Cultura

La influencia occidental de Murakami: Kafka y García Márquez en la pluma del japonés

Lee la columna de Julio Barco

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Recientemente, los lectores del mundo quedamos sorprendidos ante el nuevo premio al novelista Murakami: Premio Princesa de Asturias de las letras[1]. Este nuevo reconocimiento solo confirma la calidad de una obra que viene trabajándose hace muchos años y es siempre voceado para el Nobel. Se habla mucho de lo aislado del autor de Tokio Blues de otros autores de su región. Es fácil encontrar guiños a varios autores europeos y latinoamericanos en la obra del japonés; así, literariamente, a veces, nos preguntamos qué lazos subterráneos unen a su literatura con esta influencia.   

      Pensemos, por ejemplo, en Kafka y García Márquez. Yo me atrevo a decir que los ata la fantasía realista[2]: son autores que, en sus diferentes historias, abordan temas fantásticos con aquella levedad tan propia de un Ítalo Calvino[3], otro autor de la misma prosapia. En todo caso, el árbol central es Kafka: de sus ramas, brota García Márquez y Murakami.

     En Cien años de soledad conoceremos a una familia que vive mil peripecias: hijos con cola de cerdo, mujeres que levitan, lluvias que duran once años. En Murakami leeremos sobre pozos, duendes, espacios no físicos, hombres que hablan con gatos Y en Kafka, como ya sabemos, hombres que se transforman en insectos o son llevados a juicios sin razón conocida. En estos tres casos no es difícil encontrar un punto en común: las situaciones que desatan estos escenarios se toman con natural: la fantasía brota de la misma normalidad. Este es, claro, el tema principal de lo fantástico del siglo del siglo XX: si en otros siglos, se tenía que recurrir a escenarios alejados, a remotos espacios, ahora, lo fantástico sucede hasta en tu propia habitación.

     A Kafka no solamente le debemos esta propuesta, sino el hecho de ser uno de los escritores que no muestra un heroísmo: es el escritor que, sin armaduras ni modos de sostenerse, se alimenta del día a día. Sobrevive, de modo valiente, la propia homogenidad del diario ser y estar. Basta leer las innumerables cartas que le mandó a Felice Bauer para comprobar el grado de suplicio diario entre su quehacer como laboral y su quehacer espiritual. Como el autor de La metamorfosis solo piensa en literatura, se ve, sin embargo, inmerso en un aislamiento producto de una sociedad materialista; sus ánimos creativos se desatan en la plenitud de la madrugada, donde crea su angustiosa obra. Sin dormir, ojeroso, la vida le pasará factura. Su novela más famosa se intuye, en realidad, como una metáfora del mismo ser atrapado en esa vida rutinaria carnívora. Como se sabe, iniciada la Primera Guerra Mundial, el amigo y editor de Kafka, Max Brod, huye de Praga con una maleta llena de papeles inéditos del autor [4] checo. Después de acomodarse en el Mandato Británico de Palestina, inicia un trabajo de difusor de la obra del genial autor. Lo que logran Márquez y Murakami es más interesante: autores de la época de la sociedad de masas, sus obras son productos que llegan con ansias a todos lados.

     Si Kafka tiene que escribir una carta a su padre diciéndole que lo que más ama es la literatura y no la carrera de abogado de la familia, o su trabajito de empleado público; en Márquez y Murakami la situación ya se resolvió: la literatura es una forma de vida posible, escribir es crear productos que generan sostenibilidad.

     Así, el quehacer de cada autor tiene sus contrastes, pero el resultado tiene efectos similares. El japonés se impone como una continuidad de cierto discurso de occidente, es verdad, donde la necesidad de fundar el mito —asunto que la ciencia no puede resolver— juega a favor de lo literario y artístico. Ya sea porque usa el nombre del autor de El Proceso en uno de sus libros, o sigue la senda de la música más popular de América.
     En el arte, no se busca que la literatura sea un espejo de la realidad, sino una posibilidad para reverberarla, recrearla, motivar nuevos y fantásticos escenarios. En ese sentido, Murakami absorbe las influencias de la sociedad industrial, las angustias y mitologías que no encuentra otra mística que lo racional y automatizado; sin embargo, en el trabajo de sus artistas cae la tarea de buscar una respuesta más allá de los límites impuestos. Cae, en resumen, la tarea de crear mito y fantasía que libere, un instante, las cárceles de lo racional.


[1] Premio que merecieron autores como Roth, Paul Auster, Vargas Llosa, Anne Carson, Adam Zagajewski, entre otros.

[2] Y añadamos a pie de página que los ata la furia literaria. Son autores que no podemos imaginar al margen de lo literario, que necesariamente son escritores a tiempo completo y/o viven para crear su obra de modo compulsivo.

[3] Sin embargo, esta ligereza no es parte solo y exclusivamente del siglo XX; para prueba de ello, abrir cualquier página de Las mil y una noches.

[4] Sin olvidar que Kafka conoce a Felice Bauer en la casa de Brod.

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