Cultura

La esclavitud de la palabra

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Woody Allen.

La palabra siempre ha tenido una fuerza centrípeta, desde el punto de vista de un abismo social que camina en círculos hasta devorar la capacidad de expresión. Uno habla y escribe por una necesidad inherente que está rastreada desde el movimiento o impulso que toma el reposo para convertirse en una reacción: es decir una respuesta al entorno. En el siglo IX el discurso oral y escrito estuvo en una atmósfera intelectual que fluía en argumentos y fundamentos que tendían a la lógica o predicaban un distanciamiento categórico entre el pensamiento formal y el empírico o la simple suposición de alegatos que caían en lo absurdo.

Mientras el mundo en esta época convivía con las contradicciones críticas o los nacimientos de nuevas posturas, indirectamente la palabra seguía ese camino de cohesionar los laberintos del pensamiento y llevarlos a la trinchera de la crítica, siendo un material lógico, confiable, refutable, progresivo, cambiante y sobre todo pensante. Los hombres que predicaban con la palabra el silencio de multitudes o nacimiento de nuevos ideales, conducidos por la palabra a sus aposentos sintácticos y a sus salones de juegos dialécticos disfrutaban de la compañía sociológica, antropológica, cultural y literaria de una alianza o seducción de la intelectualidad por el asombro del sujeto crítico (la capacidad de abstracción que fluye dentro del análisis).

A lo largo del siglo XX, se vivió un complicado proceso de expresión, la palabra se mantenía estoica ante revoluciones y embestidas del no entendimiento y el surgimiento de una avalancha que originaba la ignorancia. La literatura y los textos culturales se batían a duelo con la programación absurda de tv que fingía de entretenida y divertida; sin embargo, lentamente grandes pérdidas se presenciaron en el campo de batalla. Estas pérdidas fueron irremplazables, hasta el momento se vive un abandono social por los temas netamente humanísticos.

En el siglo XXI, un siglo sobrevalorado en cuanto a las estructuras de evolución y conceptos de progreso se dispone, se subestimaron los medios de transporte de ideas y de desarrollo intelectual. La palabra sigue teniendo la misma fuerza de impacto, sin embargo, los medios tecnológicos la democratizaron, esto forja un hecho que en apariencia de sustento igualitario político es un paso importante a las formas de expresión igualitarias de todos los ciudadanos, sin tener los encapsulamientos de clases o de élites de manifestación y expresión. Pero del modo real y de experiencia nos ha demostrado que, en estas proclamaciones, manifestaciones o simples hechos de expresión por medio de las redes sociales, se muestra el absurdo, la mediocridad y la sin razón de los fundamentos.

El sujeto hoy en día es una autoridad de hechos y de teorías, su intolerancia tal ante la sinrazón que el conoce y defiende, solo consta de dos impulsos: el primer contacto de las yemas de sus dedos con el teclado y el sometimiento del dedo índice ante el botón enviar (un extraño movimiento de hecho que acaba con un largo proceso de pensamiento, siendo otrora un ritual celosamente cuidado por el periodismo y la crítica). En un breve momento, la extraña magia mediática está hecha: el individuo infla el pecho, hace una reverencia a una divinidad tecnológica nacida ante sus ojos y alimentada por su voracidad de tedio. En menos de un minuto, la publicación es vista en todas partes y la proclamación hecha por el sujeto es comentada, criticada, reproducida por el mismo nivel de capacidad y abstracción (si es que existe en este contexto) por los receptores. En un minuto tiene miles de reproducciones, en una hora es tendencia, después de un día y sin exagerar de la hipérbole podría ser una teoría argumentada y fundamentada con carácter de estudio y análisis.

Los personajes mediáticos que antes formaban parte de la intelectualidad, ahora están conformados por esa sustancia gelatinosa del espectáculo actual (tv, deporte, música mediática, etc.) La opinión de estos personajes, es una cuestión de culto para los desinformados receptores que ven en ellos la cúspide del emprendimiento y de sus metas tan ansiadas. No es ninguna novedad que estos personajes llegan a ser nominados para posibles candidaturas congresales y presidenciales. Este vehículo sigue creciendo, las sombras de la intelectualidad rara vez son posibilidad de atención ante la radiación del espectro actual que permanece solemne con un maquillaje mediocre en efecto de una palabra que esta siendo sometida y que espera la insurrección de ese pequeño grupo de pensamiento racional que vive a ocultas como los rebeldes en las grandes sublevaciones de la historia.

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