Juan Carlos de Sancho es un tipo raro, lo que los conspiranoicos llaman un “viajero en el tiempo” o una especie en extinción, y, como tal, no cuadra en los moldes psicologistas o caracterológicos que definen a las personas y que mucho ayudan cuando un escritor se pone a perfilar sus personajes. Pero eso no importa, porque nuestro amigo De Sancho –“el canario sin jaula”, como le gusta que le digan– ha venido para quedarse, plantar sus textos en librerías ultraterrenas, izar sus banderas libertarias y sobrevivirnos con sus teorías.
Este señor no se anda con rodeos porque todo para él es ir al grano, pero empezando por la gallina que fue antes que el huevo que fue antes que el gallo, etc., etc. O “cómo el pez que para saber que es pez tiene que salir del agua…”, etc. Y así uno se puede pasar toda una tarde con él conversando de autores, de filósofos, de libros o de ciudades, porque siendo un canario español ultramontano (Islas Canarias quedan a solo 95 kilómetros de África) lo que más está haciendo, en estos días de crisis inmobiliarias, caos y violencia generalizada, es viajar, conocer los extraños mundos que Verne no pudo visitar por falta de tiempo o de amigos y que Borges –disculpen el atrevimiento–no pudo imaginar por seguirle la cuerda a María Kodama.
Y así es como lo conocimos, en la última feria internacional del Libro en Lima, en una presentación de textos, ahí sentado y esperando el momento oportuno para abrir la boca y lanzar lo que en periodismo conocemos como “pepa”. Pues, así es nuestro amigo, y Juan Carlos de Sancho tiene una entrevista inédita con Julio Cortázar, una entrevista grabada en carretes y guardada bajo siete llaves y en las que incluso hay una réplica y una corrección. Aprovecho entonces para hacerle una propuesta deshonesta, pues tengo un ensayo sobre el gran Cronopio y esa entrevista podría levantar cualquier plan editorial y ponernos, en primera línea, en la máquina offset manchapapeles. Pero De Sancho no suelta prenda y sigue arrojando más luces sobre esa joya: “Tú sabes que Cortázar me escribió para que corrigiera unas palabras suyas que él no las sentía muy correctas…”. Y yo creo que es un crimen o una afrenta contra el mundo no publicar esa entrevista.
Y mientras entrechocamos los vasos y mi propuesta se devalúa rápidamente casi hasta convertirse en un saludo a la bandera, De Sancho me saca a Nietzsche de un bolsillo de su pantalón, habla de Schopenhauer como si hablara de una lata de sardinas, y así, junto a nuestros compatriotas novelistas, Walter Lingán y Carlos Rengifo, haciendo y cumpliendo a cabalidad lo que las leyes de la bohemia indican, subimos a un taxi que nos llevará por la Colonial, lugar que, por cierto, está al otro lado de donde tengo que ir, pero igual subo. No tengo nada que perder. El carro cochambroso avanza contra el tráfico, pasando luces rojas, zurrándose en las reglas de tránsito, llevándonos a cualquier abismo. La seguridad para cuatro autores furibundos no significa nada.
II
El caracol es un gasterópodo convertido en celebridad en numerosos cuentos para niños donde se habla del “hilo de plata” y las huellas que va dejando a su paso; es también un gran productor de Helix Aspersa, una especie de mucosidad transparente que borra las cicatrices, las arrugas y todos los males visibles del envejecimiento. Y esto lo digo con mucha propiedad porque conozco a un amigo cercano que se dedica a exportar Helix Aspersa y tiene un criadero de caracoles a los que les hace escuchar música clásica e incluso los estimula con perfumes, aromas exóticos y con una alimentación, dizque, balanceada y más potente que la que consumen los astronautas en Cabo Cañaveral.
Pues, entonces, no es gratuito que este libro de Juan Carlos de Sancho se titule La Casa del Caracol. Y cualquiera puede estar pensando que el caparazón, coraza o concha, es aquí el habitáculo del caracolillo, un armatoste que lleva sobre su propia espalda, pero de repente es, exactamente, al revés: uno no lleva a la casa sino que la casa lo lleva a uno. Y esto es quizás lo que pasa con nuestro amigo De Sancho, siempre preocupado en llevar el mensaje literario a donde lo inviten o las entrevistas que va dejando a su paso, ya sea en algún pueblito perdido en Perú, México o Alemania (porque Alemania también tiene sus pueblitos perdidos; sino, habría que preguntarles a los hermanos Grimm).
Y es que La Casa del Caracol funciona también como una caja de Pandora o como un cajón de sastre, cuando no, siguiendo con esto de los pueblitos perdidos, un país de las maravillas con o sin Alicia. Situaciones inverosímiles se hacen realidad y hacen cuestionarnos nuestro orden aparente, donde los pintores, escritores y filósofos muertos murmullan, se comunican, no por psicofonía sino por la inmensa creatio que tiene De Sancho. Un escritor que sabe contar las cosas, que no pierde el humor así lo azoten, no pierde la risa así lo embutan de picantes o “cebiches a lo macho” y más bien entiende que el mundo no camina si primero no se ríe, y mientras (se) ríe el mundo aprende, se hace sabio, madura y nos hace más tolerantes.
Pero, ¿qué es, en realidad, La Casa de Caracol? Pues, un libro de ensayo, un libro que ha recogido artículos perdidos en el tiempo y que no se podían perder por ningún motivo, un libro con pensatiempos (un neologismo para decir pensamientos en el tiempo o tiempo de pensamientos), con retruécanos, frases interesantes, citas que nos hacen dudar de nuestras propias lecturas y, sobre todo, esa “consciencia archipiélago”, de las personas que habitan las Islas del saber y donde a veces es necesario estar físicamente aunque sea cerrando los ojos, por algo Miguel Ángel Asturias decía que antes de ir a Latinoamérica había que ir a Islas Canarias.
III
Hace unas semanas, De Sancho me mandó un inbox para preguntarme qué me parece su texto La Casa del Caracol y le prometí que escribiría un poema, un ensayo o quizás un tratado y que no importa si garrapateo una línea, cien o mil, que lo importante es que su libro me ha gustado más que la visión política de Slavoj Žižek o que las piernas de la jefa del FMI, Christine Lagarde, que, según el poeta Enrique Verástegui, “tiene las mejores pantorrillas de la escena política”. Y aquí estoy empezando a revisar cuántas horas de vuelo hay entre Lima e Islas Canarias o entre Islas Canarias o México DF o Colonia-Köln ist ein Gefühl, donde ahora está o estará De Sancho presentando su nuevo libro: Diccionario del Mono leído, pero eso ya es otro tema. Después de todo, el caracol avanza, se escabulle, se desliza, entre la lluvia o la hojarasca, cruza océanos y se adentra, en los desiertos de la razón, hacia su destino infinito.