escritores iberoamericanos recorren distintos distritos de Lima siguiendo un mapa literario diseñado por dos escritores peruanos, quienes además fungen como guías y anfitriones. Luego de estos recorridos, los escritores conversarán sobre las relaciones entre literatura, historia y ciudad, con escritores locales y con el público general mediante mesas redondas y lecturas públicas en espacios no convencionales. ¡No te lo puedes perder!”

Bajo todo punto de vista, se trata de una oportunidad ideal para el diálogo e intercambio de ideas con escritores iberoamericanos menores de cuarenta años, que después de este recorrido escribirán lo que les ha significado esta experiencia limeña en clave literaria.

A diferencia de los escritores invitados a la edición del año pasado, de los que en ese entonces solo conocía la obra de una escritora, a la que invité a una de las ediciones de “EVL” que dirijo, hecho que no hubiera sido posible sin la ayuda de los encargados de la organización del evento, debo decir que ahora sí conozco la obra de más de un invitado a esta segunda edición de LI, por ello, animo a los interesados a participar en las actividades que se realizarán en distintos puntos de la capital.

Pero ahora viene el reparo, las líneas grises e impopulares, y si le parece al potencial lector, aquí podría abandonar la lectura del post.

Este reparo va mucho más allá de la importancia del evento, más bien, se trata de un cuestionamiento a la funcionalidad del organismo estatal que lo organiza: el Ministerio de Cultura por medio de su oficina de la Dirección del Libro y la Lectura (DLL).

Lo que he venido notando en los pocos años de existencia de la DLL, primero en la dirección de Pedro Villa y, ahora más, en la de Ezio Neyra, es una preocupante desconexión con la realidad hacia la que debería enfocarse como organismo del Estado. Podríamos resaltar muchas “cosas” que esta oficina ha venido realizando, pero la cruda verdad es que muchas de estas “cosas” bien las pudo realizar cualquier entidad privada (con o sin fines de lucro) o, en todo caso, personas naturales (hasta quien esto escribe). Sencillo: esta oficina ministerial no se ha estado portando acorde a sus funciones inherentes, no ha direccionado su logística cultural hacia la población de menos recursos (práctica a cumplir por toda organización estatal, tal y como manda el Poder Ejecutivo), en este orden de prioridades: La Infancia, La Juventud, Los pueblos indígenas/amazónicos/afroperuanos y Los adultos de la tercera edad.

Perú se ha convertido en un país al que no le importa la lectura. No solo lo confirman los informes internacionales (la evaluación PISA, por ejemplo), sino también lo que vemos a diario: el país se ha convertido en una cantera de idiotas y, a este paso, falta poco para que empecemos a exportarlos. En este sentido, más de uno me dará la razón. Por otra parte, los que estamos en el mundo libresco y cultural sabemos que las leyes llamadas a combatir esta crisis resultan insuficientes. A esto sumemos la poca disponibilidad de diálogo que hay entre las instituciones estatales llamadas a encarar esta problemática, cada una haciendo lo que puede y como puede, cuando lo cierto es que nuestro problema del poco hábito de lectura se debería combatir de la misma manera en que se combate el Sida, es decir, en conjunto.

Entonces, uno observa lo que viene haciendo la DLL y nota una actitud recurrente: desperdicia recursos (y cuando hablo de recursos no me refiero a dinero, puesto que esta oficina ministerial, especulo, cuenta con un presupuesto ínfimo), recursos intelectivos en actividades que como tales se ubican a años luz de su implícita funcionalidad.

La capacidad de gestión sin voluntad de servicio no es nada. Pienso, consignando un contraejemplo, en la Casa de la Literatura Peruana, que con poco viene realizando, silenciosamente, una labor por demás encomiable. Allí sí es posible constatar hacia qué enfoca su labor como organismo del Estado. Esta actitud no se ve ni por asomo en la DLL, y sé que podría estar siendo injusto, porque imagino que existe toda la voluntad en esta oficina ministerial por fomentar la lectura y el acceso al libro, pero esa voluntad no se ha canalizado hacia su objetivo prioritario.

Esta situación hay que señalarla todas las veces que sea posible. Lo hice en su momento con Villa. Y ahora lo hago con Neyra, que no ha venido cumpliendo el orden de prioridades que su función le demanda, sino que su gestión ha estado signada por su escaso conocimiento de la problemática cultural del país. Si el Perú no atravesara esta crisis cultural relacionada a la lectura y a la difusión del libro, o si algo se estuviera haciendo en contra de esta crisis, actividades como las que gestiona la DLL serían más que bienvenidas.

Claro, no es mi intención señalar que los aberrantes niveles de lectura del país tienen que ser solucionados por la DLL. Contra ello se requiere de una voluntad política mayor, pero esta oficina del Ministerio de Cultura, a diferencia de otros organismos del Estado que con poco avanzan en esta problemática, viene exhibiendo una frivolidad ante necesidades por demás apremiantes.

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