Abzurdah es una película argentina que estuvo en nuestra cartelera durante la parte final del 2015. Dirigida por Daniela Goggi y protagonizada por María Eugenia Suárez en el papel de Cielo, la película cuenta la historia de una adolescente sola e incomprendida que conoce por internet a un hombre mayor de quien se enamora obsesivamente. Está basada en el libro del mismo nombre escrito por Cielo Latini, texto autobiográfico en el que la escritora narra su experiencia adolescente como bulímica y anoréxica.
No realizaremos un análisis de la película como producto cinematográfico y, menos aún de la historia real de Cielo. Nuestro interés se orienta hacia un aspecto específico: la experiencia escolar de la protagonista. Por tanto, lo que haremos es reflexionar acerca de la forma en que la escuela es representada en el filme y del sentido que tiene para una joven con características muy particulares.
A diferencia de la televisión, que penetra en la vida íntima de las personas para mostrarlas descarnadamente hasta el límite de la obscenidad, el cine es una representación de la realidad. Las imágenes no necesariamente son la realidad objetiva, pero, de alguna manera, la expresan. Una imagen es un producto social en el cual se intersectan los discursos y las pautas socioculturales. En este sentido, una película representa a la realidad. Le falta la transparencia que caracteriza a la televisión contemporánea. Por tanto, el cine funciona como un velo: envuelve simbólicamente a la realidad. Este juego entre objeto y velo produce la metáfora, la poesía y dispara la imaginación. Es en este espacio en el que intentaremos situarnos para pensar el rol que cumple la escuela en nuestra sociedad.
La historia comienza con la protagonista recorriendo el pasillo de la escuela que conduce al salón de clases, en el trayecto nos va contando acerca de ella. Al llegar a la puerta, en el instante previo a su ingreso, se detiene y revela: «antes de seguir diciendo quién soy, prefiero decir lo que no soy: no soy normal». El mensaje es claro y contundente: yo no pertenezco a este mundo, la escuela no me acoge, no acoge a los anormales o, en todo caso, a los que la sociedad define como tales. Esta autoconsciencia de no ser normal es común entre muchos jóvenes, especialmente de los sectores acomodados. Que la protagonista lo declare en la escuela expresa un contenido semántico imposible de soslayar, sobre todo para los que tenemos como experiencia cotidiana a la docencia.
Entre sus roles, la escuela tiene el papel de ente regulador de lo moral y lo social. En este sentido, es un espacio de normalización desde el cual se traza una línea divisoria entre lo que es socialmente aceptado y lo que es condenable. En su interior se despliegan una gran cantidad de técnicas de control que regulan, además de los aspectos académicos y administrativos, las interacciones entre los individuos. Un entramado de artículos y normas que se manifiestan en discursos y prácticas tienen como objetivo moldear las conductas y las voluntades; en esta dinámica se constituye un sujeto y una subjetividad, a la vez que se delimita lo que la sociedad espera de él. La consecuencia de un funcionamiento con estas características es la siguiente: las demás formas de ser deberán disolverse en la homogeneidad del sistema o subsistir en los márgenes.
Lo normal es definido a partir de las dicotomías que estructuran la praxis educativa: bueno / malo, correcto / incorrecto, aprobado / desaprobado, introversión / extraversión, autonomía / dependencia, promovido / no promovido, etcétera. El estudiante es examinado, clasificado y jerarquizado. Así, la escuela se convierte en la principal replicadora de la mismidad. Es el lugar en donde se forman los hombres y las mujeres que llevarán a la sociedad hasta sus límites reproductivos transformándola, incesantemente, en más de lo mismo.
En la mayoría de instituciones, un grupo de expertos define tanto el «producto» que se debe formar como los procedimientos para lograrlo. Y lo hacen a partir de un sujeto ideal, un sujeto abstracto que realmente no existe. Es una ficción. ¿Qué ocurre cuando la corporeidad ideal entra en conflicto con la real como en el caso de la protagonista? A Cielo la oprime el molde social y moral que impone la escuela.
Su particular forma de ser escapa al ideal de la norma y a lo que sus padres, maestros e incluso sus amigas esperan de ella. Sin embargo no será tarea fácil «educarla», pues no acepta ser un «cuerpo dócil» que deba ser disciplinado. Entonces se ve «obligada» a pasar de un colegio a otro, pero los resultados son los mismos: no encuentra lugar, no se generan vínculos sólidos, no hay identificación y es, nuevamente, excluida por sus «síntomas sociales». Sin embargo, más que de exclusión se trata de autoexclusión.
La dinámica en un colegio de clase media acomodada, en ocasiones, puede ser fina y sutil. No se muestra mayor represión; son la incomprensión y la indiferencia las que llenan los espacios y los tiempos de Cielo. Diferente e incomprendida, se aísla para habitar en los márgenes acompañada por unas cuantas amigas que progresivamente la abandonan hasta dejarla casi sola. Una sensación de no-ser la invade totalmente tornando nauseabunda su propia existencia.
El entorno familiar presenta un escenario con características similares. Una madre que desesperada intenta controlar la conducta de su hija a través de la vigilancia y el castigo, con lo que solo consigue fracasar una y otra vez. Por su parte, el padre es solo corporeidad, es un ser vacío que simula su rol, no tiene nada para ella; realmente no existe e intenta suplir su invisibilidad con una actitud permisiva que entra en contradicción con lo que dispone la madre. El escenario familiar se desestructura por incoherente.
En estas condiciones, Abzurdah convierte al dormitorio en su espacio vital; casi sacralizado, está negado para los demás, nadie puede acceder sin su autorización y cualquier intento, especialmente de la madre, es rechazado como si se tratase de una profanación. No hay mayor exterioridad que internet. La red hace que recupere la actividad, la productividad, es el medio que le permite encontrar nuevos sentidos para su existencia. Entonces, conoce a Alejo, un hombre mayor que ella del cual se enamora hasta la despersonalización.
En este momento, se inicia una rutina que tiene su punto de partida cuando Alejo la recoge en auto del colegio, luego la lleva a su departamento en procura de intimidad sexual y termina cuando Cielo retorna a su casa en donde una madre impotente espera por ella. En este trayecto, el uniforme escolar tiene una fuerte carga simbólica. Con el uniforme recorre la ciudad, sube al auto, ingresa al departamento, modela para su pareja y se acuesta con él.
El espectador es provocado con una de las fantasías más difundidas: la niña-mujer sexualizada. Parece existir un énfasis en mostrar que la relación es prohibida, que se trata de una transgresión. Lo que no podemos perder de vista es que, en este juego de imágenes, la escuela es caricaturizada hasta el punto de convertirse en un proyecto absurdo.
Mientras esto ocurre, como música de fondo, se escucha la voz de Cerati cantando «Trátame suavemente»: «Alguien me ha dicho que la soledad se esconde tras tus ojos, y que tu blusa atora sentimientos que respiras…». La indiferencia e incomprensión de los padres, maestros y amigos dejaron sola a Cielo hasta el punto de quedar atrapada en sí misma. La canción continúa: «No quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas sabiamente. Quiero que me trates suavemente».
El contexto convierte a la letra en algo más que una canción de amor. «Trátame suavemente» podría ser el grito desesperado de una generación que debe existir en una sociedad que ha pervertido a eros convirtiéndolo en porno; al cuerpo, en producto; a los valores, en mercancías y en la cual las instituciones formativas más importantes –familia y escuela- se evidencian insignificantes.
La escuela que no esté dispuesta a desbordar sus propios límites se expone a la intrascendencia.