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La fragilidad del hombre frente a la naturaleza

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La fragilidad del hombre frente a la naturaleza es una condición precisamente “natural”, tan antigua, inclemente y persistente desde que el ser humano existe. Sin embargo, la inteligencia permitió superar la ignorancia original para propiciar el desarrollo de la humanidad, la misma que arribó en la fundación de civilizaciones tan espléndidas que inclusive llegaron a beneficiarse de diversos factores climáticos en el establecimiento de sus sociedades, los que en otras condiciones se hubieran considerado catástrofes.

El paradigma de estas civilizaciones es Egipto, país en el que las inundaciones producidas por el Nilo eran consideradas una bendición, a tal grado que Herodoto legó para la historia la famosa frase: “Egipto es un don del Nilo”, etc.

No es mi intención comparar al Egipto faraónico con el Perú actual, escenario de una democracia falsa, endeble y desprovista de grandeza, sino establecer el beneficio de tener una clase política preocupada en hacer del país un lugar mejor para la vida de todos y no sólo un arca a la cual se debe saquear a la primera oportunidad para beneficio de uno mismo y de la gente que nos haya ayudado a obtener una cuota de poder.

El desastre climático sucedido en nuestro país no sólo nos demuestra la infalible involución de la sociedad peruana, vergel en tránsito de convertirse en un foso séptico en el que destaca, en primer lugar, la “clase política”, estercolero pleno de advenedizos y aventureros, sino que exhibe con crudeza que la falta de compromiso social de nuestra “ciudadanía” solo se aplaca, momentáneamente, ante casos de fuerza mayor y, en ese sentido, ahora sí nos vemos forzados a ayudar a los damnificados cuando, en líneas generales, sólo una minoría muy graneada ha ejercido durante años el sentido crítico que debería tener el ciudadano promedio y que, sin duda, hubiese evitado tantos daños de haber sido bien dispuesto para la elección de autoridades representativas, inteligentes, bien capacitadas en temas gubernamentales y, sobre todo, con vocación de servicio.

Quizá no sea el momento más adecuado para hacer docencia política, pero creo que esta debe darse de alguna manera en este caso preconizando la necesidad de destruir y/o transformar nuestro medio político y social en el que se favorece exclusivamente al “amigo”, al “arrastrado” o al que sabe hacer la “patería” antes que al ilustrado o al más capacitado. Si este proyecto no llegara a ser una realidad el país no tendrá otro futuro excepto el de la repetición infinita de caos y daños producidos por la maldad y estupidez de aquellos que regentan el poder, tal como ahora padecemos todos.

Atendiendo a los numerosos huaicos vertidos sobre la costa, no es momento para recurrir a opciones que deberían haberse ejecutado hace mucho tiempo ni para prever nada. Por ello, si luego de estos desastres la población insiste en no asumir su total responsabilidad en los asuntos políticos el país debería desaparecer. Confío, optimista, quizá, ilusamente, que no volverán a gobernar equipos tan desastrosamente ineficientes y corruptos como los que, en su momento, nunca planificaron alternativas de contención ante la fuerza inevitable de la naturaleza.

Todo el mundo está intentando ayudar, y en este momento, no importan las segundas intenciones de tantos oportunistas, pero pronto deberán ser ajusticiados todos los responsables políticos de esta maraña de caos y daños. Esperemos que ese pronto sea inmediato y que esta vez la gente no olvide ya que, si el país insiste en su desidia, falta de compromiso, inmoralidad y deshonor debería desaparecer.

Trabajemos para que esto no suceda y para que el Perú sea un país digno de ser heredado a las generaciones venideras, que espero sean mejores que las anteriores a la nuestra y mejores, sin duda, que nosotros.

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