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La batalla de Miraflores y la traición de Piérola

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Miraflores es un barrio bien, que alberga a ciudadanos creativos y exigentes con sus autoridades. Afortunadamente, esas mismas autoridades se ponen al servicio de ellos para poder brindarles hermosos parques, lindas fuentes de agua, y zonas comerciales, turísticas y recreativas que hoy son el deleite de vecinos limeños que vienen de diferentes distritos, aunque actualmente el alcalde Muñoz se encuentra en conflicto con muchos de ellos por la construcción del famoso estacionamiento subterráneo en el parque Kennedy.

Deberíamos preguntarnos entonces; ¿Miraflores siempre fue así? Por supuesto que sí. En el siglo XIX, Miraflores ostentaba ya su lindo barrio en el que vivían connotados ciudadanos ilustres, entre académicos, doctores, intelectuales y algunos diplomáticos. Pero lo que ocurrió el 15 de enero de 1881, fue el suceso más funesto y sangriento de la historia del distrito. Se trata de “La batalla de Miraflores” que en el marco de la guerra del pacifico, se volvían a enfrentar peruanos y chilenos, luego de la derrota de la batalla de San Juan.

Así empezó, alrededor de las 14.30 horas; y en el colmo de la deslealtad e incumplimiento de los acuerdos, un día antes, el 14 de enero, las comandancias de ambos países acordaron negociar un armisticio, para dar cese a toda la sangre derramada anteriormente en San Juan, pero inesperadamente las tropas del general Manuel Baquedano seguirían avanzando para estar preparados ante una eventual batalla. Se dice también que el traidor fue el dictador Nicolás de Piérola, quien era presidente en esos momentos; y aceptó el pedido de tregua de parte de los chilenos para poder darles tiempo, pues la mayoría de las tropas chilenas estaban en sus jolgorios emborrachándose e invadiendo y quemando rancherías y abusando de las mujeres, lo cual los mantenía desunidos y dispersos para poder enfrentar algún ataque. Es allí donde el coronel Andrés A. Cáceres ve oportuno atacar con su batallón de dos mil hombres al desperdigado y ebrio ejército chileno, con el propósito de acabarlos y así ganar la guerra; pero infortunada fue la sorpresa, cuando Cáceres solicitó el permiso para el ataque, al dictador Piérola, el cual se lo negó rotundamente, alegando que le había dado su palabra al general Baquedano de no atacar. Naturalmente, luego los chilenos se recuperaron y se olvidaron de la tregua y así empezó el ataque en medio de una confusión de disparos entre ambos bandos.

Según el testimonio de un soldado chileno Justo Abel Rosales el 14 de enero de 1881, narra lo siguiente:

Se corrió en el día la noticia de que el General Baquedano había mandado un parlamentario a Piérola, intimando la rendición de Lima. Cuando todos creíamos que pronto saborearíamos los buenos frutos de la paz, llega el Comandante Bustamante…diciéndoles que íbamos a marchar camino a Lima, donde era preciso pelear hasta vencer o morir. Por eso supimos que la paz solo había sido un sueño…Con el nuevo día vimos que nos habíamos acampado a una cuadra del pueblo de Barrancas. Desde temprano los soldados de todos los cuerpos inundaron el pueblo completamente deshabitado, y lo saquearon…Se anunció la vuelta del tren que había pasado a Chorrillos. Ignorábamos el resultado de las conferencias habidas con el General en Jefe. Detrás del tren desfiló inmediatamente la artillería y este hecho me hizo suponer que no habrá paz.

Chile era superior en artillería y en soldados, pues contaba con 12,000 a 13,000 efectivos, 80 cañones y 8 ametralladoras, además del apoyo de los buques navales Blanco Encalada, Huáscar (despojado a los peruanos) y el Cochrane, listos para el bombardeo desde las costas limeñas. A diferencia de los 6,000 efectivos peruanos, más 6,000 en calidad de reserva, 19 cañones y 8 ametralladoras, organizados en 9 Reductos, los cuales se organizaron en tres sectores: Andrés A Cáceres al mando de la derecha, Belisario Suarez al centro y justo Pastor Dávila en la izquierda, en la batalla solo entrarían en combate los sectores derecho y centro al mando del Coronel Cáceres y Suarez.

Luego de algunas horas alrededor de las 19.00, se produjo la derrota en los reductos de Miraflores, pero los civiles peruanos valerosamente se atrincheraron en sus casas armando barricadas impidiendo el paso chileno, incluso con minas que iban explotando logrando algunas bajas chilenas, pero ya nada se pudo hacer. Miraflores al igual que Barranco y Chorrillos fue incendiado y saqueado por la tropa chilena, y los heridos peruanos fueron “repasados”. El traidor de Piérola luego de su inacción al disolver en plena batalla al ejército peruano, enviándolos a internar sus fusiles en el cuartel Santa Catalina, no tuvo más remedio que replegarse hacia Lima, para luego huir hacia la Sierra. Inexplicablemente hoy en la ciudad capitalina existen calles y avenidas que llevan su indigno nombre.

No obstante, la colonia italiana defendió con su vida la defensa de Miraflores, al igual que muchos ciudadanos y profesionales miraflorinos, incluso, muchos jóvenes estudiantes voluntariamente integraron la cruel lucha para defender valerosamente su patria.

Por eso, estimado lector, en el momento en que usted transite por las arterias de Lima, cerca de Larcomar, del hotel Marriot, o alrededores, no dude en respirar profundo y recuerde que alguna vez allí, hace más de un siglo cientos de héroes civiles ofrendaron su vida por Miraflores y más aún por su país.

Entonces, impertinentemente hoy me atrevo a preguntar a los que se amanecen en Aura, en los bares cubanos, en la calle de las pizzas, en los Casinos. A los Skater del malecón, a los bikers, a los surfers de la bahía, a los del parque Kennedy, a los exquisitos comensales de los restaurantes gourmet, a los que paran en el Haití, etc. ¿Se atreverían a defender Miraflores o su país, con su propia vida en caso de un conflicto bélico? Creo que la respuesta la tienen los sociólogos y antropólogos…por lo pronto aguardemos el próximo fallo de la corte de la Haya, y esperando que sea favorable a nuestra legitima causa.

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