Cultura

«La caída del hombre araña», por Helen Hesse

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Lito tiene un amigo: Insecto Ramírez. Su amigo se parece a una mantis religiosa, por eso el apodo. Es flaco y desgarbado como un espagueti, y su cabello largo y greñudo hace juego con sus bigotitos ralos de maestro Shaolin. Al igual que Lito, Insecto es artista plástico, pero en la especialidad de grabado. ¿A qué voy con todo esto? Bueno pues, Lito tuvo un accidente y nunca sabré si fue casualidad, designios del horóscopo o por borracho.

Resulta que Lito necesitaba buscar un lugar para su taller, dado que me resultaba imposible seguir aguantando sus acrílicos tirados por el suelo, bastidores y bocetos meados por Charles Manson y esa música horripilante que escucha, mezcla de graznidos y sonidos de ultratumba llamada heavy metal. Dice que eso le ayuda a concentrarse. Así que muy sutilmente le dije la otra noche antes de ir a dormir: «Amor, no es tan mala idea que uses tu antiguo departamento como taller, tiene una vista hermosa al parque y es bastante iluminado. Necesitas desestresarte». Y así logré convencerlo de llevar allí todos sus cachivaches de arte. Le advertí que antes lo limpiara porque el departamento estaba en una azotea y llevaba más de cuatro meses cerrado.

Lito estuvo de acuerdo y no encontró mejor ayudante que su amigo Insecto, quien aceptó de inmediato. En el Tambo más cercano compraron un detergente mediano, dos insecticidas, un cojín de lejía, un limpiavidrios de 150 cc, un pote de lavavajillas, un pollo a la brasa y una caja de cervezas bien heladas. Se subieron a un taxi, y llegaron rápidamente al nuevo taller.

Como yo lo había vaticinado, el lugar estaba hecho un desastre: agua empozada producto de las lluvias invernales, platos tirados en el suelo llenos de moho y arañas grandes y gordas caminando como «Pedro por su casa» por todas las paredes. Sin contar con el baño, que fue otro cantar. Pero Insecto no se amilanó. Planificó la reorganización del departamento y le aseguró a Lito que en un par de horas tendrían todo impecable, no por nada se había pasado la pandemia viendo todos los episodios de A ordenar con Marie Kondo, en Netflix. Pusieron algo de música para animar el ambiente y se tomaron varias cervezas, a modo de celebración adelantada.

Lo primero era acabar con las arañas; la mayoría, con seguridad, venía de las calaminas del techo, por lo que fue necesaria una escalera. Felizmente Lito tenía una y al ritmo de «Paranoid», de Black Sabbath, estos artistas subterráneos se llenaron de coraje y vigor, ya nada podría detenerlos en su heroica gesta. Abrieron un par de chelas más y Lito subió el volúmen a «The Trooper», de Iron Maiden.

—Yo subo, sé dónde se esconden, acabaré con esas malditas —dijo Lito armado de un insecticida marca Sapolio y, tambaleándose, trepó por la escalera rumbo al techo. Insecto agarraba con una mano la escalera mientras que con la otra apuraba su cerveza.

—¡Vamos Lito! ¡Acaba con ellas!

Lito llego al techo como si hubiera escalado el monte Everest. Sintió orgullo y su causa Insecto le pasó otra cerveza.

—¡Qué bonito se ve todo desde aquí! Este cielo tiene por lo menos dieciocho tonalidades de azul —sentenció Lito.

—¿Las ves? —le gritó Insecto desde abajo.

—No, deben estar del otro lado.

—¿Quieres que suba a ayudarte?

—No, quédate sosteniendo la escalera.

—Oookey —respondió Insecto desde abajo mientras destapaba otra botella.

Pronto Lito descubriría por qué está prohibido ingerir alcohol mientras se trabaja en alturas (en general, cuando se trabaja). Lo cierto es que mientras buscaba las arañas escuchó el maullido desgarrador de un animal. En eso divisó a escasos metros a un gato con la mitad del cuerpo atorado entre calaminas viejas. Lito se acercó para ayudar al lindo minino, pero la calamina no soportó el peso y se partió. Entonces Lito, por cosas que solo el destino puede entender, cayó con gato, arañas y calaminas sobre su amigo Insecto. ¡Plaaafff! El gato sobrevivió, aunque todos quedaron magullados sin poderse levantar, mirando atontados cómo las arañas se reincorporaban poniéndose a buen recaudo.

Insecto se había desmayado de la impresión y Lito, que no sentía las piernas, se arrastró hasta su maleta donde había dejado el celular. Y así fue cómo me llamó.

—Bea, no te vayas a asustar, acabo de tener un accidente.

En realidad no me explicó bien que eran tres los accidentados.

—Ehmm, gracias por habernos salvado —murmuró Insecto para volverse a desmayar cuando los paramédicos lo subía en camilla a la ambulancia para luego partir rumbo al hospital. Milagrosamente y por cosas que solo el destino puede explicar, Insecto —salvo el susto y algunos rasguños— salió ileso.

En cuanto a Lito, se fracturó una pierna y lo llenaron de yeso. El gato fue directo al veterinario pues estaba muy débil y con la pata rota. Si Lito no hubiera subido al techo ese día, probablemente el animalito habría muerto deshidratado, nos dijo el doctor.

Se necesitaron tres días, una empresa de fumigación, dos carpinteros y una persona de limpieza para que el nuevo taller de Lito estuviera operativo. Pero aún queda una pieza sobrante. ¿Qué pasaría con el felino? Porque yo, Bea Fernández, jamás meteré a un gato en mi casa.

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