En esta última temporada de verano, no asistí mucho a las playas de Lima; y creo que una de las grandes razones, es el hecho de haber perdido esa magia y encantos que las caracterizaba en los setentas y ochentas.
Me acuerdo cuando aprendí a correr olas. Fue en la playa La Herradura, la que tenía la ola más grande del litoral; era limpia, cristalina, y perfecta; con buenas series de cinco en cinco.
La Herradura era el encuentro de toda la gente que amaba la moda y el buen gusto. A la playa, llegaban las chicas más lindas y exuberantes de Lima, para estrenar los más atrevidos y brevísimos bikinis de marca, mientras que nosotros (una pandilla de mocosos) apenas lucíamos unos marcados “pectoralsitos”. Pero de todas formas, nos metíamos al “Cortijo” con aires de “agrandados” para gozar de sus famosas cremoladas, y ocasionalmente bebíamos las “chelas” al ritmo de los Dire Straits, que se imponían en las listas del Ranking Billboard, que en esa época trasmitía radio Panamericana en la Frecuencia Modulada. Pues, el “Suizo” era demasiado para nosotros. Porque allí, solo entraban los viejos “fichos” a la caza de jovencitas, bajando de sus legendarios coches, todos americanos e imponentes (Mustang, Lincoln, Camaros, Thunderbird, Oldsmobiles, etc).
Así era La Herradura, un paraíso reinante que marcó modas y estilos. Estaban también el club Samoa para gente “bien” y el moderno edificio “las Gaviotas”, del cual, bajaba a la playa un chiquillo que residía en el tercer nivel, y nos prestaba su pequeña “sunset” para poder deslizar las olas y nosotros le llamábamos “pelo de choclo” por el color de su cabello que era rubio oro, y tenía una hermana muy bella, casi idéntica a Broooke Shields, pero ella ni nos miraba, porque pensaba que simplemente éramos “escoria”. Pero algo que nunca olvidaré, es la vez que “pelo de choclo” nos invitó unos suculentos “sanguches” traídos del mismo “Cortijo”; pues tuvo la bondad de invitarnos a devorarlos en su propia terraza de Las Gaviotas, a pesar de que sus padres nos ponían gesto adusto. Y nosotros nos sentíamos como burgueses observando las costas de Saint-Tropez. Porque les aseguro que la vista desde allí, era como estar en la zona Vip de la playa.
Al morir la tarde, empezaba la hora del “Sunset”, y una vez que el mar se comía al Sol; mi “mancha” y yo, nos alistábamos para partir, y al subir por el serpentín, solo tirábamos dedo y algún amable señor nos daba el aventón y en el momento de cruzar el túnel, pegábamos unos alaridos en son de euforia, para demostrar un día más de triunfo playero.
Eso y mil cosas pasé en La Herradura. Recuerdo también que cuándo abrieron el salsódromo “La Maquina del Sabor 2”, una orquesta estable tocaba un buen “son” en plena tarde, y simplemente salíamos del mar empapados y así en bermudas ingresábamos a rumbear hasta avanzada la noche en que salíamos a gatas.
Pero aquel día funesto le llegó a la Herradura. El alcalde Chorrillano Pablo Gutiérrez a finales de los ochentas sentenció, quizá sin imaginárselo, la peor pena de muerte para La Herradura. Se le ocurrió hacer un camino que salga a La Chira; y mandó dinamitar la zona rocosa del extremo izquierdo al pie del Morro Solar, causando así que los fragmentos de piedras alcancen a la orilla, para reemplazar a la arena y así se pierdan irreversiblemente 100 metros de playa. A partir de ese momento, nada pudo ser igual, y todos los que amábamos a La Herradura tuvimos que resignarnos a conservar una herida abierta que nunca pudo cerrar.
Así en definitiva, todos los que de una u otra forma disfrutaron de la Herradura desde los años veinte hasta la mitad de los ochenta, podrían hacer una extensa antología de memorias playeras dignas de publicarse para las nuevas generaciones. Y aunque hoy existe un extraño mega proyecto urbano (Costa Azul) para recuperar La Herradura en el 2015; es de seguro que nunca recuperará la magia y encantos que alguna vez nos hizo suspirar de sosiego y felicidad…