Los Fujimori son la sombra más oscura que se extiende sobre el país desde 1990. La subestimación de Keiko y Kenji debido a sus escasas luces intelectuales –que es peor y más peligrosa que ellos mismos– ha degenerado y no ha cautelado que la malicia, muchas veces, no tiene nada que ver con la inteligencia.
Si los hermanos Fujimori han llegado al extremo de pretender encabezar cada uno una facción del fujimorismo es porque lo hemos consentido con la proliferación de análisis superficiales y gestos tontos como enorgullecernos por haber vencido a Keiko en dos ocasiones durante los últimos diez años cuando deberíamos preocuparnos y asumir como una derrota que ella haya sostenido durante todo ese periodo el aval político electoral de casi la mitad del país.
En verdad, su pase a segunda vuelta en las dos ocasiones fue una demostración de fuerza, una verdadera fuerza popular, reaccionaria, embrutecida y hasta criminal si se quiere, pero fuerza al fin y al cabo, y tuvo que unirse todo el resto del país para apenas sobrepasarla. No deberíamos menospreciar este detalle sino perturbará a nuestra conciencia nacional que algún historiador fujimorista del futuro pueda teorizar acerca de la década del veto electoral a Keiko.
Otro gesto ridículo es endilgar a los votantes fujimoristas la idiota compulsión y consumición del táper como si no tuvieran fundados motivos, dentro de su compulsiva ignorancia o cinismo, para apoyar a todos los Fujimori y todo lo que ellos representan. Se tiende a creer en la profunda estupidez del pueblo y yo creo que no es tal, quizá sea ignorancia o cinismo, pero estupidez no.
Basta conversar con la gente de la calle para ver que no son nada ingenuos, saben bien como son los temas que se les presentan y si apoyan a los Fujimori es porque no los convencen otras opciones y porque el nefasto legado del viejo ex dictador no ha sido suficientemente combatido por parte de la “clase” política y, mucho menos, por la “intelligentsia”. La subsistencia de la constitución de 1993 es la prueba más contundente de la ineficiencia, desidia y falta de perspicacia de todos los involucrados en la lucha contra Fujimori.
Finalmente, sobre los hermanos que disputan el cetro del “partido” fujimorista debe advertirse que sólo hay tres opciones válidas sobre su accionar inmediato.
La primera es que Kenji haya logrado la madurez suficiente para hacerse cargo de la herencia política de su padre –es fama que Alberto siempre lo consideró su sucesor en el infierno que había dado en considerar al Perú del futuro–. Ante esta perspectiva, Keiko tendrá que aceptar su imposibilidad de conducir al poder a su Fuerza Popular y cederá el mando a su lúgubre hermano, aceptará la primera vicepresidencia y se hará cargo de manejar el Congreso, en tanto este dure bajo su égida dos veces malsana.
La segunda es que todo esto sea un bluff y al final la separación de los hermanos, incluida la suspensión de 60 días impuesta al menor por inconducta partidaria, sólo sea un modo de oxigenarse y de presentar ante la opinión pública la imagen de una fuerza política mucho más intensa e importante de lo que en verdad es. Tras una posterior –y ficticia– reconciliación expondrán que sacrifican sus ambiciones personales atendiendo, en primer lugar, el bienestar del país; aunque, de todos modos, Keiko declinará su propia ambición ante Kenji.
La tercera es, que, de verdad, se dé un cisma en el fujimorismo actual y que tanto Kenji como Keiko encabecen un movimiento independiente. El horror absoluto en esta distopia del averno es que estas opciones se disputen la presidencia en una atroz segunda vuelta enteramente fujimorista.
Un detalle, quizá, el más importante, la reiterada subestimación de Kenji por los medios, los espacios cómicos, sobre todo, le han dado una equívoca imagen de estúpido colosal. Sus gestos políticos demuestran que no lo es. Sin duda, es mejor candidato que la hermana –hasta César Hildebrandt se ha dado cuenta de ello– y eso puede pasarnos una factura muy pesada en 4 años. Intentaremos bloquear esa posibilidad, pero el problema más importante subsiste: no hay en el país opciones políticas que representen siquiera un leve progreso respecto de lo que se conoce en este momento.
El gobierno de PPK nos demuestra la casi absoluta inutilidad de luchar contra el fujimorismo toda vez que su gestión en nada se ha distanciado de un eventual e indeseable gobierno “naranja”. Esta razón, a algunos podría llevarles al abatimiento, a otros, al cinismo y la indiferencia, pero a unos pocos, los estimulará a seguir en pos de combate frente a tanta infamia. Asegurémonos de permanecer en este último bando, fortalezcámoslo y hagamos que crezca.
P.S:
El gesto de Hildebrandt, al publicar un artículo de Kenji Fujimori, es incomprensible desde la ética. Cuesta creer que el taimado periodista halle en Kenji una opción saludable para ejercer el poder a partir de 2021. Obviamente, no existen opciones electorales positivas para el país, pero optar por Kenji sería elegir deliberadamente ser transformado en un zombie.
Hildebrandt, no es un tonto, aunque haya tenido espantosas caídas como aquella “oda” que dedicó a Humala en su momento. Por ello mismo, el espacio que ha otorgado a Kenji Fujimori en su semanario Hildebrandt en sus Trece no puede considerarse un acto gratuito. Es curioso que el semanario salga de vacaciones inmediatamente luego de esta publicación y que no regrese sino hasta el 15 de agosto.
¿Acaso Hildebrandt ha sucumbido a la fascinación intelectual por el poder, así este sea una representación o una potencia del despotismo?
¿Acaso Hildebrandt quiere ser el próximo gran asesor de la historia peruana contemporánea?
No sería el primero en caer en este juego.
Procuremos que sea el último.