Opinión

Kikín, el saltarín de Pilar González Vigil

Lee la columna de Julio Barco

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En Viaje al oeste, uno de los monumentos de la literatura oriental, conocemos a un personaje inolvidable: El Rey Mono. Este mítico ser, de alguna forma, representa el lado impulsivo de todos nosotros; ese lado díscolo y travieso, que, desde la infancia, nos vuelve disparatados.  En la obra “Kikín, el saltarín” (Mascapaycha Editores) de Pilar González Vigil vemos a un personaje que bien podría recordarnos al viejo mono de la historia budista; sin embargo, esta vez se trata de un mono tití que es compañero inseparable del niño, protagonista y narrador, de la misma historia.

Estamos frente a un estupendo libro con ilustraciones de Natalí Sejuro Aliaga, que desarrolla las aventuras de esta dupla, con fragmentos de texto que juegan con el silabeo poético, generalmente de rima consonante: “Nuestro juego favorito es el pasamanos, /ahí nos colgamos comiendo plátanos” En las diferentes secuencias de la historia, veremos las aventuras y las diferentes travesuras de estos amigos; tanto en su casa, donde desorden los juguetes, como en el patio o en el parque.

Sin embargo, todo da un giro cuando la madre regaña al niño y lo somete a que serene sus ímpetus. Y aquí, de nuevo, conectamos con la idea de oriental del mono: el significado del desafuero, la representación del impulso sin contención. Cito: “Cuando mi mamá vio el desorden, me castigó / por una semana no hay postre, ni televisión”.

En ese sentido, la obra de González Vigil busca una reflexión ante estas conductas, con el afán de crear mayor conciencia de la importancia del autocontrol. Por otro lado, hay que añadir que el trabajo de Sejuro Aliaga en el dibujo es muy calibrado: logra plasmar cada escena con naturalidad y detalles, pintando tiernamente a los personajes, lo que permite generar un vínculo afectivo. A modo de cierre, le pedí a mi hermana F que me acompañe a la lectura de esta obra, con el afán de saber su punto de vista.

Entramos a su casita —un toldo rosado pegado junto a su cama— y leímos. Bastó las primeras páginas para captar su atención; luego, ante frases graciosas, estalló la risa. Finalmente, me enseñó un vídeo de una mona que vio en Tik Tok, lo que me permitió encontrar puentes entre la lectura y sus experiencias cotidianas.

(Columna publicada en Diario UNO)

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