Opinión

«La generación equivocada», por Luis Fernando Cueto

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Los maltratamos, los humillamos, les dijimos que eran los peores estudiantes del mundo, que ni siquiera podían aprobar una prueba Pisa, que eran irresponsables, unos antisociales que no acataban el confinamiento impuesto por el gobierno, y ahora, ellos, nuestros hijos, nos están demostrando que siempre fueron mejores que nosotros, que son el país al final del túnel.

   La mayoría ha nacido en este nuevo milenio, algunos ni siquiera han votado en unas elecciones; están libres, por tanto, del pánico de la guerra con Sendero Luminoso y del oprobio de la dictadura de Alberto Fujimori, que se aprovechó de ese pánico para hacerse del Poder y saquear el país y destruir sus instituciones. No son como nosotros, los mayores, que vimos pasar el país como un tren en llamas, descarrilado, hacia el fondo de un túnel sin salida, y, pasmados, inmovilizados de espanto, no atinamos a hacer nada para cambiarlo de rumbo.

   No son como nosotros. Pero nos aman. Entienden que nosotros, los mayores, también somos parte de la patria, y nos aman. Pero no quieren repetir nuestra historia. No quieren vivir en un país fallido, en un remedo de democracia donde los corruptos se reciclan, rotan, y vuelven al poder. Se hartaron de nuestra historia; no soportan a esos políticos ignorantes y delincuentes a quienes nosotros nos resignamos a elegir. Tampoco creen en esos señorones rancios, lesbianos, miembros de órdenes secretas, dinosaurios de partidos en extinción, que viven con la mente anclada en la colonia y las manos en el presente, libres, bien ágiles para llenarse los bolsillos de dinero. Ni, mucho menos, en los aventureros, en esos mesiánicos descerebrados que prometen la salvación de la patria y solo traen la destrucción.

   Se cansaron del pasado. Son jóvenes; ya viven en el Perú del mañana. Por eso quieren construir un país a su medida, uno donde puedan forjar sus sueños, encaminarse sin miedo hacia el futuro. Y son valientes. Por eso salen a las calles y protestan, luchan, asumen el rol que les corresponde. Son conscientes que nadie, aparte de ellos, les va a dar el país que quieren, que nadie más les va a procurar los derechos que ellos reclaman. Son diferentes a nosotros. Por eso lo proclaman en sus pancartas: “Se metieron con la generación equivocada”.

   Pero ellos siempre tuvieron razón. Los equivocados fueron los políticos pillos de los últimos gobiernos, y los de los últimos congrezoos, que nunca los entendieron, que se confiaron, que pensaron que los pulpines nunca iban a madurar. Y los periodistas mermeleros, que los ningunearon, que nunca les dieron espacio en sus programas. Y los analistas trasnochados, mononeuronales, que los terruquearon, que creyeron que si no estaban con Merino apoyaban a Vizcarra, que si no eran derecha eran de izquierda, o al revés. Y los intelectuales, que nunca aparecen cuando las papas queman, que se esconden a escribir sobre un país que ya no existe, a soñar con sacar un librito y correr a tomarse fotos con el Nobel peruano, ser taurinos como él, marqueses como él, y tener un cuarto de hora de gloria eterna. Todos estábamos equivocados en este Perú al borde del despeñadero; todos, menos ellos.

   Y vienen con todo, son una fuerza incontenible. Después de 200 años de nuestra cuasi independencia, ellos quieren ser libres de verdad. Y están dispuestos a morir por eso. Y esa demostración de coraje, de pundonor, de amor a la patria, ha estallado en la cara de la clase política, y ahora esos señorones, esos corruptos, esos locos mesiánicos, no saben qué hacer, corren, se esconden en sus madrigueras, espantados al darse cuenta, recién, que esas marchas de protesta representan su ruina, el certificado de defunción que el futuro del país les ha extendido.

   Y vienen por más. No se van a detener con tumbarse al gobierno y al congreso. Van a seguir en sus trece; luego pelearán por una nueva Constitución, por una educación de calidad, por un país más inclusivo, con oportunidades para todos, en una democracia verdadera. Ahora son nuestra única esperanza, la luz al final del túnel. Y ellos lo saben. Y no se asustan. Ya están ofrendando sus vidas por refundar el país, por darnos una nueva patria. Su amor no tiene límites. Su enorme, su generoso corazón, ya nos entregó dos héroes nacionales. Y van por más. Ellos no se van a resignar; no son como nosotros, sus mayores. En medio de las noticias aciagas, de las horas negras, una brisa nueva recorre el Perú, y una voz bronca, ancestral, nos dice que estos nuevos peruanos nunca dejarán de luchar por sus sueños.

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