Opinión

La ciudad de Ribeyro y los perros de Vargas Llosa

Lee la columna de Julio Barco

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Pienso en Ribeyro y Vargas Llosa. Mientras a los 26 años, Vargas Llosa alcanzaba la celebridad, a esa misma edad nuestro Ribeyro vivía su sigilosa bohemia. Uno sigue una olímpica disciplina: algunas horas de estudio, biblioteca y escritura. El otro se emborrachaba en los bares de París, malgastaba su tiempo bebiendo vinos y leyendo luminosamente. Hay un accidente mutuo: cierta vez, el novelista se encoleriza cuando Ribeyro va a buscar a su prima, la señorita Patricia. Celosísimo, aún esposo de Julia Urquidi, le niega la salida.

El cuentista nunca fue parte del Boom. Y tuvo que observar desde lejos la popularidad de tantos autores latinoamericanos, exaltados por su tendencia a renovar las formas y estructuras narrativas (Faulkner, Wolff o Joyce) Ribeyro se aferra a la vieja escuela decimonónica: Guy de Maupassant, Flaubert. Como Borges, practica un género que no tiene la dimensión marketera de la novela: el cuento. Mientras que las obras del novelista se traducen a varios idiomas, el cuentista recibe un duro aprendizaje literario. Incluso se ve obligado a vender los primeros ejemplares de sus obras para pagarse una cajetilla de cigarro (o un vino tinto) y seguir escribiendo. Los dos, obsesionados, viven para escribir. Trabajan como pueden: Mario Vargas en la radio de Francia, aunque después de sus éxitos, dictando cátedras; Ribeyro, de todo, incluso de conserje de un hotel.

Ribeyro fue adicto a los cigarrillos; Vargas Llosa, que yo sepa, no era adicto a nada más que escribir. Es, como señala Octavio Paz de Pessoa, un adicto a la imaginación. Ribeyro murió de cáncer pulmonar; el Nobel, sigue vivo, 88 años y suele correr todas las mañanas. Ribeyro escribió novelas, aforismos, cuentos, incluso teatro y un Diario. Ribeyro amó los bares e irse de copas. Vargas Llosa, en sus memorias, crítica que Ribeyro se conectará con el gobierno de Alan García; gobierno que luchó incansablemente para que Vargas Llosa no fuera presidente. Yo creo que con Ribeyro los escritores peruanos comprendimos lo que significaba este oficio, su miseria y su resplandor. Con Vargas Llosa, que la literatura también puede triunfar.

(Columna publicada en Diario UNO)

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