Cuando pienso en el humor nacional vigente, dos personajes me son recurrentes: «La pindongo» y «Yuca», los alias de dos individuos de programas de TV (de momento dados de baja) que sin mayor dote histriónico se han caracterizado por ser el receptáculo de una serie de vejaciones que van desde insultos y desplantes, hasta una nutrida variedad de golpes. Nuestra reacción ante la impostergable y repetida suerte de ambos actores, convertidos en monigotes humanos, es de risa descomunal y aplausos: la celebración vitoreante de cada desalmada ocurrencia que cae sobre estos trajinados personajes.
Si se les pregunta sobre su trabajo, tanto «Yuca», como «La pindongo» se sienten agradecidos. Le agradecen a sus patrones (hay que ver nada más la cantidad de años que cada uno lleva repitiendo el mismo sketch con su respectivo «jefe») por la chance de formar parte de un exitoso programa de humor nacional. Y es que, a decir verdad, son «Yuca» y «La pindongo», en sus respectivos programas, los ejes de una comedia que nos representa; una fórmula sencilla, basada en el goce de la desgracia ajena, en el retorcido humor que nos permite avalar y ser cómplices de que un tipo golpee a una mujer obesa, humille a un tipo tímido, o que -yendo más allá- tilde de ligera a una joven escultural.
Será tal vez que es a través de este humor que adormecemos nuestra conciencia. Me decía un amigo que el humor es, al fin y al cabo, el verdadero espíritu de una nación. Se conoce más a una persona y a un pueblo por el motivo de su risa, que por el de su llanto. ¿Y que dice nuestro humor de nosotros?
Que nos gusta ver perder, que nos gusta lamer la bota que nos patea, que hay una cuota de gracia en recibir las malas nuevas con divertida resignación, sin espíritu de lucha, con la tranquilidad de saber que habrá alguien que estará más jodido que nosotros y que nuestra risa no necesita -como nuestra vida misma- más ingredientes que un poco de ofensa, desplante y maltrato. Y así nos tratamos entre todos.
Es con este humor que tomamos nuestra vida; nuestra vida política, por ejemplo, en la que ahora «el mudo» y «el tío bigote» han conseguido su merecida aprobación y simpatía, porque aprendieron la fórmula del éxito y pulieron sus botas durante años para acumular el número de patadas, golpes y desplantes necesarios para ser amados por todos nosotros. Uno de ellos saldrá entre sonrisas y aplausos este domingo, como nuestro patrón, a reírse de nosotros, pues siendo parte de nuestro pueblo -un compatriota-, también encontrará la manera de reírse a carcajadas de nuestra desgracia, y lo que es peor, con nuestra entera venia.