El periodismo cultural es tan limitado (y hay tal cantidad de individuos sin condiciones para defender una idea o tan siquiera para proponer un argumento tanto en el predio mencionado como en las arenas indemnes de la literatura) que a muy pocos les ha llamado la atención el 40 aniversario de la fundación del Movimiento Kloaka, cuya importancia o irrelevancia están fuera de toda duda pues sólo el tiempo advertirá si fue útil para la escena literaria o sólo para sus integrantes.
Esta circunstancia se ve agravada por la potencial voluntad de los agentes de estos medios respecto de no quedar mal con nadie o no pelearse con nadie. Es decir que, en mi opinión, la gente que ha advertido el conflicto kloakense no ha expuesto nada al respecto para no enemistarse ni con Roger Santivañez ni con la parte opositora, es decir, una entera parte del movimiento representada por Novoa y sus aliados. Seguramente, algunos, también, habrán creído oportuno despreciar al movimiento y a sus integrantes pero ese es un error pues la valoración personal que tengamos sobre este incidente de la historia de la literatura peruana no debe obviar que han existido y que han servido como una suerte de punto final a la tradición colectivista de nuestra literatura (es evidente que el derrumbamiento de la utopía socialistoide junto al Muro de Berlín propició un auge del individualismo que ha vuelto irrelevante la emulación del corporativismo militante de grupos clásicos como el movimiento en cuestión e, incluso, Hora Zero).
Tan grave ha sido el rompimiento kloakense que en un arrebato medio zombie, expulsaron a Santivañez de Kloaka, 38 años después de la extinción del referido movimiento, cosa curiosa y alarmante pues el principal auspiciador de promociones y celebraciones para dicho colectivo fue, sin que nadie lo discuta durante todo este extenso período, el mismo Roger Santivañez.
Según he conversado en Libertad Bajo Palabra tanto con Roger como con Edián, existe una controversia acerca de quienes son los fundadores del movimiento pese a que durante cuarenta años siempre se ha leído sin crítica alguna que los fundadores fueron Santivañez y Dreyfus, aunque, a estas alturas, el papel de esta última en dicha ocasión se ha visto limitada a la trillada frase: “hay que romper con todo”.
En este punto, cabe admitir una posibilidad de debate que sólo puede delimitarse atendiendo a las fechas exactas de la ‘fundación’ del movimiento y la posterior incorporación de Gutiérrez y Novoa, los cuatro miembros originales de Kloaka junto a Santiváñez y Dreyfus (algo de lo que deberían encargarse los historiadores de la literatura).
Otro punto interesante sería advertir y delimitar el aporte de cada integrante original al movimiento en sí y sí algunos de ellos se consideran los fundadores deberían acreditar cómo y qué fue lo que aportaron en cada circunstancia descrita.
Hasta el momento, salvo por una mención del propio Santiváñez según Novoa no han existido manifestaciones en las que se haya acreditado que hubo cuatro fundadores sino sólo dos, es decir, Dreyfus y Santiváñez. De hecho, en todo momento y siempre desde la voz del propio Santiváñez sólo hubo una dupla fundadora y no un cuarteto.
Todo esto, sin embargo admite muchas aristas pues el mérito de Dreyfus resulta mínimo e ineficiente para distanciarse de las condiciones de Gutiérrez y Novoa respecto de la fundación del movimiento, elemento que acaso ha provocado esta vindicación neofundacional luego de décadas de silencio que, según Edián,se han debido a problemas muy delicados de índole familiar que merecen todo nuestro respeto, pero que, lamentablemente, no dejan de ser inoportunos o inefectivos respecto del cuestionamiento en torno a los fundadores.
Resulta curioso, entonces, preguntarnos ¿quién es quién en Kloaka? cuando desde casi todas las ópticas no se ha dado la entereza suficiente para determinar una pregunta mucho más importante: ¿quién es quién en la literatura peruana?
Valgan verdades toda la pugna en cuestión surgió cuando a Santiváñez de acuerdo a su bonachona circunstancia última le dio por publicar una compilación de sus artículos sobre Kloaka y el rock subterráneo, volumen que opera como una suerte de memoria personal que se integra a un relato histórico con el que algunos han estado en desacuerdo, en particular, los integrantes o ex integrantes kloakenses.
Hasta aquí cabe problematizar pues hay hechos concretos que son innegables y que, en mi opinión, hacen de Santiváñez el fundador solitario de Kloaka aún cuando este detalle no lo convierta ni en propietario ni en dueño del movimiento.
En este sentido, no se debe negar el impulso creativo inicial de Roger, pero, tampoco se puede negar que los demás integrantes del movimiento pueden hacer lo que quieran con el nombre excepto apropiarselo de modo personal.
Es decir que, si Kloaka fue una movida genuinamente antisistema y colectiva, su «propiedad», forzosamente, tendría que ser considerada plural y cada integrante una suerte de copropietario del nombre.
Tal es así que si los kloakenses intentan despojar a Roger de su legítimo vínculo creador respecto de Kloaka, como, en efecto, han hecho hasta llegar a la ridiculez de expulsarlo (38 años después del fenecimiento del grupo, para mayor Inri de todos los involucrados) habrán obrado erradamente, pero, si Roger intentara hacerse dueño único del grupo habrá incidido en otro error.
En este punto debo contar una anécdota que servirá para describir la realidad cultural limeña y el caso en cuestión:
El miércoles 23 de Marzo hubo dos eventos literarios en los alrededores de la plazuela Elguera a la misma hora y fui a ambos.
Uno, en la Librería Rocinante, daba cuenta de la presentación de una novela y un libro de ensayos de quien debe ser en este momento el narrador más interesante (por decir lo menos, pese a algunos reparos) aparecido en el Norte en los últimos cuarenta años, Luis Fernando Cueto.
Otro, en la taberna La Toscana, era la celebración del aniversario cuarenta de la fundación del Movimiento Kloaka, lo que servía como referencia para un recital de sus miembros supérstites
Lo de Cueto contó con solo siete asistentes y lo de Kloaka estuvo lleno de cabo a rabo a tal punto que se había repletado el aforo correspondiente.
Siguiendo a Valdelomar, hay ciertas cosas de Lima en las que se desnuda el Perú entero respecto de su debilidad y frivolidad de modos irrevocables. En la Librería se abordaba el presente y el futuro del país desde perspectivas centradas y basándose en dos vehículos adecuados para aprehender la complejidad de dicha realidad (novela y ensayo) y en el otro se trataba de ensalzar un movimiento que ha quedado desfasado y que bien puede añorarse o servir como un elemento que describe la coyuntura de 1982-1984, pero nada más, excepto la pose rebelde y disparatada de los últimos anarquistas alpinchistas que se integraron en un colectivo y muy poca poesía (lo que no niega que sus integrantes hayan propuesto obras más que interesantes luego del intervalo comprendido entre 1982 y 1984).
Este orden de exposición, me da pie para reflexionar sobre una tendencia semicriminal que azota a la literatura peruana pues en nuestro país se ha establecido una tradición ilícita respecto de la continuidad de los movimientos y la apropiación de los nombres de los mismos colectivos aún en contra de lo que expresen los fundadores o iniciadores de dichos grupos. Tal es así que, así como Hora Zero tiene fecha de caducidad y de muerte en el momento que Juan Ramírez Ruiz difundió el contundente e irrebatible Palabras Urgentes 2 que cubrió y cubre aún a HZ con un relente de indeleble ignominia, Kloaka tiene esa fecha de vencimiento en el año 1984. Querer extender ese lapso de vida es una insensatez y una arbitrariedad aún si tuviera el aval de sus fundadores (algo que no existe pues la narrativa propuesta por Novoa y los demás ha añadido una nómina de fundadores muy distinta a la de los que se indicaron durante cuarenta años sin crítica de por medio y Santiváñez en un arrebato medio beatífico dispuso su alejamiento de toda esta trifulca que le debe haber hartado y quitado la paz que tan bien se ha procurado en los últimos años, algo bastante lejano de su ‘temporada en el infierno’ del vicio y el centro de Lima).
Entonces, como acá no importa asumir un bando o una posición sino saber la verdad y esclarecer este embrollo mínimo minucioso debemos formular las siguientes preguntas primordiales :
¿Cuáles fueron las innovaciones teóricas de los integrantes de Kloaka que son distintos a Dreyfus y Santivañez?
¿Qué proponen y cuáles son los fundamentos fundacionales de Kloaka desde la perspectiva de los otros integrantes originarios como Guillermo Gutiérrez y Edián Novoa?
¿Por qué se «expulsa» a Santivañez de Kloaka a fines de 2021 si Kloaka pereció en 1984?
¿Por qué se intentó hacer una ‘cuestión de Estado’ de una simple disputa de titularidades, es decir, quienes son fundadores, integrantes iniciales, miembros posteriores del díscolo grupo?
Y, sobre todo,
¿qué significa Kloaka para nuestra literatura excepto un contingente inconforme con el sistema en boga en su época que es una característica de cualquier grupo de vanguardia e, inclusive, de cualquier grupo de jóvenes?
En último término, se ha dejado sentada una contradicción muy aguda sobre quienes son los fundadores de Kloaka y siendo que, en mi opinión, tanto Dreyfus como Gutiérrez y Novoa no sumaron nada fundamental a la idea central de Santiváñez deberían convenir en escoger entre la opción que dispone solo de Santiváñez en el rol de fundador del movimiento (paradoja medio jocosa pues un movimiento de uno solo es una contradicción absurda) o podrían asumir que los cuatro integrantes originales son, al mismo tiempo, los fundadores de modo convencional por una suerte de ficción jurídica ad hoc.
En este sentido, si nos preguntamos por los aportes de Gutiérrez y Novoa en la fundación de Kloaka es válido cuestionar el aporte de Dreyfus respecto de esa misma Fundación y por qué, luego, retomó sus funciones pese a que en los años ochenta fue expulsada por el propio fundador.
Santivañez tiene derecho a dar su testimonio una y otra vez, y los demás integrantes o ex integrantes, también. En cambio, la determinación de la verdad sólo puede deberse a aquellos escritores o historiadores de la literatura que crucen la información existente y se atrevan a formular hipótesis sin miedo y con entereza.