Opinión

La hora del lobo, de Ingmar Bergman

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¡Vaya continuación de Persona (1966)! Necesidad de amor (en el sentido de unión benéfica, protectora, salvadora, productiva) y caída en (y huida de) la simbiosis (en su aspecto destructivo). La hora del lobo (1968): continuación de lo mismo, del camino abierto en Persona, con semejante profundidad y brillantez, pero haciendo uso de otros procedimientos formales. Cabe recordar que la forma nunca es solo ‘forma’. O que la forma ‘forma’ y sin ella ¿de qué podríamos ser o seguir conscientes? 

Bergman necesita una película, otra más, para corporizar o mostrar en imagen a sus demonios, o fantasmas. O criaturas míticas; pero bien concretas, que amenazan con acariciarlo para enseguida devorarlo. De ahí la magnitud de la angustia del protagonista. Pero al plasmarlos en esta película, Bergman decide (o eso le sale) ser más literal y explícito. Y más imperfecto, más arriesgado, más confuso: ‘desestructurado’. Más ‘moderno’.

Dichos seres o presencias ‘en carne y hueso’ de sueños, o deseos, o percepciones, o ‘contenidos inconscientes’, son una curiosa contraparte de los monstruos jocosos de un Fellini (tan vitales y paganos), o de los de un Buñuel (de transparente origen cristiano). También están esos entes burgueses repulsivos y cómicos, sin dejar de ser siniestros, que uno puede encontrarse en más de una película de Polanski.  

La personalidad de los monstruos no es más que un sinuoso diálogo íntimo con quien los padece y aloja. ¿Qué hacer con ellos, por ellos, contra ellos? ¡Si están dentro suyo! ¡Si son ya él! Así que cuánto queda de él. ¿Hay algo aún por rescatar, o que se puede recuperar? Intentar defenderse de ellos, es decir, huir, parece ser, para el protagonista, la única manera posible de enfrentarlos. Al no poder integrarlos dentro de sí ‘ellos’ lo desintegran…

En su libro Imágenes (1990) Bergman reconoce el personaje ‘escisión’ del que viene La hora del lobo: Aman, en El rostro, Ester en El silencio, Tomas en Cara a cara… al desnudo, Elisabeth en Persona, Ismael en Fanny y Alexander…

 El cine consta fundamentalmente de ‘apariciones’ en el teatro de la conciencia. El juego de fuerzas que somos. En un puñado de sus películas Bergman llega adonde muy pocos pueden o quieren o se atreven. ¿Alguien más se atreve a intentar ir ahí?

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