Alberto Fujimori partió a la eternidad ante el estupor de quienes le amaban. Y tras haber sido testigos de que anteriormente se contrataban “portátiles” para llenar los eventos naranjas; luego de haber visto a miles de personas alrededor del féretro del “chino”, es innegable que más de un tercio de peruanos le idolatraban; mientras, sectores de la izquierda celebran el deceso. Es decir, la polarización que vivimos ha agravado la enfermedad emocional que sufre cada ‘bando’. Por un lado, los “brutos y achorados” de la derecha han erigido al nipón como el mejor presidente del Perú; y por su parte, los “progresistas de izquierda” no hacen otra cosa que odiar mediante el insulto desmesurado.
El chino dejó un legado imborrable que se ha hegemonizado a través de una nueva sociología peruana, como autor de “La Cultura Combi” desde que reformó el sistema de transporte y abrió la importación de unidades vehiculares usadas, originando que las pistas del Perú se inundaran de “chatarras asesinas” para instaurar el terror. Los logros del fujimorato se basaron en el enfoque neoliberal que estabilizó la economía; y en el fin del terrorismo. Aunque los verdaderos héroes que cazaron a “Cachetón Guzmán” fueron los miembros del GEIN; sin embargo, el crédito se lo llevó un anodino general de nombre Vidal.
A Fujimori se le llama dictador por haber violado el orden democrático el 5 de abril de 1992 al disolver el Congreso e irrumpir con los tanques. Él transformó el país en una jungla de informalidad, donde primaron las prebendas para favorecer a los grupos empresariales y dejar en la calle a miles de desempleados que luego se sometieron a las ‘services’ y a los ‘contratos temporales’. Eso sin contar el nacimiento de la “prensa chicha” y la “propaganda” que era editada desde el propio Palacio de Gobierno. Alfonso Quiróz mencionó en su libro que el origen de la corrupción data de antaño, y es totalmente cierto. Sin embargo, nadie puede negar que con la llegada del fujimorato en los noventas se instauró la destrucción de las instituciones y la infame toma de los poderes del Estado. Entre tanto, ha reinado la informalidad laboral y el surgimiento de nuevos políticos que hoy nos avergüenzan por haber contribuido a esta degradación nacional, que por lo visto no tiene fin.
(Columna publicada en el Diario Uno)