Opinión

La incorrección política del neo – fujimorismo

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Manifestantes usando polos con frases estampadas. Colectivos portando carteles y pancartas. Frases: muerte al comunismo. Carteles: Pedro Castillo aplastado por una bota. Pancartas: un sombrero cajamarquino tachado como símbolo de peligro. Jóvenes con antorchas recreando el ritual del Klu Klux Klan.  Tuits de influencers que piden no hacer turismo en Cusco ni mandar frazadas a Puno. Comunicados que exigen macartismo para los artistas antifujimoristas. Chats filtrados donde se anhela la desaparición de todos los serranos de mierda que votaron por Castillo. Keiko y sus adláteres cantan el himno nacional. Keiko y sus adláteres estiran las manos. Keiko y sus adláteres haciendo el saludo romano. ¿Cómo se llama la obra?

La marcha, “por la libertad y la democracia”, sacó a la palestra una variada simbología de corte fascista que fue trasmitida, sin empacho, por la prensa concentrada. Algunos desavisados dicen que fue una marcha democrática, que se está tergiversando su “espontaneidad” y que no hubo manifestación de tipo racista o fascista. No es cierto.

Para comprender el fenómeno, en su complejidad histórica, se puede desandar el camino y llegar hasta los tiempos de Sánchez Cerro, la Unión Revolucionaria y las camisas negras. Sin embargo, este neo fascismo criollo (desperdigado en grupúsculos que no han tenido mayor trascendencia durante los últimos años) catalizó en la candidatura de Rafael López Aliaga.

El popular “Porky” —venido de los escombros de Solidaridad Nacional y heredero de las privatizaciones fujimoristas— se convirtió en el outsider político, apelando a la incorrección política y  al populismo, con un estilo Trump – Bolsonaro.

Su estrategia de campaña se manifestó en diversos niveles —fue un menú a la carta— de acuerdo al elector. Con los grupos empresariales se mostró calculadamente agresivo; con los sectores populares utilizó un lenguaje procaz y ramplón; con los jóvenes se valió de la incorrección política. Se apoyó en grupos conservadores, en sectores del empresariado, en reservistas, escuadristas, influencers y otros círculos de diverso cuño. Y emprendió una guerra contra la prensa “mermelera”, el enfoque de género, los comunistas, Odebretch. Los resultados son conocidos: no llegó a la segunda vuelta, hizo berrinche y declaró, durante varios días, que le robaron la elección.

Pero su acto más incendiario sucedió después de las elecciones de primera vuelta: cuando pidió la muerte de Cerrón y Castillo, en un espacio público. Semanas atrás, había realizado una parafernalia con un grupo de reservistas, donde le entregaron una bandera, mientras recreaba rituales de corte “patriótico”. Con todas esas credenciales reforzó en sus adeptos conductas desaforadas. Aunque perdió las elecciones, sus caballitos de batalla (lucha contra el comunismo y lucha contra la prensa “mermelera”) quedaron intactos. Al declarar su apoyo a Keiko Fujimori, le traspasó también sus caballitos ganadores.

El caballito de “lucha contra la prensa mermelera” no fue utilizado por Keiko Fuimori, pues ella no necesitaba luchar contra la prensa —sino dirigirla— tal como lo hizo. El caballito de “lucha contra el comunismo” —por el contrario— robusteció a Keiko Fujimori, en la segunda vuelta. Aprovechó la improvisación de Castillo y el ideario radical de Cerrón, para liderar su “lucha contra el comunismo” lo que le evitaría al país, ser como Venezuela.

Se posicionó como la única defensora de la democracia y la libertad, se quitó el polo naranja y se adueñó simbólicamente de la camiseta nacional: desde entonces, Keiko es la encarnación de la patria. Para sostener esta narrativa se valió de diversos mecanismos.

Con el núcleo duro del fujimorismo mostró su dureza y reivindicó el gobierno de su padre; con los sectores religiosos se valió de un discurso pro – religión y anticomunismo; con los jóvenes utilizó la incorrección política de los influencersporkystas” y con el pueblo magnificó una campaña del terror, amenazando con el cuco del comunismo, que llamaría a la puerta si no votaban por ella.

La recreación neo – fascista del último sábado es parte de esta estrategia. Sus orígenes históricos remiten a la Unión Revolucionaria, a la Italia de Mussolini, al Klu Klux Klan. Sus orígenes recientes provienen del caballito de batalla anticomunista, que Porky legó a Keiko Fujimori. Manifestaciones del mismo estilo se han exhibido, años atrás, en algunos estados de U.S.A., en España, etc. En Perú no eran evidentes, hasta el viernes.

No se puede negar el trasfondo de desprecio racial, colonialista y clasista, que son la base de estas representaciones de fascismo criollo; pero se debe atender otro punto crítico, aparejado a esta mecánica: la incorrección política juvenil.

Y es que el caballito de batalla que Keiko heredó de “Porky”: “la lucha contra el comunismo”, tuvo gran llegada en diversos sectores juveniles, que ya estaban cansados de todo lo que para ellos significaba el comunismo: el lenguaje inclusivo, la superioridad moral, el progresismo, el rechazo del machismo, la dignificación de lo gay. En suma: la izquierda heroica, censora y puritana.

Desde la masificación de las redes y el internet —en casi todos los estratos sociales limeños— existen diversas páginas, grupos de troles e influencers que juegan con una narrativa chauvinista, anticomunista, antiprogre, anticaviar. Conectan con sus seguidores gracias al uso de un lenguaje procaz, vulgar, destemplado: un estilo que engancha rápidamente en diversos sectores juveniles. Se adhieren al pensamiento libertario, al discurso de ultraderecha. Sus ídolos son Milo Yiannopoulos, Javier Milei, etc. Tienen redes, foros, grupos y canales de YouTube. Y hay también páginas públicas, de corte abiertamente fascista, que reivindican todo lo relacionado a esta ideología.

Pero esta variante criolla se inspira en un fenómeno creciente a nivel mundial: el rechazo ultraderechista contra “la influencia globalizadora”, el progresismo y  la izquierda. Sus armas, en gran medida, son la ironía, el sarcasmo y todo lo que sea políticamente incorrecto.

Si antes —en los 60s, en Norteamérica, por ejemplo— la izquierda tuvo a la incorrección política y a la ironía como armas; hoy toda esta dinámica ha pasado al uso de la ultraderecha. Con tales armas en ristre no es difícil conseguir el fervor juvenil, como se puede imaginar. Esto es consecuencia del giro progresista hacia un puritanismo censor  y sagrarista: se dejó una puerta abierta para que la ultraderecha se haga con todas esas herramientas, que tanto éxito le reportan hoy en día. 

Lo que sucedió en el evento del sábado fue, sencillamente, la visibilización de estos grupos, que pululan por diversos espacios, canales de youtube y foros de Internet.

La versión criolla de esta ultraderecha es un Frankestein, que ha tomado forma apresuradamente. La exaltación patriótica se materializa con las camisetas nacionales y las banderas; el enemigo particular toma cuerpo en Pedro Castillo y todo lo que él representa, el enemigo general es “el comunismo”; las fake news son el “fraude electoral”; el pasado simbólico y heroico se inicia con la Constitución fujimorista; el macartismo se aplica contra los “privilegiados” antifujimoristas que critican al modelo y a su creador.

Es evidente que el gran caudal de personas, que asistieron al campo de Marte, no comparte esta ideología. Muchos han sucumbido a la campaña del fujimorismo y no desean que el país se vuelva “comunista”. Sin embargo, los grupos de ultraderecha han visibilizado sus símbolos. El clímax llegó ya entrada la noche, con Keiko Fujimori rodeada de sus jóvenes adláteres, cantando fervorosamente el himno nacional y con el brazo estirado hacia adelante.

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