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La filosofía escondida de un humorista

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Puede sonarle a frivolidad o chiste. Mas, en el animus jocandi se esconde, en ocasiones, una gran verdad. Para ser sincero, cada vez que evalúo el transcurso de la existencia, la suya y la mía, conjugo a Séneca, Sócrates y Kant, tanteó el coraje de Diógenes en la plazuela de los perros aleonado frente a Alejandro, ahondo en la simplicidad de Guillermo de Okham y como jugando doy con el espíritu angustiado de Unamuno y la nostalgia de la España Invertebrada de Ortega. Tanta y tanta sabiduría para encontrar una buena explicación en un libro jocoso y leal: «Los cojudos», de Sofocleto.

El libro no solo me recuerda a algunos, me obsequia los planos de salida de la cárcel de lo cotidiano. Me «hace caer en la cuenta», me advierte. Si cierro las páginas de Séneca y Kant para darle de leídas a este manual del «buen despertar» es por una razón, quizás especial o quizás prosaica: el mundo se compone de dos tipos de personajes, los que  sufren por el ruido de los parlantes de la fiesta y los que  gozan del baile. De los que se enamoran y de los que son objeto del amor, de los que escriben cartas y poesía y de los que las inspiran. Incluyo los que corren la agitada carrera para perder y los que esperan sentados en la meta sin haber dado una zancada. Sanchos victoriosos y Quijotes fracasados…Podría seguir.

Perdonen el término, pero los primeros son los que el comediante peruano (cuyo libro siempre tengo entre manos para descargar tensiones) llamaba “los cojudos”. Los segundos son inclasificables, pero tienen una risa en la cara.

Bueno ¿Y qué decía Sofocleto en su clásico del humor inteligente?:

“ Al cojudo de profesión le ponen cuernos, lo estafan, lo asaltan, le embarazan a la hija y le devuelven a la hermana. Tiene tías solteronas y va al circo solo, porque se encandila con el payaso, el trapecio y los leones. Es siempre el último de la cola, el que pierde la lotería por un número y camina como pato porque sufre escaldadura crónica…”.

Sofocleto traza la línea para definir al “cojudo” según su edad: “ El cojudo llega a su clímax sobre los treinta años y alcanza la apoteosis a los cincuenta y nueve. De los sesenta para arriba es lo que se llama ‘un viejo cojudo’, lo cual significa que no le falta sino cometer la gran cojudez Final que cierre con broche de oro su carrera, antes que algún pendejo de la familia consiga meterlo en el manicomio bajo los cargos de arterioesclerosis generalizada”.

Desde luego hay bastante más, pero no le cuento porque no se me vaya a dar por aludido, ya decía el alcalde Elguera (de esa Lima del albor del siglo XX), «en esta ciudad, hasta los perros se acojudan». Desde luego, asumo que no es su caso.

Pero mejor que leer estos inefables manuales es tornar mis pasos a la poesía ¿O es que dije que los poetas entraban en la clasificación?

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