Por: Raúl Villavicencio H.
Los maravillados ojos de Francisco Pizarro apreciaron por primera vez a lo lejos el valle de Lima compuesto por extensos campos de cultivo, esplendorosas lomas tanto al norte como en el sur de lo que ahora es conocida como Lima Centro, frondosos bosques que se extendían cruzando el río Rímac hasta lo que hoy pertenece a la jurisdicción de San Juan de Lurigancho y demás distritos de Lima Este, apareciendo imponente el cerro San Cristóbal.
En ese entonces, los habitantes que se encontraban ocupando ese valle eran los Ichma (compuesto de varios curacazgos), originarios de ese lugar desde hace más de 500 años, quienes posteriormente fueron dominados por los Incas hasta la llegada de los españoles; sin embargo, su presencia no menguó pese al nuevo orden gubernamental impuesto por los vencedores.
Es ahí donde el conquistador peninsular, natural de Extremadura, un 18 de enero de 1535, luego de haber capturado en Cajamarca a Atahualpa tres años antes, funda la denominada Ciudad de los Reyes, en conmemoración a la festividad cristiana de la Epifanía.
Debido al pacifismo de los Ichma, los Incas les permitieron seguir con sus costumbres y administración, dejando que sus doce curacazgos continúen funcionando con total normalidad, eso sí, respondiendo finalmente a la autoridad del Inca todopoderoso.
Pizarro se encontró con todo eso. Las principales vías estaban destinadas para que los viajeros y naturales de la zona lleguen con facilidad a cada curacazgo, abriéndose los caminos entre la frondosa vegetación, llegando hasta las orillas del océano Pacífico donde los pescadores recogían la riquísima fauna marítima para transportarla a los Andes.
Los ríos Chillón, Rímac y Lurín, el clima, la generosa vegetación, la posición geográfica, y por supuesto su salida al mar por si se presentaba una rebelión, fueron las poderosas razones por las que Pizarro terminó por decidirse en cambiar a Jauja por Lima como nueva capital de lo que en 1543 será llamado oficialmente como virreinato.
En una soleada mañana de verano, ante la atenta mirada de los habitantes y curacas, Pizarro y demás autoridades militares y el clero dispusieron la colocación de una mesa en la Plaza Mayor, donde el escribano Real, Domingo de la Presa, escribía con tinta vegetal sobre un papel hecho de fibra de algodón el acta de fundación.
Columna publicada en el Diario Uno.