Opinión
La crítica no es deslealtad presidente Boluarte
Lee la columna de Leonardo Serrano Zapata
La presidente Dina Boluarte fue a inaugurar una escuela pública en Talara (Piura), y terminó dictando cátedra de intolerancia. Frente a más de mil estudiantes, no les habló del futuro o de quedarse en Perú, país de oportunidades. No habló de los sueños. Habló de sus críticos. De esos “ciegos, sordos y no mudos” que —¡osadía imperdonable! —Se atreven a cuestionarla. Y lo peor no fue solo el tono. “Critican desde su corazón desleal con el desarrollo de la patria”, dijo sin titubeo. “Critican, pero no ven las obras”. “Nos recargamos de esas energías negativas”. ¿Desleal el que piensa distinto?
No, señora presidente. No es deslealtad. Es un derecho. La Constitución reconoce incluso la crítica a resoluciones judiciales. ¿Y usted pretende que no se cuestione su gestión? ¿Ese es el mensaje que quiere dejar a los estudiantes del Perú? Qué espera entonces; si el Estado reduce el polígono de protección de las Líneas de Nazca, silencio. Si se intoxican estudiantes con alimentos del programa Wasimukuna del MIDIS, silencio. Si se contratan a los amigos o allegados de los ministros, como lo ocurrido en el MINEDU y MINCUL silencio. Si el MININTER no puede con la delincuencia, si desaparecen tesis de congresistas o se pierden donaciones en el Ministerio de la mujer no exista crítica.
En las aulas del Perú se les dice a los docentes y estudiantes que una de las competencias más urgentes del siglo XXI: el pensamiento crítico. Para la OEA (2015), “construirse como pensador crítico implica abandonar una postura egocéntrica en la que los argumentos son ciertos porque tenemos confianza en ellos o porque tenemos cierta preferencia afectiva hacia ellos, porque nos conviene que sea así o simplemente porque así lo hemos creído siempre” (p. 10). Y usted, en una institución educativa pública, les dice a los estudiantes que no sean críticos. Que seguir la línea del gobierno es sinónimo de lealtad. ¿Entonces cómo se construyen ideas, cómo se proponen soluciones de contexto, si solo se permite seguir órdenes como peones bajo el miedo al látigo?
Recuerde, presidente, que el himno nacional no dice «callamos por mandato”. Dice: «¡Somos libres!» Y esa libertad incluye la de pensar. La de decir. Quien no critica está condenado a fracasar por seguir a quien cree que tiene siempre la razón, a quien cree que solo su criterio es válido. Eso no es liderazgo. Es dogma. Es autoritarismo disfrazado de progreso. ¿Dónde se formó en Derecho, señora Boluarte? ¿En qué manual le enseñaron que disentir es deslealtad? ¿Con qué lógica se ataca a quien piensa distinto?
Lo irónico es que quien más dignidad mostró ese día fue un estudiante. Sí, un adolescente peruano. Que, con respeto, pero con firmeza, le pidió: «Es hora de un verdadero cambio, de un compromiso real con las necesidades de nuestro pueblo. La juventud peruana espera, con esperanza y exigencia, un gobierno a la altura de nuestros sueños». Le dijo que la juventud no quiere solo palabras, quiere compromiso. Le habló de frente. Un estudiante del colegio Ignacio Merino de Talara, frente a todos, sin papeles que lo amarren ni miedo que lo frene, le dio una lección de ciudadanía. Clase que sus ministros, asesores y congresistas a sueldo no se atreven a dictarle: “Sabemos su gran compromiso al estar aquí, la verdad, pero no podemos ignorar la creciente desconfianza que genera la política actual”. Y usted eligió responderle desde la tribuna del agravio. Le contestó con el látigo simbólico. Con la burla solapada. Con el autoritarismo que no necesita uniforme, solo soberbia.
Construir colegios no le da permiso para deseducar. Poner ladrillos no la autoriza a silenciar conciencias. Y cortar cintas no la absuelve del deber democrático de escuchar. Entonces, en agosto del 2026, ¿deberíamos pensar que para ese entonces expresidente Boluarte será desleal si se atreve a criticar al nuevo gobierno? ¿Sería desleal con el sistema de justicia si se atreve a criticar alguna resolución en su contra? ¿Nos van a decir que ya no se puede opinar porque criticar es sabotear?
La política sin crítica no es política. Es fanatismo. O peor aún, autoritarismo religioso con sotana de obra pública. ¿Y para cuándo el diálogo presidente Boluarte? ¿Para cuándo el gobierno que escucha sin atacar? ¿Para cuándo un Estado que no ve enemigos en cada voz crítica? ¿Para cuándo los puentes —no los de concreto—, sino los del consenso político? Debemos entender, entonces, que la política en el Perú será solo confrontación y alianzas entre adeptos. Qué futuro le espera a un país donde el diálogo es percibido como traición, y la discrepancia como deslealtad.
Cuándo tendremos un o una presidente capaz de convocar a la nación incluso en medio de posiciones contrarias. Presidente, si usted fue capaz de dejar atrás sus promesas de campaña y sentarse con los Acuña y los Fujimori, ¿por qué no puede hacer lo mismo con quienes simplemente piensan diferente a usted?
La invalidación no suma adeptos. El ataque no construye gobernabilidad. Y me pregunto: ¿los que hoy callan y obedecen sin cuestionar, estarán con usted cuando lleguen los juicios, las investigaciones, los balances finales? ¿Le serán leales cuando ya no tenga poder?
Las 50 muertes en el sur se acercan cada vez más a su destino. ¿Cómo enfrentará esos momentos? O peor aún quienes estarán con usted, le recuerdo que, a Toledo y Humala no les quedó partido político, a usted tampoco. El poder sin consenso es una soledad peligrosa. Basta con ver el voto de la bancada de Cerrón y la izquierda de donde usted vino. Se está quedando sola señora presidente.