Opinión
La broma infinita: el Perú atropellado
Lee la columna de Juan José Sandoval
Por Juan José Sandoval
Me habían invitado a leer unos poemas a un bar de Barranco. Tenía la esperanza de vender un libro que cargo siempre en el morral, para volver a mi casa. Había un tío gordito ya pasado de copas que demostraba notorio entusiasmo en la lectura. Al terminar mi parte se me acercó y me dijo que quería ser escritor, como yo. “Así, pe, como tú. ¿Cuánto necesitas?”, me abordó el dipsómano.
Primero me dio ‘palta’, porque estábamos en Barranco y por ahí el pata era del palo de Pancho De Piérola y me quería tender una trampa. Pero me invitó unas chelas en su mesa y entré en confianza. Me dijo que era empresario y quería hacer un libro. “Tengo unas historias que ni te imaginas, habla: ¿cuánta plata necesitas?”, insistió.
Aproveché que tenía mi libro para sacarle el taxi de regreso y unos latones de cerveza para volver. Intercambiamos teléfonos y en los siguientes días mantuvimos contacto para aterrizar un posible proyecto de memorias literarias.
Pero una noche el amigo apareció en todos los noticieros, se había peleado con unos comensales en el restaurante de parrillas ‘El Charrúa’ de La Molina, y tras ser expulsado a la fuerza del local, volvió con su camioneta de alta gama y embistió la fachada del local, llevándose consigo a cuatro clientes que se mantenían sentados tras el altercado.
Detenido el futuro heredero de Bryce Echenique, y pasada la borrachera con diablos azules, el amigo lloró en la audiencia previa a su prisión preventiva de nueve meses. Tiempo suficiente, creo, para que inicie la mejor versión de sí mismo a través de la pluma canera. Al menos, mis servicios, siguen intactos para ti, amigo.
Una pena por el dueño del Charrúa, un uruguayo amigable a quien mi padre lo conoce desde que era mozo de otro restaurante de parrillas en San Isidro, donde era habitué en los ochentas. Por tal confianza se atrevía a llamarlo ‘rosquete’ delante de la clientela. “Aquí está ‘la dueña’ del local”, señalaba mi viejito frente a una audiencia avergonzada. Pero el maestrito jamás perdió la sonrisa ni la cordura. Incluso, a nosotros también nos botaron del local cuando no nos quisieron vender más vino. Ya mis hermanos saben que se me sube el trago y me pongo rebelde. Como nos invitaron a salir y no me dejaron ir al baño, meé la puerta del recinto bajo la consigna estrafalaria de “con los Sandoval, nadie se mete”.
Es duro, pero sobre todo doloroso, que te impacte la realidad de un carro de alta gama. Aunque los automóviles de segunda duelen igual. Eso habrá sentido el popular youtuber ‘Furrey’, a quien lo hicieron volar unos buenos metros en una avenida de La Victoria, donde pasaba con su scooter, ese vehículo centennial que es una amenaza para los viejitos de la tercera edad.
Para su mala suerte, además de las costillas rotas, el pulmón perforado y el reservado estado policontuso, ‘Furrey’ fue presa de los buitres que aprovecharon su situación para llevarse la mochila, con documentos y accesorios digitales, pues cuando ocurrió el accidente se dirigía al canal donde trabaja en el exitoso ‘Habla Good’.
Su equipo de trabajo en el programa ha mantenido la debida calma, sin embargo, en X, se ha podido compartir todo tipo de imágenes del hecho. Uno de sus compañeros, ‘Curwen’, incluso dio testimonio de lo complicado de estar en medio de la opinión pública cuando ocurre una tragedia familiar, su mamá fue atropellada y recibió todo tipo de comentarios en redes sociales. Como ha ocurrido con ‘Furrey’, a quien le han sacado en cara el haber ‘celebrado’ la muerte de Alberto Fujimori, por lo que dejan entrever que el atropello sufrido no es más que el pago a la pacha mama de su propio karma.
La familia tiene derecho a intimidad, aunque siempre habrá un periodista puñalero que determine la importancia pública de la desgracia ajena. “La gente tiene derecho a saber la verdad”, dirán algunos coleguitas inspirados en el personaje Faundez, de ‘Tinta Roja’.
Recuerdo que a mi abuelita Chabela también la atropellaron en la avenida Colonial, ahí comenzó su demencia. Entonces olvidó que fue madre pionera de la selva, cultora de Iquitos en Lima e inspiración para muchos emprendedores que provenían de Loreto.
Mi viejita cruza todos los días la avenida para comprar verduras. Yo trato de acompañarla, pero cuando no estoy me lleno de angustia. Cuando yo salía a la calle en mis veintes, ella se preocupaba porque me podía pasar algo en la calle. Ahora soy yo el que vive en paranoia de que algo le pueda pasar, que algún auto manejado por un subnormal con reggaetón a máximo volumen la pase por encima.
En los noventas, yo estudiaba para el examen de admisión un sábado por la noche. Mi mamá recibió una llamada y se comenzó a alistar de inmediato. “Tu hermano ha atropellado a alguien en el Callao y lo ha matado”, me dijo mientras se iba a la comisaría y daba inspiración inicial a lo que hoy es la historia principal de mi libro ‘Barrunto’.
Yo comencé a buscar en la guía telefónica los hospitales del Callao y di con mi hermano, me contó que una moto se le había cruzado en la Colonial y tenía que pasar dosaje etílico.
Por suerte, el motociclista salió disparado unos metros, pero fue a dar a un montículo de arena, de unos arreglos municipales que se realizaban en la pista. Por lo que no tuvo ninguna fractura. Para suerte nuestra, el vecino de mi fallecida abuela Chabela era oficial de la PNP y estaba destacado en esa dependencia policial, fue vital para validar el dosaje etílico de mi primo en reemplazo de mi hermano.
Superado el impase, la familia del motociclista se le quiso ir encima a mi viejita. Cosa que se pudo solucionar con el pago de las pastillas para el dolor. Eran otros tiempos, la moto todavía funcionaba y se podía acceder a la justicia previo pago en efectivo.