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La casa es negra, de Forugh Farrokhzad

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En mi canon personal esta película ocupa uno de los lugares más altos. Es el tipo de película que te cuestiona y te hace preguntarte si el cine no es ‘otra cosa’ muy distinta de lo que te dijeron alguna vez… o muchas veces…

Mientras lentamente voy rehaciéndome se suceden una tras otra las preguntas. ¿Cómo, desde un exterior tan definitivamente poco agradable, se produce el milagro que me permite captar, en un momento de gracia, un brillo irrefrenable de belleza? Por ejemplo, en algunas de las escenas con niños. En un cruce de miradas ante una pregunta más bien trágica. En medio de lo que no es bello, la belleza… O qué será la belleza, habrá que admitir que tal vez no la conocemos.

Tal vez podamos descubrirla y saborearla en el rincón más miserable. Atravesado y abrumado, luego de ver otra vez esta película única, genial, irrepetible, increíble (cuyo efecto en mí está muy lejos de extinguirse y que me parece inagotable) no puedo dejar de hacerme más preguntas. ¿Cómo es posible que nosotros, en tanto ‘se supone’ que seres humanos, podamos llegar a ser tan horribles, tan superficiales, tan poco cuidadosos, y que nuestros miedos y prejuicios puedan alcanzar un grado tan profundo (incluso si no nos damos cuenta, incluso si no podemos hacer gran cosa para evitarlo) que confundamos la monstruosidad física con la espiritual? Porque al primer choque sensorial no sabemos qué hacer, con esta inundación de ‘fealdad’(¿pero será esa la palabra correcta, exacta?) aunque la propia directora nos lo haya advertido previamente con su voz sin cuerpo, inquisitiva y acariciante, envolvente y desoladora, presidiendo la obra y recitando el poema en esa mezcla de plegaria ultraterrena con tinieblas totalmente visibles a la luz del día.

Podemos ponernos en plan de decir que somos espectadores tan acostumbrados a ver, que sí, que hemos visto acaso demasiado, que hemos perdido buena parte de nuestra inocencia soñadora. Pero esa suposición o autoacusación es destruida para bien aquí. Nuestro relativo encallecimiento ¿y encanallamiento? ante este delicado e hipnótico lamento a la vez que crudo y feroz documento hecho película, con sus imágenes exactas e incesantes, insistentes, horadantes, de seres humanos con los rostros mustios, arrugados, carcomidos y desfigurados y con miembros faltantes o torcidos por la enfermedad, se rompe, la película nos transforma y nos limpia, nos transporta (con piedad y sin piedad, y no hay contradicción en esto) al corazón de la cotidianidad de una suerte de pequeña ciudad de leprosos, y la normalidad que le es propia a ellos y ajena a nosotros significa un nudo vital, una vivencia casi táctil pero difícil de describir por lo intensa, contradictoria, y aplastante en su verdad; lo más inmediato ante esta experiencia tan directa y tan densa será por supuesto la sensación de tristeza, dolor, compasión, horror, y esto es algo que incluso puede llegar a quebrarnos.

¿Se materializará entonces parte de lo más oscuro de la vida como imagen encarnada, en esta visión que nos choca y sobrecoge? ¿Lloraremos por ellos, solo por ellos, o también, o sobre todo, por nosotros mismos, que en algún punto secreto nos parecemos a ellos, solo que nuestra fealdad yace oculta? Me pregunto cómo es que nos sentimos de repente tan indisolublemente unidos a seres a los que posiblemente no querríamos acercarnos por mucho tiempo en circunstancias digamos normales. No necesito preguntarme si tales sentimientos son de veras lo más noble que podemos experimentar. ¿No serán, dejando la ironía, más bien una evidencia de nuestra propia y no tan reconocida monstruosidad espiritual darle tal importancia a lo que juzgamos como monstruosidad física? Por otra parte, no se puede negar que si hay horror también hay  fascinación. Lo extraño es sexy -el infierno y la pesadilla esculpen y pintan seres que se corresponden con corrientes subconscientes que también son nuestras-.Así que nos reflejamos mutuamente.

Me pregunto si lo insoportable del mundo que soportamos a diario no nos haría lucir tan deformes si esta imagen pudiera materializarse en nuestros rostros. Sería maravilloso… si somos realmente tan esclavos y tan ciegos por la apariencia. Si la fealdad estética nos escandaliza más que la fealdad moral. No puedo negar que no poco de la belleza o la armonía ha sido roída, robada, arrebatada fieramente a estos rostros  ‘aún humanos’ y a estos cuerpos y que su presencia de freaks atrae nuestra atención ¿incluso complacida en su propia culpabilidad y ‘capacidad para sufrir’? Dudosa elevación.Pero: ¿no será nuestra propia fealdad interior la que vemos al horrorizarnos, no será un miedo no tan secreto a ser como ellos el que nos hace discriminarlos, verlos como ‘te tengo pena porque no tienes la misma suerte que yo’? El llamado de Farrokhzad para que haya menos fealdad en el mundo sigue vivo, en la fealdad y la belleza de nuestras conciencias.

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