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La falla

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La corte internacional de justicia ha emitido su fallo y muchos peruanos que se mantuvieron expectantes –de acuerdo a una revisión en las redes sociales- de una ‘victoria’ peruana ante Chile, están celebrando. Sí, es un momento importante para mi país, qué duda cabe, solucionando un diferendo limítrofe de la manera más prudente y civilizada y sin embargo, haciendo retrospectiva, la actitud de la mayoría de mis compatriotas distó mucho de tener una conducta acorde a esa solución , lo cual no solo me apena, sino que me avergüenza.

Pienso que casi nada se puede hacer para ventilar el tufo, el olor a muerto que envenena y corroe nuestra naturaleza: el revanchismo. Hace 131 años Chile nos derrotó de manera vergonzosa en una guerra en la cual no teníamos posibilidad y, lamentablemente, no hemos podido superarlo. No hay minuto del día en el cual ese sinsabor de la derrota y el odio –sembrados en nuestros cerebros durante 11 años escolares- no corroa nuestro espíritu. 131 años. Europa, en menos tiempo, superó una guerra mucho más nociva, pérfida y demoledora; pero a nosotros este fracaso nos sigue lastrando.

Y, aprovechando esa herida pútrida en nuestro espíritu, la pobre clase política aprovecha y mete mano de cualquier oportunidad de ganar un voto: Me ha sorprendido abrir la puerta de mi casa el día sábado y encontrar a un mensajero dejando una bandera en mi casa con una nota a nombre del alcalde, en la cual me instaba a colgar la bandera para dar apoyo moral al grupo de compatriotas que irá a la Haya.

Hubiera querido decirle a ese alcalde que el grupo de compatriotas en la Haya viajó a esperar un fallo, una decisión, no más. Pasarme un cuy, encenderle un cigarro a un ekeko o poner un atado de ruda en la puerta de mi casa no iba a marcar diferencia alguna, ¡estamos en pleno siglo XXI, por favor! Más, colocar una bandera, no solo resultaba igual de inútil, sino innecesario, ya que alimentaba ese ánimo revanchista y era un acto cachaciento en un ambiente tan educado como el que estábamos viviendo.

La prensa, por supuesto, ha jugado un rol irresponsable, en parte, dentro de todo este circo patriotero. Los programas dominicales se gastaron emitiendo reportajes –los mismos, absurdos y cansinos- sobre nuestra gastronomía “arrasando” Chile. Entrevistas a empresarios que, sin oportunidad en su tierra natal, supieron abrirse paso en el país del sur. Y ha sido patético ver a los periodistas, como tribus primitivas al contacto con los conquistadores, sorprendiéndose de que un chileno coma cuy o lomo saltado: “Oh, uga, uga, Chileno comer nuestro cuy, uga, uga, gustarle, uga uga”. Primitivo. Restaurantes, casinos, bares, tiendas mayoristas en Tacna y Arica donde los Chilenos le compran a los peruanos; negocios de supervivencia que se supone deberían llenarnos de orgullo, y la prensa sigue alimentando la herida, como si eso pudiera equipararse a las 350 empresas chilenas que invierten en el Perú, en 12 sectores económicos: Ripley, Saga, Wong, Ambrosoli, Costa, Jockey Plaza, Larcomar, Gildemeister, las compañías eléctricas, Lima Caucho, Megaplaza, Casa&Ideas, Fasa, Inkafarma, empresas pesqueras y un largo etcétera.

Nuestra falta de educación, por supuesto, fue la cereza. Una juventud que se ha alimentado de nuestro odio, pero ni siquiera tiene clara las connotaciones de aquel conflicto, ni las razones de nuestra derrota. Un joven de 15 años me dijo que en Arica peleamos por nuestra independencia. Un joven de 15 años de clase media. Como podemos esperar que lo sepan si ni siquiera les hemos podido hablar de Sendero Luminoso. Y es muy probable que gente de mi edad no sepa ni siquiera lo que ha ocurrido el día de hoy, solo que lo importante fue que Perú iba a ‘ganar’ y que el mar es de Grau y que la U es la U y, felices, colgaron su bandera, cuando muchos son incapaces siquiera de asumir su rol como miembro de mesa en las elecciones y, sin duda alguna, no conoce el significado de patrioterismo.

Tenemos mucho que ofrecer como nación, no solo platos de comida y licores. Nuestras virtudes no son escasas, pero con medios de comunicación negligentes, irresponsables y sensacionalistas no podemos llegar a mucho; con el desinterés por buscar tender puentes en lugar de seguir bañándonos en la sopa de la revancha; con políticos charlatanes que escriben poemas insensatos y cargan con labia barata la mente poco instruida de muchos paisanos; con un pueblo que vive de espaldas a un legado cultural maravilloso como el nuestro, cegado por la falta de información de la prensa, no hay mucha posibilidad de superar este lastre. Tenemos músicos prodigiosos, escritores talentosos, artistas notables y un país tan vasto y variopinto, que sin embargo, lejos de tanto patrioterismo, aún vive fracturado.

Hemos conseguido solucionar un diferendo limítrofe que termina de definir nuestra soberanía. No sé si el pueblo ha ganado, la porción de mar que hemos obtenido será territorio para la pesca industrial, que relega, de forma alguna, a los pescadores tacneños, pero todo eso ya queda en manos del gobierno. Lo que importa de ahora en adelante, de verdad, es solucionar nuestras fracturas internas y acercarnos con honestidad a nuestra cultura. Solo así podremos recuperar nuestra confianza, nuestra verdadera confianza, curar esa herida que mantenemos abierta por pura necedad y recuperar la compostura; solo así seremos una nación a la altura de esta histórica circunstancia, y no una patota de chiquillos sacándole la lengua al vecino, sintiéndose ganadores de algo que nunca debimos perder.

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