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LA HIPERINFLACION DE BRUNO DUMONT

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La película bien podría llamarse pescadores de hombres (por su explicita referencia a Holocausto Canibal) o Merry Puppins 2. Grandes planos y un homenaje al Gordo y el Flaco con un final a lo Harry Potter. Alguien debería decirle al Sr. Dumont que las levitaciones ya pasaron de moda. Cuando Dumont hace comedia termina haciendo dormir a tu pareja. Ojo, no recomendable para citas.

La película de Dumont (la primera del autor de L Humanite que veo en una pantalla grande, por fin no tuve que ir a comprar la versión pirata en polvos Azules) casi, casi lleno la única sala donde se proyectaba. Tenía su hinchada Bruno, entre ellos papá Bedoya y Bedoya Jr. La mayoría hombres arriba de los treinta años con barba, creo que en su mayoría potencialmente divorciados o solteros sin flaca.

Yo fui con A. Lombardi, experta en cine blockbuster, ella es más de películas de grandes productoras tipo Columbia Pictures o Paramount o la MGM. O sea, que es más de las películas de Michael Bay. Al principio medio se divertía con las enormes caricaturas del inspector y su asistente Malfoy. Pero a medida que avanzaba la película era notorio que  se comenzaba a aburrir.

En eso Dumont es un maestro (yo apenas logre mantener el ojo abierto cuando vi  La Vida de Jesus  hace dos años en casa de  mi migo Diego, y eso que tomé 2 tazas café antes). No es que fuera la película  plana, es que los gags eran muy simplones,  repredecibles. Ver caer y girar como pelota de playa al gordísimo inspector más de gracioso tenía de morboso. Por otro lado los planos eran preciosos. Esas imágenes de la costa francesa son propias de un cuadro. Lástima que no alcanzó para salvar la película.

Angie se impresionó con esas tomas panorámicas, que el autor se molestara en mostrarnos la belleza de la locación es una oferta de contemplación. Eso sí, el final de la película medio la decepcionó y los gags más graciosos le resultaron abiertamente ridículos (“es más risible ver a la vaca de la parodia de Matrix disparando su leche de las ubres”).

Cada plano de lugar estaba estudiado al milímetro, lamentablemente la historia  se atoraba, caía como el inspector obeso, y no había quién lo levantara. Más de una hora de película fácilmente se pudo haber cortado, pues no aportó nada. La última media hora contra todo pronóstico la película se disparó. Ver a Minoche correr tras Billye, correr hasta volar con ese vestido de la Belle Epoque, era ver a Merry Puppins en acción. Peor era ver a la tía de Billye de repente ascender a los cielos cual asunción de la Virgen.

Ya Dumont había hecho levitar a su protagonista de L Humanite (1999), Pharaon de Winter. Pero esa vez era más creíble y místico. En esta comedia apenas hizo cosquillas. Y para colmo la hiperlevitación, o mejor dicho la hiperinflación del inspector obeso. Ese inspector que no dejaba de caerse  a lo largo de la película. Yo conté unas 8 caídas (¿ustedes cuántas?).

Ese obesos grasiento, esa bola de cebo sobrealimentada causante del hambre en Somalia, verlo hincharse y ascender a los cielos mientras Malfoy lo ataba con una cuerda cual globo de helio era lo más chistoso de la función. Ascender y no perderse. La gente corriendo tras él (el cura, el coronel, Malfoy, los protagonistas, todos tras un globo de grasa). Y finalmente caer gracias al oportuno disparo de revolver del coronel que lo devuelve a tierra (descuiden, felizmente no perdió en la caída ni un kilo de su anchura), y el abrazo final en la playa, hermosamente tonto. Bien pudo ser esa escena la ida del Chavo del Ocho de la vecindad, solo que en vez del Chavo hubiera sido el Sr. Barriga.

La actuación. La Minoche, aburrida. El chico-chica (Billye) fue un acierto. Jugar con la incertidumbre   de su sexualidad fue el único misterio a la vista. Era una especia de Rimbaud a ratos travestido de muchacha. La Nout, el joven que  ayudaba a cruzar a los turistas los arroyos cargándolos con sus brazos por solo 20 centavos, estuvo interesante. Fue realmente sublime el momento en que La Nout (que tenía un problema con decir siempre la Che, siempre decía Chenor, chechoria, chi, cosas achí) al descubrir que el chico-chica de Billye, del que se había enamorado  era hombre (cuando lo carga, parece que llega a agarrarle de la entrepierna y sale a lucir el horror para este  joven caníbal de estar enamorado de un hombre, de estarse comiendo a besos a otro hombre) lo arroja al agua y con música de fondo (un acierto de Dumont) lo comienza a golpear. Fue un acto homofóbicamente, decimonónicamente sublime. El más bello de la película.

En cuanto a la narración de la historia, no voy a dar spoilers de familias de pescadores caníbales de veraneantes. O la extravagancia   de los burgueses de la época y sus relaciones incestuosas  de matrimonios industriales entre primos en segundo grado. La película tiene su gracia. Histerismo jorobado con ataques de levitación y antropofagia. Si has visto Petit Quinquin de Dumont (su miniserie, porque hasta Dumont se mudó a la televisión) entonces lo has visto todo.

A propósito, el hecho de que los pescadores raptaran veraneantes burgueses para comérselos es el claro leit motiv religioso de Bruno. Están presentes estas lecturas místicas vicentinas en todas sus películas. Nunca pierde la oportunidad de arrojarnos una parábola vestida de paradoja y dejarnos absortos con la boca abierta. Pescadores pescando hombres, veraneantes, para comerlos crudos en un cubo de sangre, cual eucaristía pagana de la fraternidad entre los hombres. Simplemente  Dumont.

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