Opinión

La hija pródiga, de Mabel Valdiviezo (2024)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Llama mi atención: por todos los temas que toca, aunque no toca su fondo. Sigue atrapada, sigue ‘dentro’, eso muestra, pero sí, trató, y sigue tratando de salir. ¿Debería aceptar que la gente es como es y que tiene que buscar en otra parte, en otros seres (siquiera de modo relativo) a ‘la familia perdida’? Pero empieza a hablar, a articular en imágenes y en palabras lo que la atormenta.

Nuestras familias, nuestros valores, nuestra mentalidad, enfermas, ‘normales’. Hay que cortar, romper, penetrar para criticar, es la función que nos compete. “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Una pulsión ética irrenunciable, un amor a la vida que no pasa por ‘comprenderlo todo es perdonarlo todo’. 

Y si me preguntan por el precio a pagar, respondo que ya estamos pagando caro el precio de no hablar, desde el momento de conciencia en que ya podíamos empezar a hacerlo. Y sí, es cuestión de vida o muerte. Pues hasta podría somatizarse. No hay alternativa. ¿Por qué temer tanto a la crítica? ¡Si es justa! La película muestra esa lucha interior.

-O por lo menos empecemos por el retrato, casi la foto, o el dibujo. Que, entre los grandes, ya es un análisis, una visión profunda, una travesía, un atravesar la esencia de los seres y las cosas-.  

La directora-protagonista, con su búsqueda artística, su formar parte del movimiento subte, con su salida de su país, responde a la circunstancia de una familia como tantas otras, habiendo mejores y peores, y semejantes. Y pretende un testimonio y pretende usar su película como un vehículo de sanación, de reconexión con su familia. ¿Lo logra? De alguna manera. ¡Se culpa mucho!

Me pareció simpático ese acto-gesto de pintar las fotos. Los colores son las emociones no expresadas o no expresadas a plenitud.

La confesión a la madre, la confesión de ‘pecados’, es muy sintomática; se nota ahí el conservadurismo, el sometimiento a valores hipócritas, creo que mucho del cine peruano tiene ese conservadurismo, ese freno.  

Pienso en la utopía de la reconciliación. En la dependencia de nuestras familias, no muy sanas. El arte mismo es nuestro país, nuestra manera de escapar, pero de las mentiras, de una vida limitada, inauténtica, y provocar el encuentro con el corazón de nosotros mismos. Y con otros como nosotros.

*Película vista en el Cineclub UCH

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