Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

La insolencia de Cronwell Jara le hace creer que está por encima de Miguel Gutiérrez

Sobre Miguel Gutiérrez a pocos días de su séptimo aniversario luctuoso en razón de una reciente entrevista de Cronwell Jara, escritor homenajeado en la FIL 2023.

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Cada feria elige como emblema lo que más vende o lo que más favorece a su proyección de ventas como corresponde a un entorno meramente comercial (ferial) y muy bien que así sea, pero si existiera una preocupación real por la literatura y la imagen del país se propondría, además, homenajes a grandes artistas y no sólo a Vallejo o a Vargas Llosa, por mencionar sólo un par de casos. Pero, siendo que existe una nómina de grandes escritores peruanos, las ferias deberían servir, también, para enaltecer a todos ellos, máxime cuando en sus obras existen inmensas vetas de riqueza tanto en el dominio de las formas como en la exposición de ideas, incluso en niveles superiores a los dos autores mencionados en primer término, pese a sus innegables condiciones y méritos.

Ahora, si se escoge autores orientados a los “márgenes” o en pugna con el establishment desde posiciones no privilegiadas (ni desde lo social ni lo económico), no viene nada mal la nota y bienvenida sea en tanto se busque solo un superávit en las ventas de los libros del autor.

De hecho, este ensalzamiento de los “marginales” es una cosa excelente en la medida que la supuesta argolla hegemónica limeña no tiene nada qué hacer ni qué ver con la alta literatura y a estas alturas debe ser claro para todo el mundo que en aquella no tan vana disputa de criollos contra andinos de inicios del siglo (I Congreso Internacional “25 años de narrativa peruana 1980-2005)”, ningún oponente estaba en condiciones de llevarle, ni siquiera, el maletín al capo Miguel Gutiérrez.

Miguel Gutiérrez.

Sin embargo, es curioso que autores tan importantes se vean en la condición de habitantes de los márgenes cuando deberían estar en el centro mismo de cualquier canon que pretenda imponerse. Quizás el maoísmo extenuante de la gente del Grupo Narración y del artífice de esa suerte de prodigio (trunco, pero magnífico como toda gran novela genuinamente desbordante y totalizante) llamado La Violencia Del Tiempo y su perenne oposición (casi hasta el final de su vida, previa sumisión de su radicalismo -hecho explícito en la variación de algunas apreciaciones político- intelectuales muy picantes en las ediciones que siguieron al lanzamiento del ensayo Un Mundo Dividido) hayan contribuido a que este último no obtuviera la proyección mundial que, sin duda merecía (siendo, inequívocamente, el único narrador peruano que podía y puede enfrentar a Vargas Llosa en cualquier momento tanto en la dimensión de la novela pura como en el del ensayo y la polémica).

Gutiérrez, pese a todo, ante los ojos de los académicos y los entendidos está (no puede dejar de estar) en el centro mismo de la narrativa peruana como referencia de dominio formal y ambición estética, aunque sea aburrido a veces -toda la verdad ha de ser dicha cuando hay oportunidad-, y, todo ello, pese a su filiación política (que todo el mundo encubre o maquilla como si le fuera a restar un ápice de su valor estrictamente literario).

Esto es curioso porque la izquierda tiene una preponderancia casi del cien por ciento entre la alicaída masa letrada dedicada a los menesteres de la literatura y la “reflexión” en el país, pero ni siquiera la izquierda es frontal respecto de su no tan remoto pasado adepto a la lucha armada y a la inevitable conclusión ochentera en la que los sueños de generaciones enteras fueron llevados a la práctica y demostraron que  aún el más pacífico sueño (y entiéndase bien que la lucha armada no era ni de cerca, obviamente, una fantasía pacifista) se puede tornar  en una  pesadilla sangrienta en cuestión de segundos.

Con la posición política de Gutiérrez y su reacción desde la izquierda sucede todo lo contrario que con Vargas Llosa (a quien se zahiere a la menor oportunidad sin ninguna clase de contención) y eso nos lleva a preguntarnos si acaso el radicalismo sea la única forma en la que un pensador peruano puede comulgar en torno a la creación de una obra lo más descomunal posible (en la medida de sus fuerzas) y no la mediana y baja producción de los “políticamente correctos” que son más modosos y aburridos que un té de abuelas puritanas.

Entonces, en este orden de cosas, ayer domingo 16 de Julio aparece en La República  una entrevista a Cronwell (sic) Jara, un escritor eficiente al que sus adláteres ensalzan hasta cierto punto que puede entenderse (aunque de ningún modo, compartirse), pero que no pierde oportunidad para hablar de Gutiérrez (cosa que podría hacerse en torno a su obra y a su pensamiento estético y político que harta madeja deja para hilar, máxime cuando rindió los elogios más encendidos a Abimael Guzmán en la primera edición de su notable ensayo al que aludimos en anteriores, La  Generación del 50: Un Mundo Dividido) como si Gutiérrez estuviera en su nivel.

Cronwell Jara.

Es decir, claro que cada uno puede decir lo que corresponda a un testimonio personal, pero, eso es en primera persona y si se habla de terceros debe hacerse un ejercicio de rotunda claridad en torno a la obra y al pensamiento estético o político de aquellos, es decir, sin incidir en develaciones personalistas, sobre todo, cuando los otros ya no pueden devolver el guantazo.

Acaso a Gutiérrez realmente le caería mal Jara como afirma el autor de la, sin embargo, apreciable novela Patíbulo Para Un Caballo, pero existen muchas posibilidades que justificarían ese hipotético rechazo. Lo primero sería la insolencia de Jara en torno a creer que está a la par o, peor aún, por encima del intenso autor de Hombres de Caminos. Siendo que cualquiera se pondría de mal humor ante una impertinencia semejante (que raya el borde mismo de la calumnia (latu sensu, desde luego) o el ultraje), imaginémonos a un autor de genuino y comprobado talento…

En fin, todo lo que conlleve a una equiparación entre Gutiérrez y cualquier otro narrador peruano, solo puede establecer un parangón con Vargas Llosa (no hubo -ni hay en este momento- dos escritores estéticamente más ambiciosos que ellos, aún cuando las mejores novelas de Gutiérrez son posteriores hasta en dos décadas a las mejores narraciones del Boom y del mismo Vargas Llosa en las que, sin duda, el brillante piurano maoísta vio un entramado formal muy llano a ser asimilado -o confrontado- como un muestrario de fácil aplicación para cualquier escritor atento).

Debe precisarse, respecto a la obra de Gutiérrez, que la pericia formal, la desmesura del fondo y los contenidos orientados a pensar el mundo y al país (incluida la identidad nacional), como no se había hecho antes en la narrativa peruana con excepción del mejor Vargas Llosa (en Conversación en la Catedral, sobre todo) constituyen tres columnas ciclópeas ante las que muy pocos se pueden oponer.

Cronwell Jara es un escritor de oficio que exhibe un muy bien cuidado lenguaje poético por ciertos tramos (poético no por florituras ni ridiculeces sino por una contundencia plástica y sonora distinta a la de la mayoría de desangelados narradores nacionales y eso tiene un mérito indiscutible), pero no está, ni por asomo, en condiciones de echar sombra sobre un tipo como Gutiérrez, individuo tan por encima de contiendas de cualquier tipo a tal punto que podemos afirmar que ni siquiera su compromiso político puede ensombrecer su prestigio y calidad. Mucho menos en lo que toca a asuntos personales aún cuando, noblesse oblige, en la citada entrevista, Jara prodiga uno que otro elogio y hasta exhibe un cierto resquemor por no haberse llevado mejor con su paisano pese a no pocas coincidencias (desde su perspectiva) como haber nacido el mismo día en la misma ciudad.

De todos modos, leí la entrevista (hecha por Pedro Escribano) y hallé el pasaje en el que se menciona a Gutiérrez e hice todas estas reflexiones acaso intempestivas, pero necesarias e inevitables en su dispersión, lo que me lleva a desear el advenimiento del día en que la escena cultural y literaria nacional enaltezca lo que debe ser enaltecido y problematice lo que corresponda sin encubrimientos, medias verdades ni alcahueterías de ningún tipo.

Alguna vez habrá una Feria Internacional del Libro dedicada a Miguel Gutiérrez, César Moro, Juan Ojeda, o, incluso, Raúl Deustua, y será extraordinaria pues se enfocaría al público promedio incipientemente culto o en pos de la cultura hacia obras que sólo pueden enriquecerlo (siempre y cuando no le asignen las exhibiciones a los fríos esnobs que los dejarían en la condición más abandonadamente tediosa que puede haber como sucede en la Casa de la Literatura y en otros entornos parecidos).

No vayan a pedir nomás que se debe tomar el poder en la Cámara Peruana del Libro o el Ministerio de Cultura para viabilizar las urgentes reformas que obviamente los involucrados en el presente no tienen como resolver, aunque nada es desdeñable si se va a favorecer a nuestro país.

Este texto está dedicado a la memoria del capo piurano novelista total cuya muerte sucedió un 13 de Julio de hace siete años (2016). No hubo tiempo de hacer un homenaje en su momento, pero de algo han de servir estas líneas.

¡Requiescat In Pace!

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