Ya estamos listos, desde hace varias semanas, aunque el sol no salga para todos, pero allí andamos, alistando la gorra, las gafas, y la ropa de baño.
La playa fue, y sigue siendo considerada como una de las fuentes de diversión y esparcimiento para los mortales más sensuales, y para los que tampoco lo son (recuerden a los viejitos de la saga Cocoon gozando de ellas), no olvidemos que se encuentran en todos los rincones del mundo, y con sus mejores e irresistibles atributos; están por ejemplo: las de la Costa azul en Francia, las de Sidney en Australia, las de California en los Estados Unidos, el Caribe, y el mítico Hawai que incluso inspiró una serie ochentera para realizar las más inimaginables fantasías. Y en Sudamérica, famosas las de Punta del Este, Mar del Plata, y el eterno Río de Janeiro con sus maravillosas Ipanema, Copacabana, Leblón, Botafogo, y la estrecha Arpoador.
El Perú nunca será la excepción, porque las tenemos a lo largo de toda nuestra extensa costa, desde Tumbes hasta la heroica Tacna; no olviden que figuras tan importantes de la literatura “encallaron” en alguna de ellas; Ernest Hemingway sucumbió ante la magia de Cabo Blanco,enigmática caleta en Piura, y Herman Melville (antes de escribir Moby-Dick) no se resistió ante la chicha peruana en un bar del Callao, al igual que el no menos famoso autor de la Isla del tesoro, Robert LouisStevenson. Y si se trata de épocas más contemporáneas, Paul Anka y Neil Sedacaincursionaron en el otrora Palm Beach de la Herradura sesentera, por cierto, hoy una playa olvidada por la comuna limeña y chorrillana, en la que El Suizo llora por la ausencia de los comensales, y con un desaparecido club Samoa que anda en ruinas, al costado de “Las Gaviotas” abandonadas a la suerte de la inclemente intemperie.
Recuerdo en los ochentas, que la hora Inca Kola, hablada por una susurrante voz, reverberaba en los parlantes a lo largo de toda la Herradura, antes de pedirme una butifarra en El Cortijo, y luego asomaba hasta la arena para ver a una lindísima Gladys Arista (precisamente era modelo de Inca Kola) en breve bikini amarillo tomando el Sol. En esa época estaban muy en boga los bronceadores para darle tono a la piel; la marca Coppertone era una de las más pedidas, incluso una tienda-Herboristería de la calle Grimaldo del Solar se hizo conocida por ofrecer unos a base de zanahoria, sencillamente, porque los protectores solares aún no existían, y Al Gore todavía no hablaba de su “verdad incómoda” y el calentamiento Global, y la debilitada capa de ozono.
De igual forma, el resto de la Costa Verde brindaba sus atributos, con las playas Pescadores, y Agua Dulce, que inauguró hace 34 años el primer tobogán en el Perú. Ambas eran concurridas por gente más descomplicada, que efectivamente, como cantaba un indeseable y feo vocalista noventero, se llevaba el cebiche en bolsa y la sopa en botellón;a diferencia de otras familias que con cocina portátil de kerosene preparaban un suculento arroz con pollo para toda la “collera”. Y si de placer se trataba, para los más “arriolas” había el servicio de carpa al paso, para brincar con la enamorada (conocidas por sus coloridas lonas a rayas rojas y blancas, y azul con blancas) a cinco soles el cuarto de hora, y a quince por todo el día.
A diferencia de los Yuyos, Las Sombrillas, Barranquito, y las Cascadas, muchos años antes que se vuelva la predilecta de los travestis (las 3 situadas en Barranco), en el que se practicaba la famosa paleta de playa, y el disco Zum (una especie de boomerang que se lanzaba con un brazo hacia el mar, y volvía con el propio viento).
Uno, o dos kilómetros más al sur, para el lado de Miraflores, La Redondo, Makaha, y Waikiki la rompían con su ramillete de sirenas que se tiraban con sus toallas sobre las encendidas piedras a la orilla del mar, épocas, en las que aún no existían las academias de surf, y mucho menos La Rosa Náutica, y el Muelle Uno, que ofrecía importantes conciertos musicales.
Y en el sur, el hoy famoso boulevard de Asia (la pituquilandia del verano), tampoco hacía su aparición, y solamente brillaban las playas de Pucusana, San Bartolo, y Punta Hermosa, con su famosa El Silencio, que fungía de exclusiva (hoy toda la periferia acude a esta playa),e incluso se decía que había nudismo.
Hoy la Costa Verde, no deja de ser enigmática y atrayente, pero también arrastra signos de modernidad que desmerecen su verdadera naturaleza, la de disfrutar del mar y el Sol, porque se ha convertido en un arroz con mango…con un Yacht Club que permanece abandonado, un tráfico vehicular infernal a toda hora, y en los dos sentidos que bordean los acantilados secos y nada verdes ( hasta la segunda mitad del siglo XX se apreciaban los famosos “chorrillos” que caían entre el acantilado), un restorán en plena playa, que luchó por años para apropiarse de las orillas, y al parecer, lo está logrando porque hoy el mar se encuentra más cercano a sus ventanales que mejoran su vista, y le siguió otro, que levantó sus estructuras en plena playa quitándole área a los bañistas durante la gestión de Martín del Pomar.
Pero, a pesar de toda esa pluralidad convertida en un laberinto social, en el que todo mundo no para de atropellar los derechos del otro, las playas nunca dejarán de ser bienes de uso público, inalienables e imprescriptibles, tal como lo señala la ley peruana, así que, a coger los anteojos, el bloqueador solar, la toalla, y a emprender un largo día de sol y playa.